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P O L I T I C A
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México D.F. Jueves 11 de diciembre de 2003

Miguel Marín Bosch*

ƑPara qué tanto brinco?

En tres semanas México dejará uno de los dos puestos no permanentes que el Grupo Latinoamericano y del Caribe (Grulac) tiene asignados en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Chile habrá de continuar otro año y Brasil ocupará nuestro lugar en el principal foro multilateral encargado del mantenimiento de la paz y seguridad internacionales.

Cuando ingresamos al consejo, el 1Ŷ de enero de 2002, el gobierno nos dijo que era "una oportunidad para revigorizar la presencia de México en los foros multilaterales" y "para poder desempeñar un papel activo en el diseño de la nueva arquitectura internacional". Dos años después vemos que, lejos de participar en el diseño de una supuesta nueva arquitectura internacional, coadyuvamos a socavar lo poco bueno que aún queda a la organización que habíamos venido apoyando desde su fundación.

Desde 1946 se ha debatido en México la conveniencia de participar o no en los trabajos del Consejo de Seguridad. En general, ha prevalecido la tesis de que era mejor mantenerse al margen y privilegiar los trabajos de la Asamblea General. De hecho, entre los miembros originarios de Naciones Unidas, México es uno de los países que menos han buscado entrar al Consejo de Seguridad. En 1946 fue elegido miembro no permanente por un año y en 1980-1981 ingresó al consejo a raíz del impasse creado por las candidaturas de Colombia y Cuba, ninguna de las cuales obtuvo los votos necesarios. Ambos países pidieron entonces a México que ocupara el lugar al que ellos aspiraban. En 1991 obtuvimos el endoso del Grulac para el bienio 1992-1993, pero la negociación del TLCAN nos llevó a retirar nuestra candidatura. En efecto, sólo fue en 2001 cuando México realizó, por primera vez en su historia, una campaña abierta, intensa y costosa para lograr ingresar al consejo. El paso de México por el Consejo de Segu-ridad ha sido muy aleccionador: ha evidenciado cuán limitados son los espacios que tenemos para desarrollar una política exterior acorde con nuestros principios.

En el pasado artículo hicimos hincapié en la gran actividad desplegada por el consejo en estos dos últimos años. La cantidad y variedad de los temas examinados y sus respectivas resoluciones son producto, en gran medida, del fin de la guerra fría y la nueva correlación de fuerzas en el mundo. También identificamos aquellas resoluciones que, a instancias de Estados Unidos, han debilitado la autoridad de la ONU y redundado en detrimento del derecho internacional.

La primera vez que dimos el brazo a torcer fue en julio de 2002, cuando apoyamos la resolución 1422. El 1Ŷ de julio había entrado en vigor el Estatuto de la Corte Penal Internacional (CPI), instrumento jurídico largamente anhelado por la comunidad internacional para poner fin a la impunidad de los criminales de guerra. La ONU había abogado vigorosamente por la CPI y el gobierno del presidente Fox había sometido el Estatuto al Senado de la República para su ratificación. Estados Unidos estaba en contra de la corte y pidió que el Consejo de Seguridad concediera inmunidad a sus nacionales conforme a un procedimiento contemplado en el propio estatuto. Tras discutirse el tema y escuchar opiniones muy contrarias a la petición de Estados Unidos, el Consejo de Seguridad aprobó por unanimidad la resolución en la que se concedió inmunidad no sólo a los ciudadanos estadunidenses, sino al personal de cualquier Estado que no sea parte en el Estatuto de la CPI y aporte contingentes o personal a operaciones establecidas o autorizadas por Naciones Unidas. Por un lado, la ONU se felicitó de la entrada en vigor del Estatuto de la CPI y, por otro, decidió que no se aplicaría cabalmente. Debimos haber votado en contra o, cuando menos, abstenernos. Este año hubo otros votos equivocados: uno fue en la resolución 1487, que prorrogó un año la inmunidad concedida en la resolución 1422, y otros dos votos tuvieron que ver con la invasión de Irak. En todos los casos hicimos declaraciones que nos distanciaron de las respectivas resoluciones. Pero lo que cuenta es lo que se hace, no lo que se dice.

Es obvio que, dada la naturaleza de las cuestiones que se tratan en el Consejo de Seguridad, todos sus miembros, permanentes o no, son objeto de muchas presiones. Es cierto también que especialmente los miembros permanentes tienen sus propias agendas, cuya defensa a veces produce fricciones entre ellos y salpica a los demás. Durante su estancia en el Consejo de Seguridad, los miembros no permanentes suelen tener ocasión de pronunciarse sobre unas tres o cuatro cuestiones de importancia fundamental para la ONU. Y así nos ha ocurrido en estos dos años. Sin embargo, nuestra conducta en el consejo ha sido poco decorosa. ƑPara qué peleamos a República Dominicana el lugar en el consejo? ƑPor qué convertimos nuestro ingreso en una prioridad de política exterior?

En la Secretaría de Relaciones Exterio-res siempre me identifiqué con el grupo que apoyaba nuestra participación en el Consejo de Seguridad. Cuando asumí el cargo de subsecretario estuve de acuerdo con la decisión, tomada semanas antes de mi nombramiento, de buscar un puesto no permanente para el bienio 2002-2003. Pero señalé que deberíamos ajustar nuestra actuación a los principios de nuestra política exterior y a fortalecer a la ONU. En pocas palabras, deberíamos hacer lo correcto. Ahora me doy cuenta de que fue una equivocación. Salimos muy raspados.

Hacia el final de Las buenas conciencias, Carlos Fuentes pone en boca del personaje principal una frase que resume su opinión sobre el sentido de la vida, que quizá nos sirva para describir el bienio que estuvo México en el Consejo de Seguridad: "aquí se viene a rellenar el tiempo que casualmente nos regalaron con palabras rápidas y acciones ligeras".

* Ex subsecretario de Relaciones Exteriores e investigador de la Universidad Iberoamericana

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