Jornada Semanal, domingo 21 de diciembre del 2003          núm. 459
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS

BÁRBARA JACOBS: HUIRLE A LAS FRASESBELLAS

Todavía se siente en la orfandad pero comienza a tener estructura. Ésa que le da la compañía de las letras y de su voz plasmada en ensayos, cuentos y novelas; ésa que ayuda a Bárbara Jacobs (df, 1947) a esbozar su propia biografía y le demuestra lo mucho que le falta por leer, escribir, corregir y compartir.

Hija de emigrantes libaneses, creció en la casa de sus abuelos con esa extendida tradición de situar a la mujer en un papel secundario respecto del hombre y muchas más lindezas de este tipo. Sin embargo, como por fortuna le tocó un padre insurrecto (combatiente en las brigadas internacionales durante la guerra civil española) logró sumar a su docilidad y complacencia una buena carga de rebeldía mezclada con astucia. Así, en su naturaleza coexisten la sobreprotección libanesa de la madre y la independencia del padre que la dejó crecer con la certeza de que debía equivocarse y aprender por sí misma.

Desde los doce años escribe diarios y los guarda. Y a pesar de que son elementales, al releer aquellos primeros cuadernos advierte ya la búsqueda de respuesta a ciertos asuntos que aún le atañen y no logra aclarar: ¿qué es ser existencialista? o ¿qué es ser de izquierda? Ni falta que le hace conocer las posibles respuestas. Sigue hurgando en ellas.

No sólo quiso ser escritora cuando niña. También bailarina y médico, así que le dedicó tiempo a las tres pasiones. Hizo ballet clásico, luego danza moderna, hasta que la vocación se descartó por sí sola cuando sufrió un accidente que le dañó la espalda. La medicina pasó a mejor vida cuando le dio horror ver un cadáver y se interesó más en conocer los detalles de la existencia del personaje que las causas de su muerte. De manera paralela escribía textos que quisieron ser poemas y narraciones que no sabía si eran cuento o novela.

Descartada la medicina de su horizonte, estudió psicología en la unam para acercarse a un mayor conocimiento del ser humano. Pensaba que si se equivocaba en esta profesión, al menos no ponía en peligro la vida de un paciente. Entonces planteó su tesis sobre la risa: esa respuesta inatrapable, espontánea y única del hombre. La elección no era sin embargo el resultado de una amplia reflexión sino que surgía de un equívoco: la poca información que existía sobre el tema, según ella. El cúmulo de datos y fuentes negó la suposición e hizo que aquel nexo psicología-risa se transformara en una tesis sobre la relación de la literatura y la risa; investigación que planea transformar en un ensayo.

Ya había publicado dos cuentos en el Novedades y El Heraldo cuando en 1970 ingresó al taller de literatura a cargo de Augusto Monterroso. Allí cambió su vida en la ruta personal y profesional. En la primera vía, el escritor guatemalteco se convirtió en su esposo, en su guía, en quien leía todo lo que ella escribía y por lo mismo le daba estructura. En lo profesional, Tito con su taller le enseñó otra forma de ejercer la escritura. Sobre todo, aprendió la importancia de la formación del gusto y del juicio, así como de una tarea que antes para ella no existía: corregir. "Uno tiende a creer que las cosas le salen bien pero cuando lees a tus autores clásicos, te preguntas si ellos, al leer tu escrito, pasarían de la primera línea. Ante la duda por lo realizado uno se relee y busca puntos de vista divergentes. Modificas, aprendes a huirle a las frases bellas y tratas de encontrar tu voz, por más cursi que suene. Esa es la tarea del escritor."

En su formación de gusto y juicio, a Jacobs le han ayudado sus clásicos, leer una y otra vez El Lazarillo de Tormes o el Buscón y ciertas obras de Swift, Flaubert, Pirandello, Stein y Cortázar. Las busca, aprende de ellas y continúa escribiendo, tratando de afinar su propia voz, de volverla precisa. Para ello ha experimentado con Doce cuentos en contra (1982), Escrito en el tiempo (1985), Las hojas muertas (1987) y Atormentados (2002), entre otros títulos.

Y con ese mismo afán persiste en hurgar en la ironía, la ausencia, el dolor y la locura mediante su prosa. Gracias a ella lucha por salir airosa ante la tristeza por la cercana muerte de Augusto Monterroso, su compañero por treinta y dos años; también frente a la tristeza por la carencia de un hijo de ambos, y sin embargo se anima con el proyecto de un viaje en jeep por el estrecho de Bering. Ya tiene candidato pero no sabe si Siberia esté tan civilizada como para encontrar un McDonalds en medio de la nada. "¿Si no, qué hago?", dice con voz frágil, sonríe, y corre a supervisar los cambios que hace en su casa de Chimalistac donde escucha a Tito cantarle cada mañana.