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México D.F. Lunes 29 de diciembre de 2003

Giafranco Betin

Cándidos como serpientes*

La influencia del zapatismo en la izquierda italiana ha sido parcial, pero al mismo tiempo intensa. Parcial porque sólo ha interesado directamente a componentes minoritarios, aunque muy activos y, desde 94, con un papel creciente: parte de los movimientos que luego se llamaron no o new o alter-global, asociaciones nacidas justamente de aquel encuentro, como šYa basta!, fuerzas políticas como Refundación Comunista y, en menor medida, los Verdes, órganos de información (no meras hojas) como el manifiesto y nuestra Carta. Influencia intensa, sin embargo, porque por medio de estas experiencias ha tocado a amplia parte de la base social y del recorrido político y cultural de la izquierda italiana, incluso aquella que no le prestó atención y que siempre ha mirado al zapatismo, y 00la figura de Marcos en particular, con suficiencia, si no con aversión e incluso con socarronería.

Reflejo condicionado, diría, de una vocación conformista que a menudo vuelve miope, si no ciega, a cierta izquierda frente a muchos fenómenos sociales y políticos nuevos.

La primera enseñanza de la lección zapatista es la siguiente: rebelarse no sólo es justo, sino incluso posible. Incluso hoy, incluso en el corazón del Imperio, incluso para los más pobres entre los pobres. La insurrección de 94 dice esto. Y puede decirlo precisamente de manera explícita y explosiva, y a la vez sagaz y mesurada. Estando al filo de la navaja, y sabiéndolo, los zapatistas se sublevan e intentan al mismo tiempo concertar. Se puede decir que se levantan para poder concertar. No se sublevan para conquistar el poder. Marcos y sus compañeros y compañeras lo repiten a menudo. Si acaso quieren ser interlocutores con el poder y, eventualmente, cambiar la naturaleza y articulación concreta de la sociedad mexicana. Quieren que el poder los reconozca como sujetos portadores de derechos.

El choque armado, la defensa, la ocupación, la insurrección de enero de 94, pues, tiene este objetivo. Con las armas en mano, los indígenas de Chiapas se mostraron en realidad inermes dentro del sistema -exhibir en un acto extremo las armas, pero no a la manera del terrorismo ni de las guerrillas precedentes, sino en un lineal y limpio levantamiento popular que sin fecha ni lugar podría, sin embargo, pertenecer a todos los lugares del mundo donde los derechos fundamentales son pisoteados y a todas las épocas donde esto se consiente-, y en tal ostentación de lo inerme que ya no es soportado, y que así arma pobremente la mano de quien se rebela, los zapatistas mostraron una suerte de candor que desarma. Lo que dificulta al poder proceder por la vía de la represión directa y brutal.

Además, a este "candor" se suma una astucia que se diría antigua si no fuese que ha sido sabido mostrarse en situaciones extraordinariamente actuales e incluso posmodernas, una habilidad para moverse en el mundo de los medios, de mensajes simplificados y simbólicos, en la jungla de la política internacional y de las mismas instituciones mexicanas. En resumidas cuentas, difícil encontrar un ejemplo más concreto de cómo es posible ser cándidos como palomas y astutos como serpientes. O quizá, para decirlo mejor: cómo se puede ser cándidos como serpientes, o sea, según la naturaleza y la sabiduría al mismo tiempo. Esta fue una verdadera lección, porque a la mitad de los años noventa, en pleno triunfo del pensamiento único, se buscaba el camino para continuar no sólo criticando ese pensamiento, y el modelo real de sociedad que éste celebraba y edificaba, sino también para buscar modos concretos de contestación y rebelión. Y, segunda lección, para apoyar esa rebelión con formas nuevas de organización y representación en los territorios "liberados", fundando sobre esto incluso la exigencia de nuevas instituciones para constituir una mayor democracia del poder.

Detrás de la rebelión hay una comunidad, una sociedad de la cual es expresión. Por eso el zapatismo no fue fuego en la playa, un fenómeno efímero; por eso encontró tantos interlocutores. Los ha buscado, atribuyendo importancia fundamental a la sociedad civil mexicana e internacional, otra de sus fecundas lecciones. Se puede, se debe buscar el apoyo de la sociedad civil, digamos también de la opinión pública, hablando con sus exponentes, encontrando mediadores, discutiendo con todos, incluso con los más distantes, buscando lenguajes que rompan con la vieja tradición política e ideológica. Y esto puede hacerse a partir de la seguridad en sí mismo, del auténtico control, fundado en la repartición de las elecciones y las prioridades; en el del propio territorio, de la propia comunidad.

Esto presupone que se está en condiciones de representarla verdaderamente, en un contexto riesgoso como en el que han estado por años los zapatistas. Pero representar a una comunidad significa ser capaz de escucharla, de asimilar su lenguaje y de reconocer las raíces lejanas, la historia, además de las necesidades nuevas. Los zapatistas han hablado de identidad y de historia indígena de una manera que representa el exacto contrario del modo en que se había hablado casi siempre en Occidente, cuando el tema fue nuevamente descubierto, cuando el vaciamiento de la globalización y el enfoque egoísta y localista abrieron caminos a los acercamientos etnicistas o localistas, egoístas, autorreferenciales.

En la experiencia zapatista, que contamina cultura y recorridos antiguos con los más recientes acercamientos teórico-prácticos, el redescubrimiento de raíces e identidades con la necesidad de pertenencia, con la atención respetuosa que merece (sobre todo en un caso trágico como el de los indígenas de la región), no es el elemento cardinal de la gran reivindicación de dignidad y libertad. Se abre a otras raíces, la relaciona -Marcos lo ha hecho a menudo- con otras raíces y otros recorridos en un catálogo rico en minorías, en subjetividades que juntas forman la variedad de una humanidad que no pretende homologarse, volverse de una sola dimensión.

La misma defensa del ambiente de vida (y vida es aquí sinónimo de historia) viene formulándose en esta perspectiva, y se trata, en este caso, de una lección que sólo en parte los ambientalistas han entendido y sobre la cual deberían, sin embargo, concentrarse mucho más.

Es una síntesis sugerente, fascinante, la del Chiapas zapatista, y no por casualidad aquella parte de la izquierda y de la sociedad civil y política que ha sabido comprenderla ha sentido que no se trataba de imitar a Marcos, sino de encontrar la síntesis apropiada entre viejo y nuevo que esa experiencia mostraba como posible. Si era posible allí, donde un máximo de historia anulada había sido obligada a sobrevivir como nostálgico residuo, en una pobre existencia amenazada de extinción, donde un poder armado parecía impedir cada gesto incluso antes de que naciera, cada posibilidad radical de rebelión; si era posible en tal contexto buscar y manifestar una nueva síntesis, entonces también aquí era posible. La extraordinaria atracción que el zapatismo ha ejercido sobre estos sectores se debe a esto: ha sido ciertamente icono, sugestión, reevocación última de experiencias precedentes (guevarismo in primis), pero también ha sido claramente algo nuevo, una propuesta nueva.

ƑCuándo se comprendió realmente esto? La recepción del zapatismo ha sido en realidad parcial también en quien se ha sentido intensamente comprometido. Por ejemplo, la apertura a la sociedad civil, el método de diálogo permanente (sólido, repito, porque está fundado en el equilibrio entre elecciones y recorrido, esto es, en la participación aun al costo de no respetar los tiempos sincopados de la política y los medios de hoy: así, ciertos largos silencios de los zapatistas están en realidad llenos de una densa discusión participativa que no sale de la comunidad o que no llega o intenta llegar a los medios de acuerdo con los tiempos que éstos imponen), todo esto ha sido parcialmente mediado, aun cuando ha tenido éxito (a escala local o en escenario más amplio) cuando ha sido conocido.

Todavía no se ha meditado lo suficiente sobre el nexo entre lucha armada y crítica de ella en el zapatismo. Ningún ejército, ni siquiera "irregular" como el zapatista, había criticado nunca tan radicalmente la práctica de la lucha armada y de la violencia, al punto de negarse a sí mismo en el momento de entrar a escena. Nos ponemos la máscara para hacernos ver, empuñamos un arma porque estamos inermes. Parecen los guerreros sobre los que canta Bob Dylan, "cuya fuerza consiste en no combatir". Si -fuera de democracias paranoicas y de clases políticas susceptibles, como la princesa sobre el guisante, frente a rebeliones y protestas imaginativas- existe un camino que conduce de la lucha violenta y armada a la no violenta, pero aún radical, intransigente, sobre todo hecha de acciones concretas, participativas, incisivas, ese camino pasa por Chiapas. Es ahí donde podemos ver -por el momento como una suerte de suspensión milagrosa y como un thriller histórico político- el posible pasaje entre una y otra forma radical de lucha.

Las armas están ahí, los ejércitos alistados (šy con qué equilibrio de fuerzas!), el enfrentamiento permanece en suspenso, pero al mismo tiempo el ejército rebelde no quisiera ser ejército, no quisiera ser capaz de morir y matar, capaz de violencia.

En cambio, no tanto como ejército (aunque provisorio), sino en cuanto comunidad, se querría capaz de respeto para todos, aun en lo interno; es el sentido del recorrido preciso de las mujeres en el zapatismo, pero también de algunos conflictos abiertos por los más jóvenes: y es probablemente el sentido de la continua referencia que hace Marcos sobre otras minorías del mundo contemporáneo, de los gays a los pieles rojas, de los niños explotados del mundo a los excluidos de los continentes expropiados, del pueblo sin soberanía a los alienados de Occidente, etcétera.

Entre violencia y no violencia, entre guerrilla y acción política pacífica, pero en el marco de un conflicto, corre en definitiva la experiencia zapatista, y nos habla también a nosotros. Como habla su conciencia de la complejidad interna también a una pequeña comunidad, con el respeto, observo, como para perder el tiempo (según nuestros cánones del accionar y la discusión política) a fin de consultar a todos e implicar a todos. Estamos en la "celebración" de estos diez años y es por tanto obvio que se privilegie, se subraye lo positivo de la experiencia recordada. Entre tanto, un decenal, por decirlo de algún modo. Sería necesario, en efecto, recordar siempre que lo que surgió en 94 fue posible por un largo trabajo preparatorio, invisible, silencioso, cansador, iniciado muchos años antes por el pequeño grupo de militantes mexicanos que con Marcos fueron al encuentro de los componentes más conscientes de la comunidad indígena de la selva. El "milagro" zapatista no es del todo un milagro, en resumidas cuentas, sino el fruto de un trabajo intenso y prolongado en condiciones difíciles. Nace verdaderamente en aquellos años, en aquella sombra, la experiencia que ahora estamos celebrando. Experiencia no inmune a errores y límites, que no tengo aquí ni el espacio ni el deseo de subrayar, para destacar en cambio cómo supo sobrevivir, hacer frente a fuerzas enormemente más potentes y agresivas, encontrando siempre la palabra y los gestos para abrirse al resto del mundo y comunicar, dando a ese mismo mundo claves especiales de interpretación para sí y para la fase histórica actual.

Para las interpretaciones predominantes, realidades como Chiapas estaban, hasta antes de los zapatistas, del todo ausentes, reducidas a componentes residuales y puesto liberalmente -liberalísticamente- a disposición del mercado y de los gobiernos más poderosos. En 94 en San Cristóbal de las Casas y en la selva Lacandona, después en Seattle en 99, y en todos los otros lugares y con tantos otros sujetos que finalmente han reconocido de una vez por todas que es posible otro mundo, la realidad(1) ha vuelto a hablar.

(1) en español en el original (N.d T.)

* Intervención de Giafranco Betin, vicealcalde de Venecia, en el foro Diez años de zapatismo. Cultura de la izquierda. Municipio, movimiento. La estrategia zapatista, realizado el 12 de diciembre de 2003 en Roma, Italia

Traducción: Alejandra Dupuy

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