Los rostros del miedo Jesús Ramírez Cuevas La crisis económica, el desempleo y la inseguridad son las principales preocupaciones ciudadanas en México. Estas aflicciones cotidianas multiplican los miedos: el desasosiego por el futuro o el temor a sufrir asaltos, robos y secuestros. La sensación de inseguridad se extiende a toda la población; los rituales de la paranoia son alimentados por los medios de comunicación y las tragedias conocidas. El mensaje es claro: la delincuencia no respeta condición social, edad ni sexo y la caída de la economía incrementa los riesgos. Los peligros reales o subjetivos que los ciudadanos perciben fragmentan a la sociedad, cambian hábitos y provocan respuestas institucionales. Cada quien le da rostros distintos a sus miedos y pareciera una guerra de todos contra todos, cuyo origen es la desconfianza mutua. Y con ello, también la certeza de que la policía y el sistema de justicia son la otra cara del miedo
"Sacaron mis tarjetas y me obligaron a darles mi número confidencial prosigue, estuvieron toda la noche dando vueltas para sacar más dinero. Todo ese tiempo no sabía qué iba a pasar, era como si me doliera estar viva; me vino un deseo enorme de desaparecer, de dejar de sentir miedo". "Por suerte no me hicieron daño, pero desde entonces no me he vuelto a subir a un taxi. Antes del secuestro eso era algo que veía de lejos, pero ahora vivo temerosa". Perla nunca denunció los hechos. Vivimos en una sociedad atemorizada. En muchos sentidos, México se ha vuelto una comunidad del miedo, la suma de los temores de todos frente a la incertidumbre y la inseguridad. Cada vez más se extiende la sensación de que cada uno se enfrenta solo a la inseguridad, como en un campo de batalla, librando una guerra personal por sobrevivir. Todos nos sentimos vulnerables de alguna manera, indefensos ante diversas circunstancias. El miedo es una respuesta individual ante el peligro; la amenaza, casi un instinto de protección. Pero es la sociedad la que construye las nociones de riesgo, de amenaza, de peligro y genera los modos de responder. "El miedo es siempre una experiencia individualmente experimentada, socialmente construida y culturalmente compartida", afirma la investigadora Rossana Reguillo, del Departamento de Estudios Socioculturales, del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente, en Guadalajara. Son múltiples los miedos, añade: miedo a la tecnología, a la criminalidad, al colapso de la economía, a la violencia, al deterioro ambiental, al futuro... "Todos ellos tienen como constante la desconfianza". Al abordar "las dimensiones del miedo", Luciana Ramos, investigadora del Instituto Nacional de Psiquiatría, explica que éstas "van del temor a sufrir un hecho concreto un robo, un secuestro o una violación hasta el miedo sin forma, subjetivo, que va asociado a la sensación de inseguridad en las calles o en el transporte público, asociado con hechos conocidos de manera directa, por rumores o por información de los medios". "La ecología del miedo" Pero la inseguridad no es la principal preocupación de los mexicanos, antes están la crisis económica y el desempleo (Encuesta Nacional en Viviendas, Consulta Mitofsky, noviembre, 2003). La combinación de las tres multiplica los miedos de la gente. Se asocia al aumento de la pobreza con una mayor delincuencia y, por ende, crece el temor. Ese miedo interiorizado, íntimo, que habita en todos, en parte elaborado socialmente en gran medida a través de los medios de comunicación, genera reacciones particulares y colectivas. Mike Davis, en su libro Ecology of fear, clasifica este fenómeno como "la ecología del miedo". Es el temor individual y social, donde la percepción y las inferencias de peligros reales o imaginarios magnifican su dimensión y alcances. Es expresión de un miedo que condiciona y, en muchos casos, modifica los modos de vida. Se termina la idea de aventura urbana, se va perdiendo la ciudad y se evitan ciertas zonas geográficas y horarios por los riesgos que implican; son espacios que se ceden a la delincuencia. Pero el miedo no es sólo subjetivo, se nutre de hechos concretos. Según la más reciente encuesta del Instituto Ciudadano de Estudios sobre Inseguridad (ICESI), el año pasado uno de cada 10 mexicanos fue víctima de un delito (2 millones de familias), pero sólo 17 de cada 100 casos fueron denunciados. El 87% de los ilícitos fueron robos (más de la mitad en la calle). Diversos estudios detallan los lugares donde la gente se siente más insegura: el transporte público (taxis y microbuses), las calles y las carreteras. El mismo presidente Vicente Fox reconoció recientemente que, según cifras oficiales, 54% de los mexicanos se siente inseguro. En el balance de sus tres años señala que los delitos federales han disminuido y que han aumentado los del fuero común. Con ello descarga la responsabilidad del incremento de la inseguridad en los gobiernos locales. Los estados más inseguros, según la percepción ciudadana recogida por el ICESI, son el DF (83%), Baja California, Tabasco, Morelos, Guerrero, estado de México, Chiapas, Sinaloa, Jalisco y Chihuahua. Ante la desconfianza en la autoridad, la gente dedica parte de su tiempo a cuidarse; crea islas de seguridad en las ciudades (quien lo puede pagar) y privatiza calles (no sólo en colonias ricas, también en zonas depauperadas). Muchos dejan de salir de noche, otros ya no llevan dinero en efectivo, ni portan relojes caros, ni toman taxis ni caminan en las calles de noche. En ese contexto, se multiplica el jugoso negocio de la seguridad privada, con sus fortalezas de protección, guaruras, coches blindados y amurallamiento de calles y fraccionamientos. Para comparar el crecimiento de la industria del miedo, según datos de la revista Expansión, en los ochenta en México apenas había tres o cuatro empresas de seguridad privada; en la actualidad hay unas 3 mil 100 que dan empleo a 350 mil personas. Expertos en la materia calculan que los particulares invierten anualmente mil 600 millones de dólares en seguridad: un gran mercado. Paradójicamente, a pesar de que la mayoría de los mexicanos reconoce los riesgos por la inseguridad, en la vida cotidiana, para poder vivir, niega esta realidad. Luis González Plascencia, en La percepción ciudadana de la inseguridad, plantea que en el temor al delito pesa más la experiencia indirecta de victimización, que la posibilidad de ser uno mismo víctima. González afirma que muchos no recurren a medidas de autoprotección congruentes con su idea de estar en peligro. La batalla de todos contra todos
Como anécdota que ilustra lo anterior, hace unos días un grupo de familias cancelaron un picnic en el Ajusco ante los rumores (nunca confirmados) sobre los secuestros exprés de niños. Se fueron a un parque citadino pero cuando un niño fue al baño sin avisar, la histeria sacudió a las familias. El sentimiento de inseguridad ha cambiado la convivencia familiar y los juegos infantiles. Desde la óptica de Rossana Reguillo, "parece la batalla de todos contra todos: los buenos (nosotros) contra los malos (ellos), que adquieren rostros distintos, según el lugar social en el que se viva y se interprete la realidad". La investigadora jaliscience menciona que hay "distintos miedos: femeninos y masculinos, adultos y jóvenes, de ricos y de pobres". De Interlomas a Neza Un ejemplo de los distintos miedos es el matrimonio Martínez, que vive en un fraccionamiento de Interlomas, una de las zonas más caras del país. El miedo cambió su apacible vida. Ya no salen de noche y las cenas con los amigos las cambiaron por comidas. "Tengo miedo explica doña Margarita de rostros de gente pobre, desarrapada y sucia, porque creo que me van a robar, sé que es un prejuicio, pero así es". A pesar de no haber sido víctimas directas de algún delito, la delincuencia acecha a su alrededor. Dos de sus hijos se fueron de la ciudad por miedo; a un tercero que aún vive en el DF le han robado tres automóviles en dos años, y su hija fue asaltada a media función en un cine de Tecamachalco. Dos de sus amigos cercanos fueron secuestrados por Daniel Arizmendi, El Mochaorejas. A uno de ellos le cortaron las orejas y al otro lo hirieron en el brazo. El primero se fue a vivir a España. El matrimonio Martínez conoce gente "con mucho dinero" que usa chips debajo de la piel o que han contratado guaruras para protegerse. "Vivir con miedo, vigilado por satélite o rodeado de guardaespaldas, no es vida", declara doña Margarita. En el lado chusco de este panorama está el caso de un amigo de la familia que se compró un BMW blindado por miedo a los secuestros, "pero ahora no sabe cómo deshacerse de él dice Javier, empresario medio porque es tan pesado que el motor no sirve y lo deja tirado en cualquier lugar". El matrimonio destaca la intranquilidad de vecinos que han sufrido robos en sus casas a pesar de la vigilancia privada. También cuentan de reacciones extremas frente al miedo: unos ladrones intentaron robar a una familia en una calle privada. Tras desarmar al vigilante, amenazaron a la mujer y su hija. El esposo escuchó los gritos y, como es cazador, tomó su rifle. Cuando los ladrones abrieron la puerta de su casa, los recibió a balazos. Mató a uno y el otro escapó, llevándose a su compañero. Inmediatamente, la familia lavó la sangre de la puerta y cuando llegó la policía media hora después preguntó qué había pasado. La familia declaró que no se había enterado ni había oído nada. Al otro día, se fueron a vivir a Miami por temor a una venganza. Los Martínez explican que entre sus amistades el mayor miedo es a los secuestros, sobre todo de niños. Conocen a familias que, tras un secuestro, quedaron marcadas para siempre. En el otro extremo de la ciudad, en Netzahualcóyotl, uno de los lugares más pobres del área metropolitana, los habitantes también sufren el miedo. Gustavo Cruz trabaja en lo que puede y vive en una casa modesta; aún así, vive con temor a los delincuentes "que se han apoderado de Neza. Están en todas partes dice, casi todos los chavos andan armados". No sólo eso, frente a su casa, a una cuadra del palacio municipal, casi a diario asaltan a los usuarios de un cajero automático. "Da miedo ir a sacar dinero", reseña. "El otro día me quitaron toda mi semana de sueldo. La empresa me deposita y tengo que ir a sacarlo, pero es una aventura de terror". "Acá vivimos con miedo comenta y eso que somos pobres, pero la mayoría no tiene trabajo y se dedica al talón o a la venta de drogas. A cierta hora mucha gente ya no se sube a los micros por miedo a los asaltos. La municipal inició operativos con policías encubiertos, pero el otro día hirieron a uno". Su hermana Marta añade: "En la escuela pedimos dos patrullas para cuidar a maestros, alumnos y padres de familia, porque cada día nos robaban. Nos organizamos y a la salida de clases hacemos guardias. Neza ha cambiado mucho, la gente se encierra en su casa por las noches. Aunque luego dan más miedo los policías estatales, por una infracción de tránsito hasta se roban el auto". Ecosistemas del miedo Lugares comunes que son fuente de miedo son el taxi y el microbús, y tanto usuarios como choferes tienen temor. Son conocidas las historias de pasajeros secuestrados y asaltados en taxis. Del otro lado de la moneda, Juan Carlos García, un taxista con más de 15 años de experiencia, narra: "A mí me han asaltado varias veces, pero sólo me han quitado el coche y el dinero. Mi cuñado, que es dueño de varios taxis, compró cabinas blindadas para proteger a los choferes, pero están muy caras entre 7 mil y 20 mil pesos, según la calidad y no sirven de mucho. Uno de ellos se confió de la cabina y no les entregó nada a los rateros, entonces se bajaron y le dispararon por la ventana". García muestra el radio de banda civil que lleva su taxi desde hace un año. "Por 35 pesos semanales explica nos monitorean desde una central. Esto es mucho más efectivo que las cabinas o que andar armado. De 100 taxis que se han querido robar, con este sistema sólo hemos perdido tres. Cuando pierde contacto la central, se da aviso a los socios y los mismos taxistas van cerrando el círculo hasta dar con los maleantes. Así hemos agarrado a muchos". Hasta la policía tiene miedo Lo más común es que la gente desconfíe de la autoridad, y la mayoría, particularmente los jóvenes, dice temer a la policía. Tal es el caso de Rodrigo, albañil de oficio y punk por elección, quien a pesar de presumir que no le tiene miedo "ni al diablo", confiesa que su mayor temor es que lo detenga la policía, "esos sí son unos malandros, te quitan lo que lleves y si no tienes nada hasta te siembran droga". Como contraparte, a Ernesto Mendoza, policía bancario desde hace 15 años, le preocupa la situación del país: "Hay más delincuentes porque no hay empleo y la gente no tiene cómo mantener a la familia. Tengo miedo de los asaltabancos porque tienen armas más modernas que las nuestras. Cuando salimos de la casa no sabemos si vamos a volver, nuestro trabajo es peligroso, pero aprendemos a dominar el miedo. "Cuando hay un asalto, uno piensa lo peor. Una vez me dieron un balazo porque los ladrones se pusieron nerviosos. Quise sacar la pistola pero ellos eran más. Gracias a Dios, se puede vencer el miedo porque tenemos esta tarea y la tenemos que cumplir. Pero vale más la vida que las cosas materiales". Duda de la eficacia de su chaleco antibalas y se queja de los bajos salarios que reciben, pero cuando a Mendoza se le pregunta sobre el temor de la gente a la policía, responde: "Eso es culpa de los grandes políticos y presidentes que manejaron muy mal el país y usaron a la policía contra la gente, además del sistema de corrupción; para cambiar esto va a tardar su tiempo. Veo que mucha gente está desesperada y no tiene qué comer, eso me da más miedo porque sé que habrá más gente arriesgándose a robar para vivir..." El policía interrumpe la charla y se aleja para ayudar a una viejita a cruzar a calle. Los medios y la construcción del miedo Rossana Reguillo subraya que "la familia, la escuela y, sobre todo, los medios de comunicación, proveen a la sociedad de las imágenes, lugares, situaciones y personas con peligrosidad potencial. Así opera la construcción social del miedo". Sin caer en las teorías que hablan de la manipulación de los medios que alimentan los miedos sociales para crear conformismo y distraer la atención de los principales problemas de la sociedad, la investigadora Luciana Ramos insiste en que a diario los medios contribuyen, a lo mejor de manera involuntaria, a incrementar el temor a la inseguridad y a la violencia. La transmisión de videos en televisión con escenas de brutales torturas a víctimas de secuestro o mensajes de secuestrados a sus familias (como el diputado federal electo Mario Zepahua, luego liberado), tienen un efecto devastador en el público. Qué decir de las escenas de enfrentamientos entre delincuentes y policías, con muertos y heridos. O de los temores que despiertan en las mujeres mexicanas las noticias de las muertas en Ciudad Juárez. Uno de los clímax de esta dinámica informativa fue el seguimiento televisivo de las fechorías de la banda de "la cinta canela", que violó a decenas de mujeres en los microbuses de la capital; la paranoia invadió a los capitalinos y por las noches vació los micros. Para Reguillo, "el discurso social del miedo ubica a los sujetos sociales causantes del miedo y estigmatiza a ciertos sectores, como los pobres, jóvenes e indígenas". Sobre el papel de los medios, Ramos explica que "de manera indirecta éstos difunden información que genera miedos, que a su vez alimentan otros miedos. Por ejemplo, el temor a lo que va a pasar en el país con la crisis económica, la debilidad presidencial, la crisis del PRI, la violencia en la megamarcha. Con todo eso se aumenta el temor de la gente a una revuelta social y al incremento de la inseguridad". Y añade otra vertiente del miedo: "En un sentido más amplio, el modelo económico sería otra fuente de miedos, tanto de los excluidos del mercado y empleo, como de los demás, por las consecuencias sociales que acarrea y que afecta a todos". Conjuros contra el miedo Los miedos generan sus propios programas de acción. Rossana Reguillo describe lo que llama la solución privatizadora, la mágica y la autoritaria: "La primera implica el cierre de espacios urbanos, calles y condominios, vigilancia privada y los servicios que brinda la industria de la seguridad. La segunda se relaciona con las respuestas supraterrenales de ciertas prácticas y objetos, conjuros contra los miedos, saberes tradicionales y religiosos. La tercera es la aplicación de la mano dura desde los lugares de poder gobiernos y sectores empresariales. Otra cara de esta respuesta autoritaria es la justicia por propia mano". "Las tres están vinculadas a la pérdida de confianza en las instituciones y al declive del pacto social, caldo de cultivo de nuestros miedos", define Reguillo. "Todas las respuestas son conjuros contra el miedo: una oración, un guardia privado, una pistola, cumplen funciones confortadoras". Las respuestas gubernamentales La reacción típica de las autoridades es negar el miedo que siente la población. Pero cuando la situación se desborda o es inocultable el enojo ciudadano, toman acciones extraordinarias para combatirlo, como el despliegue de la Policía Federal Preventiva y del Ejército en las urbes; monta retenes en calles y carreteras, y aplica operativos especiales. Pero en muchos casos las soluciones son momentáneas. Así, por ejemplo, ante la guerra del narco en Sinaloa se militariza el estado, pero los traficantes se desplazan a otras ciudades (el "efecto cucaracha") y la batalla entre cárteles continúa. Algo similar ha ocurrido con el despliegue de militares y de policías federales en labores de seguridad pública en ciudades como Tijuana, Ciudad Juárez (donde han continuado los asesinatos de mujeres a pesar de la presencia militar y de que los antros cierren más temprano), Monterrey o Matamoros (sin mencionar los abusos denunciados por organismos civiles). Lo mismo ocurre en la capital. Por ejemplo en Tepito, la policía realiza espectaculares operativos, pero los delincuentes se van a Iztapalapa a continuar sus felonías. El miedo a viajar en microbús obligó al gobierno capitalino a instalar botones de pánico contra los asaltos. Otro ejemplo que parece no haber alcanzado los resultados esperados es el del alcalde priísta de Tecate, que decretó el toque de queda para los menores de edad. O la Operación mochila en escuelas de todo el país, que no ha logrado detener la violencia y la drogadicción entre estudiantes, pero sí ha permitido el escarnio en los medios de unas adolescentes a las que les encontraron unos condones. uuu Luciana Ramos comenta que los gobiernos extreman medidas y construyen más cárceles, pero se ha demostrado en otros países, como Colombia y Estados Unidos, que con ello no se logra bajar los niveles de inseguridad. "Hay que buscar programas de reconstrucción del tejido social, la recuperación de la comunidad, destruida por el miedo y la inseguridad". Por su parte, Ernesto López Portillo, presidente del Instituto de la Seguridad y la Democracia, analiza el miedo como control social, "cuando el Estado reproduce un discurso que provoca miedo para legitimar su intervención en la vida de la sociedad. El miedo genera una aceptación irreflexiva de la mayoría a medidas represivas. Esta práctica está asociada con los modelos autoritarios. "El miedo es un factor de riesgo para la democracia puntualiza. El sistema de justicia es un círculo vicioso porque fomenta la impunidad del crimen. Por eso, las instituciones de seguridad y la justicia representan el otro rostro del miedo". Y como dice Guy de Maupassant, "el miedo
(y hasta los hombres más intrépidos llegan a tenerlo) es
algo espantoso, una sensación atroz, una descomposición del
alma, un espasmo horroroso del pensamiento y del corazón, cuyo mero
recuerdo provoca estremecimientos de angustia".
Arturo Cano
Carmen vive en una colonia residencial al sur de la ciudad de México. Su casa, por así decirlo, es de las más modestas del rumbo. Desde hace seis meses, cuando la asaltaron en su propia casa, le puso rostros al miedo. "Ya sé que es una mala palabra", dice Carmen, dándole vueltas en busca de una expresión adecuada. No la encuentra. Trata de explicar de nuevo su vida "antes": "No tenía miedo de los morenos, ni de los amarillos o los verdes. Después del asalto, sí". El miedo tiene el rostro del gordo que estuvo sentado encima de ella esa tarde, durante dos horas. El rostro del otro hombre que sometió a su hijo veinteañero cuando llegó a casa. Carmen no quiere sonar, digamos, políticamente incorrecta. "Pero, qué caray, dice, fueron los que fueron, unos ladinos". Y el fenotipo de su miedo es un hombre de entre 25 y 35 años, moreno, de ojos cafés y nariz aguileña. Pudo haber sido un güero de ojo verde, pero no. Sólo le falta el "carajo" que no pronuncia pero queda implícito en su tono cuando dice: "Pues sí, le tengo miedo a 90% de los hombres mexicanos". Antes del asalto Carmen "gozaba la ciudad y viajar en el Metro me parecía lo más seguro del mundo". ¿Miedo a un robo, a un asalto en la calle? No lo tenía. "Creía que a mí no me tocaba. Evidentemente, tenemos más recursos que mucha gente, pero no me parecía algo que resultara irritante. Pero mi bajo perfil era una ilusión". En el DF, Carmen llevaba una vida común, de peatona y de viajera en el Metro. "Mis delirios de grandeza los dejaba para cuando andaba fuera, de shopping en Houston o Nueva York". "Te roban la ciudad" Los rostros del miedo de Carmen están en todas partes. "Un hombre de entre 25 y 35 años parado en una esquina, que tal vez esté esperando a su novia o lo que sea, no importa. Un hombre al que antes le hubiera preguntado la hora... Ahora soy capaz de llamar a una patrulla". Nada es igual después de que tu miedo tiene una cara. "Te roban la ciudad", dice Carmen. Pero no pasó en la calle, sino en su casa. Pero venían de la calle... se habían organizado en la calle. Los cambios se han impuesto con la rutina y sólo cuando los enumera le parecen notables. Ahora camina de otra manera, mirando hacia atrás a cada momento y se baja de la banqueta si alguien más ese tipo de hombre sobre todo camina por ahí. Antes del asalto, jura, no le causaban miedo ni las sucesivas campañas por el rating entre las televisoras (a ver cuál muestra el secuestrado más vulnerable, más madreado, el plagiado que grita o llora más). Unos meses antes de ser víctima fue la más fría y eficaz colaboradora de una familia amiga, cuyo hijo sufrió un secuestro. Durante varias semanas, Carmen puso la cabeza fría, a la hora de contratar a los negociadores y capotear a los agentes de la Policía Judicial. Por instrucciones de la familia, por ejemplo, se encargó de pagar los 2 mil dólares, cash y diarios, que cobraba el experto en negociación de secuestros. El joven fue liberado tras el pago del rescate ("esos amigos sí tienen dinero de a de veras, mucho"). Aunque al final se impusieron la madre y los hijos, el padre insistió mucho tiempo en marcharse del país. ¿Y a qué le tiene miedo su amigo ahora? A tener dinero... a que se sepa que lo tiene dice Carmen. Tras la liberación del muchacho, su amigo alquiló varias oficinas y trabajaba días alternados en ellas. Claro, también contrató guardaespaldas. El miedo de sus amigos quizá siga para siempre. Ellos saben quién "puso" al muchacho para que lo secuestraran. Pero no han denunciado ni lo harán. Por miedo. "Cómo va a limpiar el señor" La tarde de su asalto, el mayor temor de Carmen fue que, al irse, los asaltantes se llevaran a uno de sus hijos. "Pensaba que tenía que recordar el más mínimo detalle por si lo secuestraban". ¿Pensó que la iban a matar? Nunca. A su lado la tarde del asalto, amarrada también, Julia, la empleada doméstica, vivió el episodio de otra manera. Forcejeó para quitarse las ataduras y quiso tocar una alarma. Más tarde le contaría a Carmen que ella nomás estuvo pensando dónde le iban a meter el balazo. En eso y en "cómo le iba a hacer el señor para limpiar la sangre en este piso de madera". Finalmente, dice una amiga de Carmen que está presente en la charla, "en esa casa Julia sólo podía perder su vida". Cuando al fin se largaron los asaltantes, Julia se dio el lujo de soltar una crítica a su patrona: "Les dio todo muy rápido". uuu Carmen nació en una tranquila ciudad del norte del país. Su hijo en el DF. Generaciones e historias diferentes. Quizá por eso el hijo no percibe el capítulo igual que su madre. "No generaliza como yo, con esa gente es mala, para él fue simplemente un accidente". El miedo va a pasar. Este ya no jura Carmen. Además del cambio en sus rutinas en la calle, Carmen puso dos rejas más en su casa. La puerta no se abre a nadie, sin corroborar la identidad de quien llama. Con todas las precauciones, el momento más difícil es la hora del baño. "Me siento vulnerable, ¿qué tal si regresan en ese momento?" Por ello, cuando está sola y debe bañarse, encierra a su perro en la recámara y cierra con llave. Me hicieron más centrista ¿Qué es el miedo? Es la fragilidad. Pasa como con ese florero que se te rompe. Lo pegas y aparentemente queda igual, pero se le ven las rayas dice Carmen. El miedo nos desata los demonios. No... Sí, si alguien, por ejemplo, se me pone enfrente del carro, lo mato... Antes ni siquiera hubiera dicho algo así. Pero después del asalto... Me hicieron más centrista... Es muy pendejo eso de pensar que todos los humanos somos muy buenos. |