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México D.F. Sábado 20 de diciembre de 2003

Fred Rosen

Los dos caminos microfinancieros

"Una característica propia del dinero es que tiende a convertirse en el centro de la existencia", comenta Alfonso Castillo, director del Proyecto Tesquisquiapan (PT), un plan microfinanciero que intenta construir activos comunitarios con el fin de que su comunidad crezca y reduzca su condición de vulnerabilidad. "Este fenómeno de colocar el dinero como el centro de las decisiones", dice don Alfonso de manera precavida, "también se da entre los financieros de buena voluntad y los financieros populares". O sea, trabajando con dinero, es muy fácil perder el camino social.

Exageraríamos sólo un poquito si dijéramos que hay dos tipos de institución microfinanciera (IMF) en México: las que -con o sin éxito- no quieren perder el camino social, y aquellas que, desde sus inicios, han transitado por el camino meramente financiero. El primer tipo tiene la forma de movimiento social y cuenta con "socios" de la organización. El segundo tipo ofrece servicios financieros y cuenta con "clientes". Ambos declaran tener compromiso con los pobres, el primero desde adentro de la comunidad, el segundo desde afuera.

En el transcurso de las dos pasadas décadas, el sector microfinanciero ha llamado la atención de la gente de los centros de poder económico. En estos centros existe la preocupación sobre los efectos desestabilizadores de la pobreza extrema. De hecho una preocupación por los pobres siempre ha formado parte -aunque una parte residual- del llamado Consenso de Washington. Los peligros políticos de la pobreza sin esperanza han sido reconocidos aun por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que en advertencias proféticas en el transcurso de los años 90, argüía que mientras más se deteriorara la ya dispareja distribución de ingresos, más crecería el descontento político y social, bloqueando cualquiera recuperación de la economía del "libre mercado".

Con esta preocupación, el BID anunció la meta de combatir la pobreza a través del "desarrollo de recursos humanos". Esa meta inmediatamente puso a prueba el modelo neoliberal del banco. ƑCómo puede un gobierno "desarrollar recursos humanos", atender a los pobres y a la misma vez privatizar y desregular la economía y cortar los presupuestos sociales? La respuesta del banco ha sido "las microfinanzas". Hemos visto la promoción enérgica de las IMF, principalmente por las instituciones del Consenso de Washington, que se ocupan de la pobreza en el continente: el BID, el Banco Mundial y la Agencia Estadunidense para el Desarrollo Internacional.

La meta de los banqueros, parecida a los esfuerzos de la "guerra contra la pobreza" en Estados Unidos de hace una generación, es la movilización de los pobres hacia arriba. Hablamos de la redistribución de gente, no de ingresos ni de riquezas, y del intento de transformar campesinos -premodernos- en pequeños burgueses. Las ideas clave son la educación, el cambio de valores, el aumento de la confianza individual, el desarrollo del carácter personal, la habilidad de ahorrar, la gratificación diferida. Las IMF, en este modelo, podrían crear oportunidades para empresarios inspirados e informados -pero empobrecidos. La meta de las instituciones internacionales es resolver la contradicción de la pobreza extrema y a la misma vez, consolidar el proyecto neoliberal. Podrían obtener éxito si la proporción de pobres se redujera a un porcentaje manejable -digamos 20 por ciento de la población- mientras las estructuras de la economía no cambiaran.

Pero hay otro lado del movimiento microfinanciero: el enfoque cooperativo de organizaciones como el Proyecto Tequisquiapan en el cual el objetivo es construir activos comunitarios. Un proyecto que tiene 20 años en los alrededores de Tequisquiapan, Querétero, en el que el PT ocupa los depósitos de sus socios como capital de préstamos, recolectando los ahorros por medio de voluntarios locales ("cajeros"). La organización quiere construir activos tanto financieros y físicos como "humanos y sociales", con el fin de proteger a la comunidad y las familias ante desastres e imprevistos y frente a fluctuaciones normales de ingresos. Prefieren hablar de la "vulnerabilidad" de sus socios en vez de su pobreza en términos de los ingresos.

Otro buen ejemplo del enfoque comunitario es la Asociación Mexicana de Uniones de Crédito del Sector Social (AMUCSS), una red en el Distrito Federal que declara la misma meta de la creación de capital social, cultural e institucional. La clave en ambos casos es la promoción del desarrollo regional, la estabilización de los flujos monetarios familiares y la creación de nuevos recursos comunitarios, reduciendo así su vulnerabilidad. Creen que sus actividades -junto con políticas adecuadas a nivel nacional para promover el desarrollo- son capaces de aumentar la sustentabilidad de las regiones y sectores subdesarrollados y reducir la vulnerabilidad de las comunidades que por largos años han vivido en declive.

Dentro del movimiento microfinanciero convergen varias cosas, inclusive la vocación por la transformación social.

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