Jornada Semanal, domingo 21 de diciembre de 2003        núm. 459

LA LENGUA PENINSULAR Y LA ULTRAMARINA

Se ha comentado, pero no se ha escrito lo suficiente sobre las diferencias de construcción, tono, volumen y énfasis que existen entre los peninsulares y los ultramarinos. Este bazarista vivió cuatro años en España y, a pesar de que ya se había enfrentado en sus años mozos al tono peninsular, pues su padre era español, siempre le pareció difícil definir si los iberos del norte, el centro y el levante estaban enojados (o enfadados o encabronados) o que, como se dice en Jalisco, así era su modo de hablar. Por estas diferencias, durante muchos años (y antes de que el racismo peninsular llamará "sudacas" a los iberoamericanos), se presentaron malentendidos y otros conflictos entre las dos maneras de hablar la lengua castellana, conocida como "lengua nacional" en muchos países ultramarinos (cosa bastante inexacta, pues en nuestros países se hablan muchas lenguas indígenas. Por otra parte, es cierto que el español tiene el carácter de lingua franca, pues a través de él se entienden los indígenas de las distintas etnias de nuestro continente).

Para empezar hablemos del volumen y del tono: los peninsulares, en su mayoría, tienen voces estentóreas que alcanzan un alto número de decibeles. Su tono es, generalmente, perentorio y a los iberoamericanos (tal vez por razones atávicas) nos suena siempre como mandón y admonitorio. Esto se explica muy bien en el caso de los ex alumnos de los jesuitas de origen español que pululaban por los colegios de la Compañía en territorio mexicano. Ya muerto el caudillo, generalísimo de los ejércitos de tierra, mar y aire, jefe del Estado y enemigo mayor de la conspiración judeomasónica-comunista, se aumentó, gracias a la firma de nuevos convenios con el reino, el número de becarios (en épocas "decentes", los estudiantes mexicanos en la "madre patria" eran, en su mayoría, miembros del sinarquismo, de los tecos y de los otros grupos de la derecha mexicana) y muchos de ellos se alojaron en el Colegio Mayor de Guadalupe, institución perteneciente a la Universidad Complutense de Madrid y muy ligada al Instituto de Cultura Hispánica que, en esos momentos, había remozado su fachada con un nombre menos cargado de "camisas azules y banderas al viento": Instituto de Cooperación Iberoamericana. Dirigía el Colegio Emiliano Moreno, hombre amable, generoso, de pensamiento conservador y experto en los vericuetos universitarios madrileños. Con frecuencia se presentaban pequeños problemas producidos por las diferencias de tono y de volumen. Recuerdo a un estudiante de derecho de origen oaxaqueño, educado y ceremonioso. El pobre no había logrado tomar café en la atestada barra del Colegio, pues se paraba en un extremo, levantaba un balbuceante dedo y, con una voz casi inaudible, soltaba sus corteses diminutivos (Baroja, que nos quería muy poco, abominaba de nuestros "ahoritas" y "despuecitos") para pedir "un cafecito, si es usted tan amable". Nunca le hicieron caso hasta que, siguiendo las instrucciones de Emiliano, abombó su escuálido pecho y grito golpeando la barra, "me pone un café". A raíz de ese cambio de tono y de ese aumento de volumen, el abogado oaxaqueño empezó a beber café, pero los problemas empeoraron cuando regresó a su tierra y pidió café a la peninsular. "Siquiera por favor, joven", le contestó el mesero sorprendido ante la notoria falta de educación. Es ya clásica la historia de la dulce dama tapatía que se subió a un taxi en Madrid y pronunció el siguiente discurso: "Ay, señor, me da mucha pena molestarlo, pero sería tan amable de hacerme el favor de llevarme a la calle de Echegaray." El taxista volteó alarmado, pensando que se le había subido al taxi una deschavetada y le soltó un: "¡Coño, pero si esa es mi obligación!" Apenas abrimos nuestra Embajada ante el reino, se inició una serie de anécdotas curiosas: una amiga de la esposa del agregado naval le habló por teléfono un día para sugerirle que aleccionara a la empleada doméstica, una simpática, franca y fortachona extremeña, sobre los hábitos lingüísticos de los ultramarinos. "Ayer pregunté por ti y me contestó Loles: ‘No se puede poner por que está cagando.’" La esposa del almirante habló con la veraz Loles y le pidió que usara otros giros de lenguaje: "No puede ponerse porque está ocupada", "salió un momentito, etcétera, etcétera". Loles prometió portarse a la altura del altiplano, pero, al poco tiempo, su amiga volvió a llamarla para reportar el siguiente diálogo: Señora mexicana: "Quiero hablar con fulanita." Loles: "Pues no puede ponerse porque está ocupada." Señora mexicana: "¿Y tardará mucho?" Loles: "Pues yo creo que no porque cuando pasó por aquí ya se iba pedorreando."

Un amigo diplomático escribió un útil librito sobre los distintos significados de las palabras en nuestra comunidad lingüística. Recuerdo uno de sus ejemplos, en el cual habla de la señora mexicana que, allá por los cuarenta, fue a Madrid y se alojó en el Hotel Gran Vía. Bajó a desayunar y dejó patidifuso al camarero cuando le pidió "una polla con dos huevos". "Lo que desayunan las mexicanas", pensó, antes de solicitar una mayor precisión a la desayunante.

Son muchos los ejemplos, los encuentros y los desencuentros pintorescos. El último me lo dan la modernidad tecnológica y la inefable Loles que no entendió cuando la esposa del naval le pidió que trajera el suéter café con zíper. Necesitó la traducción libre que así dice: "el pulover marrón con cremallera". En fin, nada demasiado grave, pues la comunidad lingüística tiene más afinidades que diferencias.
 

HUGO GUTIÉRREZ VEGA
[email protected]