La Jornada Semanal,   domingo 21 de diciembre  del 2003        núm. 459
Roberto Bardini

Casta de gusanos perniciosos

"Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios conjuran contra él", aseguró el escritor irlandés Jonathan Swift (1667-1745). El autor de Viajes de Gulliver definía a la especie humana como "la más perniciosa casta de gusanos que la naturaleza permite que se arrastre por la tierra". Esta historia intenta confirmar sus palabras.

El holandés Vincent van Gogh –nacido el 30 de marzo de 1853 e hijo de un pastor protestante– pintó entre 800 y 900 cuadros. Sin embargo, sólo vendió una obra en toda su vida. Y hay quienes sostienen que en realidad cambió algunas telas por comida o materiales para pintar. Hoy sus óleos cuestan miles de dólares.

El italiano Emilio Salgari –nacido el 25 de agosto de 1863, creador de Sandokán y El corsario negro– escribió más de 80 novelas (algunos biógrafos aseguran que fueron 200) y una enorme cantidad de cuentos. Si hubiera vivido en la actualidad, con certeza sería millonario. Pero en su época sufrió una miseria atroz.

Van Gogh y Salgari vivieron al borde de la locura y los dos se suicidaron. El pintor se disparó un balazo en el pecho el 27 de julio de 1890 y murió dos días después. El novelista se clavó un puñal en el estómago el 25 de abril de 1911. Uno y otro dejaron cartas. "Quizás hubiera preferido contarte muchas cosas pero el deseo de hacerlo me ha abandonado y me siento inútil", le escribió Van Gogh a su hermano Theo. Salgari se dirigió a sus editores: "A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semi miseria, sólo os pido que, en compensación por las ganancias que os he proporcionado, paguéis los gastos de mi entierro. Os saludo rompiendo la pluma."

El estadunidense John Kennedy Toole –nacido en 1937 en Nueva Orleans, licenciado en literatura inglesa por la Universidad de Columbia– es considerado hoy como "uno de los escritores más ingeniosos y lúcidos del siglo xx" por su novela La conjura de los necios. Se suicidó en 1969 porque la obra fue rechazada por una editorial tras otra. Gracias al incansable peregrinar de su madre, el texto se publicó en 1980, once años después. La reacción de los críticos fue unánime y en 1981 ganó el premio Pulitzer. En Francia fue catalogada como "la mejor novela en lengua extranjera del año". La conjura de los necios se tradujo a diez idiomas y se transformó en libro de culto.

"Señora, dedíquese a escribir recetas de cocina", le dijo un editor mexicano a una señora llamada Laura Esquivel y le devolvió los originales de Como agua para chocolate. "Esto es ilegible", sentenció un editor colombiano al rechazar, a comienzos de la década del sesenta, la copia mecanografiada de Cien años de soledad escrita por un casi desconocido Gabriel García Márquez. ¿Qué habrá sido de esos "visionarios" editoriales?

UN SÍMBOLO “POLÍTICAMENTE INCORRECTO”

Michael Moore es un gordito de aspecto desgarbado que nació en Flint (Michigan) y vive en Nueva York. Periodista, autor de varios libros, guionista y director de cine y televisión, se hizo famoso por trabajos que exhiben los aspectos más enfermos de la sociedad estadunidense. Su largometraje Bowling for Columbine ganó el premio Oscar 2003 al Mejor Documental. Pero desde mucho antes, Moore ya era un dolor de hígado para el presidente George W. Bush, políticos conservadores, gerentes de empresas transnacionales y dueños de la "gran prensa". Él es un símbolo contestatario, globalifóbico y "políticamente incorrecto" para millones de anónimos ciudadanos necesitados de un héroe que los represente.

Al día siguiente de la entrega de los Oscar la asistencia a los cines de todo el país que exhibían Bowling for Columbine aumentó 110 por ciento, según el Daily Variety. Cuarenta y ocho horas más tarde, Amazon.com recibió más pedidos del documental que de Chicago, premiada como la Mejor Película. Una semana después, la ganancia en taquilla subió a setenta y tres por ciento, informó la revista Variety. También fue el lanzamiento comercial con más tiempo en cartel de Estados Unidos: veintiséis semanas consecutivas. En la semana posterior a la entrega del Oscar, el sitio en Internet del cineasta (http://www.michaelmoore.com) recibió entre diez y veinte millones de visitas diarias.

Recientemente, por poco Moore casi termina como Van Gogh, Salgari y Toole. Todo comenzó con Estúpidos hombres blancos, su último libro. "Esta edición de Estúpidos hombres blancos, a diferencia de la primera, no se publica para América del Norte, el continente donde vive la amplia mayoría de los hombres penosamente estúpidos, vergonzosamente blancos y asquerosamente ricos", relata Moore en el prólogo a la edición inglesa. Allí narra su resistencia contra la censura de la editorial Regan Books –una filial de Harper Collins– y sus esfuerzos para que los cincuenta mil ejemplares del libro dirigidos a Estados Unidos no terminaran juntando polvo en la bodega.

LIBERTAD DE EXPRESIÓN
Y DERECHO A DISCREPAR

Moore entregó Estúpidos hombres blancos a la editorial antes del 11 de septiembre de 2001. Veinticuatro horas atrás habían salido de la imprenta los primeros cincuenta mil ejemplares. Al día siguiente del ataque aéreo al World Trade Center, se suspendió la distribución a las librerías de todo el país. El propio Moore pidió a Regan Books que retrasara la entrega. Como residente de Manhattan –cuenta– no se sentía motivado para salir de gira a promocionar el libro mientras la nación estaba de luto.

Semanas después, el escritor llamó por teléfono a Regan Books-Harper Collins para preguntar cuándo saldrían a la venta los ejemplares que acumulaban polvo en un depósito de Scranton (Pensilvania). La respuesta lo dejó frío. Le dijeron que no podían sacar el libro a la venta tal como estaba escrito. "El clima político del país ha cambiado", le explicaron innecesariamente. Le solicitaron que rescribiera la mitad de Estúpidos hombres blancos y que eliminara todas las referencias desfavorables a George W. Bush. También le pidieron que desembolsara 100 mil dólares para la nueva edición. ¿Frío? No, Moore sintió que el cerebro, el alma y el cuerpo se le congelaban. Fue como si estuviera en la cima del monte Everest desnudo y en medio de una tormenta de nieve.

Él mismo comenta en la introducción del texto destinado a Inglaterra: "Sugirieron que eliminase el capítulo titulado "Querido George" y que cambiara el título de "A matar blancos". "Ahora mismo, el problema no son los blancos", adujeron. "Los blancos –respondí– siempre son el problema". Añadieron que sería "intelectualmente deshonesto" no admitir en el libro que desde el 11 de septiembre el señor Bush había hecho "un buen trabajo". La charla se cerró con estas palabras: "(...) Tu libro ya no encaja en nuestra nueva imagen."

Moore preguntó si era una orden "de arriba". El magnate australiano Rupert Murdoch –conocido como "el emperador del mundo" por su control de negocios en la prensa, el cine y la televisión– es dueño de News Corporation, que al mismo tiempo posee Harper Collins.

"No pienso cambiar el cincuenta por ciento siquiera de una palabra", fue la decisión inicial del escritor. "¿No es el momento de decir que, independientemente de los ataques que suframos, lo último que vamos a hacer es convertirnos en uno de esos países que suprimen la libertad de expresión y el derecho a discrepar?".

Pero algunos amigos le recomendaron a Moore que se dejara "torcer un poco el brazo o jamás vería el libro en un estante". Entonces él cedió. Le escribió al editor con una nueva propuesta: redactar material nuevo y revisar que no quedase una sola línea que resultara ofensiva para quienes perdieron algún ser querido el 11 de septiembre. "La respuesta que obtuve es el equivalente editorial de vete a la mierda", cuenta. Durante los dos meses siguientes intentó hablar con la presidenta de la empresa, Judit Regan. Ella nunca le devolvió las llamadas.

LA “POLICÍA EMPRESARIAL DEL PENSAMIENTO”

A fines de noviembre, el cineasta le avisó a su editor que iba a llevar su libro a otra compañía. Entonces se enteró que no podía: el contrato estipulaba que Regan Books tenía los derechos de publicación por un año. Él preguntó qué iban a hacer con los cincuenta mil ejemplares que continuaban llenándose de polvo en la bodega. La respuesta del editor no lo congeló; lo llenó de tórrida furia: "Supongo que los van a triturar para reciclar el papel".

Moore comenta: "Todos sabemos algo que somos incapaces de confesarnos: estamos ante un estado policial en ciernes que se acerca a la pesadilla orwelliana de la mano de una fuerza mucho más eficaz que la Policía del Pensamiento: la policía empresarial. Mientras el gobierno hace redadas de ciudadanos con aspecto de árabes y los encierra sin cargos, la elite empresarial se entretiene idiotizando al pueblo."

El primero de diciembre de 2001, el escritor tenía que hablar en una sala de Nueva Jersey sobre los derechos cívicos de los afroamericanos. Desmoralizado, les dijo a los cien asistentes que no sentía ánimos de pronunciar su discurso. A cambio, les propuso leer un par de capítulos de su inédito Estúpidos hombres blancos. Y les leyó precisamente los titulados "Querido George" y "A matar blancos". Cuando terminó, el auditorio lo recompensó con prolongados aplausos que lo conmovieron hasta los huesos. Salió apresuradamente del recinto para que el público no lo viera llorar. Y regresó a Manhattan convencido de que su carrera de escritor había terminado.

¡SILENCIO!
RATONCITOS MANIÁTICOS TRABAJANDO

"Entonces, sucedió algo milagroso", se emociona Moore. Entre los asistentes había una bibliotecaria de Englewood (Nueva Jersey), llamada Ann Sparanese. Esa misma noche, ella fue a su casa y redactó un mensaje que envió por Internet a todos sus amigos bibliotecarios. También "subió" la historia a dos páginas web dedicadas a temas literarios. Ann exhortó a sus destinatarios a que escribieran a Harper Collins y exigieran que el libro se distribuyera a las librerías. Su llamado se transformó en una reacción en cadena.

Muy pronto el escritor recibió una llamada de la editorial: "¡Estamos recibiendo un montón de correo hostil por parte de bibliotecarios!", lo recriminaron. "Vaya", pensó él, "los bibliotecarios son, sin duda, un grupo terrorista". Semanas después, su agente le avisó telefónicamente que el libro saldría a la venta. Y saldría en su versión original, sin cortes.

"No debería sorprender a nadie que los bibliotecarios fueran la vanguardia de la ofensiva", afirma Moore. "Mucha gente los ve como ratoncitos maniáticos obsesionados con imponer silencio a todo el mundo, pero en realidad lo hacen porque están concentrados tramando la revolución [...]. Les pagan una mierda, les recortan sus subsidios y se pasan el día recomponiendo los viejos libros maltrechos. ¡Claro que fue una bibliotecaria quien acudió en mi ayuda!."

La ofendida editorial decidió que no se imprimieran más ejemplares de Estúpidos hombres blancos, que no hubiera promoción en los diarios, que el libro no se mencionara en la radio y la televisión públicas y que la gira de presentación se limitara sólo a tres ciudades: Ridgewood (Nueva Jersey), Arlington (Virginia) y Denver (Colorado).

BEST SELLER, A PESAR DE TODO

¿Por qué Moore cree en un "milagro"? A pesar de todas las disposiciones en contra, los cincuenta mil ejemplares se agotaron en pocas horas. Veinticuatro horas después el libro figuraba en el primer puesto en la lista de Amazon.com. Al quinto día, iba por la novena reimpresión. Hasta The New York Times, vocero oficioso del sistema, lo ubicó en el lugar número uno de la lista de libros más vendidos de Estados Unidos, donde permanece desde hace varios meses. Y la airada editorial continúa sin hacer publicidad. Moore cuenta que sólo asistió a dos programas de televisión: uno que se transmite a la una de la madrugada y otro que comienza a las siete de la mañana.

"El ostracismo mediático no ha surtido el menor efecto", se alegra el escritor. "El público estadunidense, al que los medios pintan más burro que un canasto, ha demostrado que sabe estar a la altura de las circunstancias, y no hay más que agradecérselo a George W. Bush. Sus acciones desde aquel mes de septiembre han estremecido a todo americano pensante. Este libro ha vendido más ejemplares que ningún otro título de no ficción en Estados Unidos este año. La última noticia que tuve es que iba camino de su 25ª impresión. Ánimo, ciudadanos de este hermoso planeta: puede que, después de todo, haya todavía esperanza para nosotros, los americanos."

En 1983, el periodista argentino –y hoy diputado– Miguel Bonasso estaba negociando en México y Buenos Aires la publicación de su primera novela: Recuerdo de la muerte. "Tengo la impresión de que hay directores y gerentes que editan libros con el mismo criterio que podrían vender mortadela, alambre o calzoncillos", me dijo un día, desalentado porque sus originales continuaban inéditos. Al año siguiente el libro salió a la venta; poco después era best seller. Y no fue porque algún gerente editorial le metió mano al texto.

Muchos de ellos son directivos con amplias oficinas, teléfonos que no contestan, secretarias que responden a medias. Están siempre ocupados, siempre apurados, siempre a punto de asistir a una feria local, estatal, regional, nacional o internacional del libro. Conozco a dos o tres especímenes de esta fauna. Aquí, entre nos: no valen un calcetín usado de cualquier artista suicida.
 

Roberto Bardini, Buenos Aires, 1948, periodista y ensayista, ha colaborado en El Día, Le Monde Diplomatique en español y Cuadernos del Tercer Mundo, entre otros; es autor de los ensayos Tacuara, la pólvora y la sangre y Monjes, merecenarios y mercaderes.