Jornada Semanal,  domingo 14 de diciembre de 2003           núm. 458

JAVIER SICILIA

MAURICIO SANDERS:
UNA MIRADA AL PAPADO

La figura de Juan Pablo ii ha vuelto a poner en la escena pública la presencia del Papa, como desde el pontificado de Juan XXIII no lo habíamos vuelto a ver. Polémico, incisivo, a veces ambiguo, a veces lúcido hasta el deslumbramiento –hay que leer sus encíclicas y sus cartas pastorales más importantes–, a veces inamovible hasta la intransigencia, Juan Pablo II no sólo es el único hombre de Estado que frente a la imbecilidad de los Bush, de los Aznar, de los Chirac, reivindica lo humano que aún hay en el hombre, sino que en su condición de pastor de la Iglesia más importante de Occidente nos hace preguntarnos por lo que el Papa y el papado es y ha sido a lo largo de los siglos.

¿Qué tienen esos hombres que no dejan de interpelar lo que de divino hay en el hombre? ¿Por qué ningún gobierno (incluso en los momentos más duros del jacobinismo o del comunismo, cuando los reduccionismos del racionalismo persiguieron a la Iglesia –ésa a quien Voltaire llamó "La Infame"– como a una perra rabiosa –pienso en 1789, en las luchas de los liberales por fundar los Estados nacionales, en el odio que Marx le heredaría a los totalitarismos comunistas o en el odio soterrado e hipócrita con el que el nazismo y el fascismo la enfrentarían–) dejó de discutir para bien o para mal con el Papa?

Terribles y licenciosos, como AlejandroVI o santos, como Pedro, Juan XXIII y León XIII; disminuidos por el asedio del racionalismo y del laicismo, como PíoVI y Pío VII o valientes y polémicos hasta la heroicidad, como Pío IX y Juan Pablo II, cada Papa, imagen de Cristo en la Tierra, provoca, como el mismo Cristo lo hizo en su momento histórico, asombro, veneración o irritabilidad. Ninguno de ellos es todo Cristo, pero cada uno de ellos muestra una parte de su infinito misterio y una parte del mal de los hombres que el amor de Cristo redime. Esta constante y maravillosa paradoja puede resumirse en esa magnífica frase que los Padres de la Iglesia acuñaron para referirse a la Iglesia: Casta-Meretrix, y que en el Papa, cabeza de la Iglesia, se refleja.

Ahora que el papado de Juan Pablo II declina, que ha puesto a la más alta figura de la Iglesia en el centro de la atención de católicos y no católicos; ahora que pronto tendremos que enfrentarnos a sus exequias y a la sucesión de la sede de Pedro, es un buen momento para reflexionar sobre el sentido del Papa.

Mauricio Sanders lo ha hecho en un libro que la editorial JUS acaba de publicar, Humo blanco –en referencia al humo que aparece en la chimenea de la Santa Sede en el momento en que el Cónclave de los cardenales reunidos ha elegido Papa.

Lo interesante del libro es que no ha sido escrito ni por un teólogo ni por un eclesiólogo, sino por un escritor que desde su fe expone "las razones que tiene un católico […] para encontrar tan sumamente interesante a la persona del Papa". En él, no sólo las preguntas que he planteado, sino otras muchas, como el origen del papado y sus vicisitudes, se responden de manera sugestiva.

El estilo de Sanders, su manera de abordar el papado, su desparpajo para emitir juicios, comentarios, interpretaciones, en síntesis, su manera de involucrase con el tema, de estar en él, me recuerda en más de un sentido la forma en que Chesterton solía abordar las figuras que la pasión de su fe reclamaba.

Humo blanco es, como todo libro nacido de la pasión de la fe, una hermosa revelación no sólo de la figura del Papa y del papado a lo largo de la historia, sino un encuentro con lo que de humano y divino hay en el hombre y que el misterio de Cristo en la cabeza de su Iglesia devela. Sanders descubre así el gozo de la locura de Dios, el gozo de experimentarlo como Padre, Madre y Amante y frente a eso el peso de sentirse tan indigno de la locura de ese amor.

Delante de esa contradicción, Sanders se para frente a la figura del Papa y al mirar en él el doble rostro de la Iglesia, el de Casta-Merterix, se descubre y nos descubre en nuestros límites y debilidades y, al hacerlo, descubre también el inmenso amor de Cristo que al acogernos nos transforma en la esplendente y maravillosa Virgen que su amor desea.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez y levantar las acusaciones a los miembros del Frente Cívico Pro Defensa del Casino de la Selva.