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México D.F. Lunes 29 de diciembre de 2003

Armando Labra M.

Empleos, lo que cuenta

El indicador más elemental para medir el éxito económico de un gobierno en cualquier parte del mundo es su capacidad de asegurar la creación de oportunidades de trabajo para la población. Los demás datos son eso: datos, pero lo que cuenta y se siente en los bolsillos de la sociedad son los pesos y centavos de la nómina pública, privada o social que existen o no cada quincena.

El INEGI anunció recientemente que el desempleo abierto ha repuntado gravemente a nivel de 3.8 por ciento de la fuerza de trabajo, es decir, de los mexicanos en edad, capacidad y deseo de trabajar. El estudio de la OECD: Employment Outlook, correspondiente a 2003, muestra que los mexicanos entre 15 y 64 años representan 61.6 por ciento de la población y que el desempleo de los jóvenes entre 15 y 24 años es dos y media veces mayor que en los rangos de 24 a 64 años de edad. Ello resulta grave porque sólo 22 de cada 100 jóvenes mexicanos estudia, otro tanto trabaja, y casi 60 por ciento está en las calles sin estudios ni empleo.

Los mexicanos que trabajan lo hacen con ahínco; es una falacia la mítica flojera del indio recargado en el nopal. Según la OECD el promedio de horas que trabaja al año un mexicano en todo tipo de empleos es de mil 888, que compara con mil 815 en Estados Unidos, mil 807 en España, mil 711 en Francia, mil 707 en Inglaterra, mil 619 en Italia y mil 581 en Suecia. Cuando un mexicano trabaja para otro, su desempeño en horas es aún mayor: mil 945 horas al año, sólo superado en el mundo por los coreanos, que chambean 2 mil 410 horas, más que nadie. Pues con todo, los empleos en México no sólo decrecen, sino que son, en el planeta, de los de menos estabilidad, porque sólo 0.9 por ciento tiene duración mayor a una año, la más baja del mundo, porcentaje que se compara con 59 en Italia, 41.4 por ciento en la Unión Europea, 33.8 por ciento en Francia, 23.1 en Inglaterra, 2.5 en Corea y 8.5 en Estados Unidos.

La carencia de oportunidades de trabajo, su inestabilidad y el deterioro del poder adquisitivo del salario, que atentan particularmente contra los jóvenes mexicanos, causan inmensas perturbaciones, a ellos y a otros, por supuesto. Pero lo resienten más no sólo en magnitud, sino en frustración y en ímpetus de emigrar o delinquir. Esas son las opciones para la mayoría, cuyas familias nada pueden impedir porque también padecen los efectos del desempleo o el aminoramiento de sus ingresos reales.

Ya sabemos que cada año es necesario crear 1.5 millones de nuevos empleos para absorber el crecimiento de la población joven, lo cual no sólo no se está logrando, sino que perdemos puestos de trabajo que se acumulan a los de muchos años atrás. Al decir que el desempleo es de 3.8 por ciento y es grave, se excluye a los que trabajaron una hora a la semana, de manera que el desempleo resulta tres veces mayor, cuando menos, si como debe ser, consideramos como desempleados a quienes no pueden sobrevivir con una hora de trabajo a la semana y carecen de oportunidades para laborar más.

Las cifras frías pasan por alto la condición humana. Los gobiernos recientes no se compadecen de la realidad del agravio que vive la mayoría de la población por la ineptitud para asegurar lo esencial: empleos suficientes, dignos, estables y bien remunerados. No estoy hablando de chambas ni de puestos burocráticos, sino de empleos social y económicamente productivos, auspiciados por políticas claras de crecimiento económico en las áreas del sector privado y social que generan los empleos que se requieren.

Lograrlo es necesario y posible e implica algo elemental: comprender que el Estado y el mercado no son antagónicos ni excluyentes y que, aprovechando las potencias y características de ambos, es posible hacer que la economía crezca y la sociedad se desarrolle. Y eso sólo puede significar generar empleos. De otra suerte, como podemos observar, ni Estado ni mercado funcionan, sino más bien se obstruyen mutuamente en perjuicio presente y futuro para todos los mexicanos.

Ahora que terminan por definirse los grandes temas nacionales debatidos en las cámaras y que habrá concluido el elevado y trascendental debate ideológico entre y dentro de los partidos; una vez dirimido el rumbo de la nación y asegurado el maduro y sereno liderazgo hacia nuestros derroteros históricos, luminosos y heroicos, quizás fuera tiempo de atacar el tema de cómo abrir espacios de trabajo a los mexicanos en México.

Si en unas cuantas semanas de 2003 resolvimos lo sustancial, Ƒpor qué no también esta trivia, ahora que comienza 2004?

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