Luis Hernández Navarro

Los sonidos de la Lacandona: 10 años de zapatismo y rock

La historia del movimiento zapatista puede escribirse también en un cuaderno pautado. El recorrido de 20 y 10 años de la rebelión está lleno de acordes y melodías; de diálogo y lances entre corridos, marimbas y música pop.

Los rebeldes del sureste mexicano hacen música y escuchan la que otros componen. En las circunstancias más difíciles de la lucha, cuando el cerco gubernamental en su contra ha sido más estrecho, ellos han seguido bailando y escuchando canciones. Su ejemplo ha inspirado a artistas de los rincones más distantes del planeta. Hasta las comunidades más remotas han llegado grupos y cantantes famosos e intérpretes de los ritmos más "urbanos". Juntos, artistas nativos y músicos solidarios, en un camino de ida y vuelta, han acompañado al movimiento con una producción notable por su amplitud y calidad de su producción.

Un momento importante de este cruce de veredas fue el encuentro entre Manu Chao y la comandancia rebelde. Según el músico, Marcos le dijo: "Bueno, ya está bien de coñas, primero voy a decir a mi gente que dejen los fusiles. Aquí hay tres guitarras y venimos para un reto: Si vosotros sois músicos, nosotros también. Así que vamos a hacer una canción, vosotros otra, y así hasta ver quién aguanta más". El artista quedó sorprendido y encantado: "no esperaba eso. Estuvimos así hora y media, todo muy formal. Cuando nosotros tocábamos, ellos bailaban, y cuando cantaban ellos, ayudábamos... Así hasta que llegó la hora y Marcos dijo: 'Vale: tablas'. Faltó el trago, para estar todos bien, pero aun así, todo muy natural".

Puede asegurarse, sin temor a exagerar, que el movimiento zapatista nació también de la música y el baile. A finales de noviembre de 1996, cuando la paz parecía estar más cerca que nunca y los zapatistas con mando y pasamontañas podían llegar a San Cristóbal de las Casas sin peligro y convivir algunas noches con los jóvenes que se hacían cargo de cuidar su sueño, el comandante Zebedeo contó la historia de cómo, cuando estaban enmontañados y las bases de apoyo les llevaban el arroz y los totopos, aprendían a organizar bailando; cómo cada uno tenía que encargarse de sacar a uno más a danzar y aprender con él o con ella los pasos, porque si no, se tropezaban, y ya que le habían hallado el modo se separaban para meter a alguien más al baile. Explicó cómo la lucha era justo como el baile, donde no había que parar de moverse, donde había que encontrar el ritmo, donde no había que perder el paso, donde había que ser cada vez más. Y al terminar de decir su palabra pidió música, y con los primeros compases de la guitarra escogió a su pareja y se dispuso a poner en práctica su decir. La fiesta dio entonces inicio.

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Zapatistas en Chenalhó, en diciembre de 1998
FOTO MARIA LUISA SEVERIANO
Digamos que eso de la música y la fiesta se dan mucho por aquellas tierras del sureste mexicano. La primera vez que Cuauhtémoc Cárdenas llegó por Guadalupe Tepeyac, rápido lo sacaron a bailar y hasta alternó una pieza con doña Rosario Ibarra. Al salir la comandanta Ramona rumbo a la ciudad de México, la comunidad de San José del Río la detuvo con melodías y danzas para darle la despedida. Cuando los mil 111 regresaron a dar cuentas de las vicisitudes de su marcha sobre la ciudad de México, La Realidad era pura pachanga. La marimba no falta cuando se necesita, y eso que se necesita a cada rato. Bailan de día y de noche, con secas y con lluvias. Tan importante es que en sus relatos fundacionales se habla de cómo dos de los primeros dioses sacaron como su primer acuerdo el hacer baile, y se tardaron en él porque estaban contentos de que se habían encontrado. Lo que la leyenda no dice es si también escuchaban una vez tras otra La del moño colorado, tal como lo hacen ahora las familias de aquellas tierras, pero lo que no está en duda es que desde entonces no han parado de bailar.

Hip hop y rebelión

Aunque la relación de los rebeldes con el mundo musical ha involucrado a artistas como René Villanueva, Daniel Viglieti, Amparo Ochoa, Pedro Guerra, Los Leones de la Sierra de Xichú y Oscar Chávez, es en el terreno del rock donde esta vinculación ha sido más fecunda.

El zapatismo se ha convertido en parte de la cultura popular juvenil. Como el hip hop, es un espejo en el que se reflejan sus inquietudes, ritmos y anhelos. La confluencia de ambos es tan estrecha que este género musical se ha convertido en una de las dimensiones culturales más vitales del movimiento rebelde. Su relación es una especie de matrimonio abierto, en el que lo político, más que una doctrina o una plataforma organizativa, es una actitud.

Zapatismo y rock comparten entre sí una estructura de sentimiento común: la que nace de la resistencia y la reivindicación de una identidad diferente, la que proviene de una vivencia profunda de exclusión, de disidencia y de afirmación de lo propio ante lo ajeno. Raperos, darketos, hip hoperos, skatos, metaleros, punks, bib boperos, rastafaris-reggaeros han encontrado en la insurrección indígena lo mismo una causa que un tema para sus rolas. Ellos son, a su manera, una suerte de indios metropolitanos que viven la discriminación y se oponen a la invisibilidad. Han generado en sus tocadas, sus bandas, sus modas, sus graffiti y su lenguaje, su propia comunidad. Ven en Marcos un icono de la rebelión de los nuevos tiempos y una explicación convincente -frecuentemente más emotiva que racional- de su condición.

El conflicto de Chiapas les proporcionó inspiración para componer una nueva épica, alejada tanto de la queja, de la introspección y el desamor como del destino trágico que alimentó las canciones de protesta de comienzos de los años 70. En la república de la experiencia musical compartida, los inquilinos del mundo subterráneo juvenil se uniforman lo mismo con las camisetas de Bob Marley que con las del Sub.

Desde el otro lado de la barrera los mensajes son claros. En octubre de 1999 aparecieron tres comunicados zapatistas. Uno de ellos estaba dirigido a De la Rocha y demás integrantes de Rage Against the Machine. Allí Marcos explicó la relación entre el pop, la juventud y el zapatismo. "Tal vez -dijo- lo que ocurrió es que hubo un encuentro. Hubo palabras que se encontraron, pero sobre todo hubo y hay sentimientos que se encontraron. Si hay rolas de estos grupos que pueden aparecer sin ningún problema como comunicados, y hay comunicados que pueden ser letras de algunas canciones, no es por virtud de quienes las escriben, no, es porque están hablando lo mismo, están reflejando lo mismo, ese 'otro' subterráneo que, por 'diferente', se organiza para resistir, es decir, para existir".

Tiempo después, en una reunión con roqueros, el comandante Zebedeo señaló: "La música es la pareja que impulsa a seguir con conciencia este camino para abolir la injusticia que vivimos los pobres (...) La música es una flor. La música es una expresión. La música es alimento para la conciencia. La música es incitante. Rock es candente. Rock es chispa".

Producciones Durito

Sonido Libertad, de Guadalupe Tepeyac, Marimba San José y Grupo Rebelde son unos cuantos nombres de los grupos musicales que han florecido en tierras zapatistas. Animan fiestas y veladas. Entretienen y educan. Son parte del denso tejido cultural que las comunidades en resistencia han generado.

Al lado de canciones tradicionales o rancheras o de piezas guapachosas, muchos de esos grupos componen o interpretan canciones rebeldes, escritas por ellos mismos. Ya se mira el horizonte -el himno zapatista- o El insurgente utilizan acordes de corridos clásicos -como Carabina 30-30 o El asesino-, pero incorporan nuevas letras en las que se da cuenta de su lucha. Sus compositores son anónimos. Varias de estas producciones, como las del Trío Montaña y los corridos del comandante David, han sido grabadas en casetes.

Esta música es parte de la vida cotidiana de los pueblos rebeldes. Marcos lo narra así: "Siguen el ruido y el ajetreo. En algún lado, alguien da vuelta al dial de la radio y, de pronto, se escucha con nitidez: 'Esta es Radio Insurgente, Voz de los Sin Voz, transmitiendo desde algún lugar de las montañas del sureste mexicano'; luego una marimba suena al ritmo inconfundible de Ya se mira el horizonte. Los compañeros y compañeras detienen un momento su trabajo y empiezan a intercambiar comentarios en lengua indígena. Apenas un momento. Nuevamente se reanuda la algarabía del trabajo".

Pero, además de su propia producción musical, los zapatistas escuchan en su tierra las composiciones de todo tipo de artistas. En los antiguos Aguascalientes se han presentado grupos como los españoles Hechos contra el Decoro y Amparanoia, las alemanas Wemen, los italianos de 99Posse y Luca Zulù o las estadunidenses Indigo Girls.

Músicos como Aztlan Underground, Los Lobos, Fito Páez, Color Humano, Todos Tus Muertos, Radioira y Miguel Ríos, provenientes de países como España, Estados Unidos, Argentina, Suiza o Italia, se han involucrado en la composición de piezas de abierta inspiración zapatista y en el apoyo y difusión de su lucha. Varios, como Fermín Muguruza, que fue expulsado del país, sufrieron represalias del gobierno mexicano por la solidaridad que brindaron.

Bandas como Rage Against the Machine, autor del disco The Battle of Los Angeles -considerado por la revista Time como el mejor álbum de 1999- han hecho del zapatismo una de sus principales banderas de lucha. En el video de su canción People of the sun (El pueblo del sol) se incluyen escenas de la época de oro del cine mexicano, junto a fotografías de Emiliano Zapata, encimadas a su vez con imágenes de los zapatistas contemporá-neos. La letra se concentra en la denuncia de la situación de miseria a la que el neoliberalismo ha condenado a los chiapanecos. Como remate de la obra se lee: "No queremos otro Vietnam en México".

Manu Chao ha incorporado la voz de Marcos a sus producciones musicales, dedicado su disco Clandestino a los rebeldes y trabajado permanentemente en la solidaridad con las comunidades insumisas. La participación del Sup en una amplia producción discográfica comenzó, según Andrés Calamaro, uno de los promotores del álbum Juntos por Chiapas, como "un chiste". En medio de los estira y afloja con los músicos mexicanos que querían al jefe rebelde en la portada, el artista tomó un discurso del creador de Durito, extraído de la Cuarta Declaración de Lacandona, e hizo con ella una canción, junto a su asistente en el estudio. De acuerdo con Calamaro, "Café Tacuba y Maldita Vecindad la oyeron, y pusieron como condición para aparecer en el disco que esa canción fuera incluida. Después me llegó una carta del subcomandante, muy chistosa. Me decía que le había encantado, y que la había bailado. Le contesté con otra más graciosa, donde le decía que lo íbamos a convertir en una estrella de rock".

Episodio relevante de la relación entre alzados y artistas es la correspondencia y guiños amistosos entre el Sub y Joaquín Sabina. Marcos envió al cantante en octubre de 1996 una carta en la que le proponía escribir juntos una canción. El español escribió en 1998 una pieza relativa al jefe rebelde ("me encargaste una canción /y por décimas te salgo", le dice en la melodía). Finalmente la promesa se cumplió casi dos años después, cuando apareció la canción Como un dolor de muelas.

Una parte del trabajo solidario de todos estos grupos puede escucharse en discos como Juntos por Chiapas, Detrás de nosotros estamos ustedes, Los ritmos del espejo y Para todos la luz. Desde otra perspectiva musical, desataca el álbum Chiapas, de Oscar Chávez.

Mecánica nacional

Desde su aparición pública, el zapatismo trastocó a la comunidad rockera nacional y produjo en el medio un entorno favorable a los rebeldes. Inclusive grupos ligados a los circuitos comerciales, como Maná, hicieron en algún momento causa común con los sublevados, aunque después se hayan bajado de ese barco.

Los conciertos de solidaridad, la firma de manifiestos, la participación en marchas, la producción de discos, el apoyo económico se han sucedido ininterrumpidamente desde los primeros días del levantamiento; son parte de su vida cotidiana. Gracias a ellos las comunidades en rebeldía han recibido víveres y apoyo monetario.

Los festivales de Rock por la Paz y la Tolerancia realizados en Ciudad Universitaria, proyectos como el Batallón de los Corazones Rotos, Serpiente Sobre Ruedas o La Bola, el concierto organizado en octubre de 1999 por Zach de la Rosa en el Palacio de los Deportes, la tocada en el Zócalo durante la Marcha del Color de la Tierra en 2001, los conciertos para celebrar los 20 y 10 años del EZLN y espacios como el Foro Alicia fueron estableciendo un tejido invisible y permanente entre jóvenes, intérpretes y zapatistas. Artistas como Rita Guerrero, Santa Sabina, Café Tacuba, La Maldita Vecindad, Panteón Rococó, Julieta Venegas, Nayeli Nesme, Hebe Rosell o Guillermo Briseño, entre muchos otros, han sumado su obra y su trayectoria profesional al ideario rebelde.

Aunque el camino de cada uno de ellos hacia el zapatismo es diferente, tienen en común una sensibilidad compartida. Roco, vocalista de Maldita Vecindad, explica así la trayectoria de su compromiso personal: "a través de los comunicados (zapatistas) descubrí una voz que ni en mis más sueños jarochos había imaginado que podía expresarse tan claramente: esta conjunción entre una visión totalmente humanista o espiritual en búsqueda de un mundo más justo, y por otro lado una acción política y social comunitaria muy enraizada en la tradición indígena y al mismo tiempo totalmente actual y certera. Entonces comenzamos a trabajar con estudiantes desde la primera manifestación que se hizo para parar la guerra, y a raíz de eso comenzamos a hacer conciertos, y a raíz de los conciertos caravanas para entregar lo recaudado".

Tal ha sido la vitalidad de estos músicos que, durante la Marcha del Color de la Tierra de 2001, Televisa y Tv Azteca, trataron de contrarrestarla organizando un concierto en el estadio Azteca con Maná y Jaguares. La maniobra fracasó.

Juego de espejos, el matrimonio abierto entre el rock y el zapatismo le ha permitido a un importante sector de la juventud sentirse, simultáneamente, moderno y con raíces, reventado y rebelde, global y diferente. En palabras de Angel Luis Lara, ha multiplicado esperanzas y reflejado deseos. Esta improvisada y abierta guerrilla musical internacional ha puesto ritmo y ha tejido la expresión de la solidaridad y la cooperación. Si es cierto, como él afirma, que cuando la multitud se expresa, cuando emergen espacios públicos y el movimiento toma la calle, la música desempeña un lugar central, la relación entre zapatismo y el rock ha ocupado buena parte de ese espacio.