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México D.F. Lunes 8 de diciembre de 2003

Hermann Bellinghausen

La palabra lo cura

Ninguna medicina cura sin palabras. Sea racional o mágica, intuitiva, tradicional, holística, antagónica, oriental u occidental, y venga en microdosis o dosis masivas, huevos crudos, palmas benditas, conversaciones largas, salmodias, vibraciones, energía astral, trances. Digamos que etcétera.

Quien habla de curación refiere en principio a la enfermedad, concepto difícil de precisar. De la mente, del cuerpo, del cuerpo social. Se acude a parámetros, criterios, o de plano subjetividades. Si uno se clava por ejemplo en ciertas interpretaciones psicoanalíticas de "perversión", acaba por resultar que todo es perverso: tener o no tener, querer o no querer, hacer o no hacer. Y luego las fobias, las manías, los traumas. Lo perverso Ƒes enfermo? Los analistas no se ponen de acuerdo, y eso es buen síntoma.

ƑCuántas bacterias en el intestino o lípidos en la sangre significan enfermedad? De ahí podríamos adentrarnos en la camisa de once varas de delimitar lo normal y lo anormal. Qué güeva. Sobre todo porque lo más probable es que la diferencia tienda a ser imprecisa. Las familias "normales", si uno las observa con atención, no cantan malas rancheras. Es lugar común, pero viene a pelo recordarlo.

Quedamos en que las palabras curan. Con cuánta frecuencia, del mal de vivir. Marcel Proust, corporalmente frágil e inestable, se aferró a las palabras de la vida (su vida, el tiempo de la memoria) para curarse la entera edad adulta del mal, placentero tantas veces, de haber nacido. El teatro del mundo pudo aplastar invididualidades intensas en cuerpo endebles: Franz Kafka, Bruno Schultz, y ese gran doctor de los demás y de sí mismo, Anton Chejov.

Más recientemente, W. G. Sebald, mago de la memoria, ofrece el alivio, quizá la curación para el pasado alemán, tan mal verbalizado en los últimos 50 años, y que no sólo fue delito sino también sufrimiento y expiación. Su obra (cinco o seis libros publicados entre 1989 y de su muerte prematura en 2001) alcanza también la rememoración de muchos espacios del desarraigo y la vergüenza colonial europea. Con las sencillas armas de la escritura. Hay que leer a Sebald.

El fenómeno sucede no sólo la literatura moderna, no se malentienda. Desde la antigüedad primaria, toda escritura o palabra, dicha en serio (así sea una broma), tiene virtud curativa. Lugar especial mercen los humoristas: ya ven ustedes las propiedades terapéuticas de la risa. Los viajes de drogas poderosas en las diferentes civilizaciones, que tienden a restaurar las armonías interiores, vienen arropados en letanías, conjuros, retahilas, historias.

El poder de la palabra lo han entendido demasiado bien, por desgracia, las grandes religiones. El mal de vivre confluye fácilmente en la necesidad de divinidades. John Lennon diría: "Dios es el concepto por el que medimos nuestro dolor". Cuando lo inexplicable se torna inefable.

La incertidumbre funciona. Ahí están los ateos empedernidos tipo David Alfaro Siqueiros, quien en su lecho de muerte y por si las dudas se encomienda al dios que sea, aplicando con cinismo la apuesta de Pascal. Por si las dudas.

La duda implica lo humano. La certidumbres definitivas son mentira. Las palabras expresan la duda, y en la medida de lo posible, la despejan. La duda no es enfermedad, pero verbalizarla cura. ƑO alivia sólo? Cuántas veces el alivio basta. Es el caso del dolor: quitarlo, aun sin curar, es una sanación en el sentido entero. Se agradece el remedio pues ayuda a vivir otro poco, que es de lo que se trata. Karl Kraus se refugió el horror nazi traduciendo para sí mismo los sonetos de Shakespeare, y tuvo la suerte de morir a tiempo. Por lo demás, Shakespeare es como la penicilina: para lo que sirve, funciona mejor que nadie.

Una mención a los opuestos. El silencio, aparente contrario de las palabras, les resulta indispensable como la oscuridad a la luz, así en la música como en la poesía. ƑQue otra cosa explica la magia de Bach o San Juan de la Cruz? ƑLas revelaciones de la pintura barroca? ƑGiacometti y Brancusi? ƑEl breve poder de Pedro Páramo, nuestra novela nacional, donde el silencio es tan importante?

Las palabras organizan el ruido. Cómo todo principio activo, pueden prostituirse, pervertirse, envenenar, emaciarse. De ello medran la publicidad y la propaganda, hermanas siamesas que hoy hacen desde el poder el peor de los ruidos. Pero las suyas no son palabras, sino eyecciones.

La verdadera palabra se dice nomás; si corre con gracia, canta. Y en cantar va la medicina perfecta. Un himno guadalupano en la basílica, un bolero en la cantina, arias de ópera bajo la regadera. El karaoke incluso.

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