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México D.F. Miércoles 17 de diciembre de 2003

Gustavo Gordillo

Construyendo alternativas posibles

Dice Michael Ignatieff que construimos a partir de la constatación de nuestros temores más que sobre las expectativas que nos ilumina la esperanza. Si buscáramos realizar un ejercicio de construcción de alternativas posibles desde la izquierda, desde el progresismo -como las múltiples iniciativas que se vienen impulsando en los últimos meses en América Latina-, habría que inventariar los temores centrales. Tanto de las elites como de los ciudadanos.

Las elites económicas buscan estabilidad y certidumbre. La memoria es fresca todavía de lo que la ausencia de ambas significó y aún significa en algunos países. Los ciudadanos buscan seguridad y bienestar. Seguridad frente a las intromisiones del poder estatal o de otros poderes. Bienestar, es decir, ausencia de pobreza, desnutrición. Sobre todo oportunidades para progresar junto con sus familias. Pero América Latina es la región con la peor distribución del ingreso del mundo. No es sólo un problema de pobreza o hambre que en términos absolutos es en otras regiones donde se concentran. Es que la mala distribución del ingreso sustenta un acceso desigual a otros bienes públicos como la educación o la cultura. Es que la mala distribución del ingreso refuerza una estructura de poder inequitativa que bloquea frecuentemente las iniciativas populares. Es que la mala distribución del ingreso genera una oligarquía de organizaciones desbalanceando las representaciones de intereses legítimos.

Esto se sabe desde siempre. Y aunque el debate ha sido interminable, entre que viene primero crecimiento o distribución, hasta los ortodoxos crecientemente reconocen que en América Latina el crecimiento, el bienestar y la seguridad pasan por una mejor distribución del ingreso.

En condiciones en que, como lo expresara con profunda claridad el presidente Lula, "hay una peligrosa acumulación de tensión entre la opulencia que no reparte y la miseria que no retrocede" el resultado seguro de la falta de políticas de desarrollo activas es el vacío institucional y la exclusión social.

Hagamos un recuento de las movilizaciones sociales recientes en esta región. No hay un solo país que en los últimos doce meses no haya experimentado expresiones de protesta o descontento. La primera consecuencia de la ciudadanía, ganada o reconquistada en los últimos diez o quince años, es la presencia de una sociedad activa y vigilante. Estas movilizaciones son posicionamientos ante los cambios a partir de una estrategia anticipatoria de actores sociales que se sienten afectados, o potencialmente afectados, por el surgimiento de nuevos arreglos institucionales o por el abandono de antiguos.

Dada su propia naturaleza, la movilización social puede ser alentada por mecanismos que facilitan la innovación y la experimentación, y que canalizan el impulso social a partir de acuerdos mutuos basados en una ética de la responsabilidad. Esta ética, que asume los derechos adquiridos como un ejercicio permanente de responsabilidad pública, brinda certidumbres a los distintos actores sobre el curso probable que tomarán los cambios.

El mensaje de todas estas movilizaciones parece, con todo, relativamente claro. Se reclama no sólo tener mayor igualdad de oportunidades, sino que además se rechaza una visión de justicia redistributiva exclusivamente centrada en acuerdos corporativos. Se demanda participar en la toma de decisiones y en su puesta en marcha. Su principio unificador es una visión ampliada de la noción de soberanía popular, que funde el principio de la igualdad -propio del discurso de la justicia social- con el principio del sufragio -propio de la democracia- y supone diversas formas de expresión de autonomía de los actores sociales. En esta visión el principio de justicia se articula con el principio de democracia. La libertad por la que se lucha implica la igualdad de la participación en las diversas instancias de la sociedad y del Estado.

Certidumbre, estabilidad, seguridad y bienestar: cuatro puntos cardinales para un desarrollo con equidad. Casi nadie en el amplio espectro político latinoamericano desde la derecha liberal hasta la izquierda democrática los objetaría. Entonces qué podría distinguir a la izquierda, a una socialdemocracia para América Latina, no para Europa. Me parece que es la manera de abordar su combinación lo que marca la distinción. Lula nuevamente hace una proposición central: "El desarrollo no es un destino marcado, sino una composición delicada de elecciones y posibilidades".

Elegir el combate a la desigualdad social como el centro de una propuesta alternativa. Proponer la solidaridad como concepto articulador en ese combate. Desplegar la deliberación como método de solución de diferencias y contradicciones. Reconocer que no se gobierna por consensos, pero tampoco se gobierna sin acuerdos básicos que deben ser explícitos. Esto es: proponer a los ciudadanos y a las elites, pero también a la gente que por razones de exclusión social no tienen reconocida plenamente su condición de ciudadanos, la construcción de una alternativa de desarrollo sustentada en el despliegue de los derechos humanos.

Nada de esto es nuevo. Pero vale la pena recordarlo de vez en cuando.

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