Jornada Semanal, domingo  7 de diciembre de 2003           núm. 457

MICHELLE SOLANO

ÁNGELES EXTERMINADORAS

El humor negro no es un elemento común de la temporada navideña, las obras teatrales que comúnmente se montan alrededor de esta época (como el sobadísimo Cuento de Navidad, de Charles Dickens, o las pastorelas) están repletas de una sensiblería y un humor bastante chatos y a fuerza de repetirse año tras año, terminan por volverse predecibles y de una obsolescencia inenarrable.

Por lo anterior, resulta tan divertido como interesante el estreno de Ángeles exterminadoras, tres monólogos (Cocalina, Chocolate y Feliz Navidad, Julia), del dramaturgo canadiense Yvan Bienvenue, traducidos y dirigidos por Boris Schoemann y que se estarán presentando durante el mes de diciembre en el Teatro La Capilla.

Estos tres monólogos nada tienen que ver con todo aquello que es típico de las historias de Navidad, ni se regodean en los valores que la mercadotecnia decembrina promueve tan bien: la reconciliación, la caridad, el perdón, y todos aquellos menesteres que en este mes son carne de cañón para las campañas publicitarias. Las tres historias que se cuentan son una vuelta de tuerca sobre la Navidad. Nada de redención o júbilo, ni melodramitas baratos donde al final los protagonistas gozan de un pavo o un milagro inesperado que pone fin a lo que apuntaba a terminar mal. En Ángeles exterminadoras actúan María Elena Olivares, María Fernanda García y Talía Marcela. En Cocalina, Olivares elabora un personaje entrañable gracias a su capacidad para hilvanar una historia que va de la ternura a la consternación. La historia quizá sea también la más afortunada de las tres, pues el personaje posee múltiples dimensiones que lo acercan con gran facilidad al espectador.

Chocolate se muestra como un juego cruel de amor y sacrificio; una historia donde la peripecia hace del final un asunto patético y trágico al mismo tiempo. En las manos expertas de una actriz como María Fernanda García, el Chocolate se vuelve una delicia aunque por pequeños momentos su trabajo parece coquetear con el melodrama, lo que quizá pueda distorsionar el efecto de la historia en el espectador.

Feliz Cumpleaños, Julia es una historia completamente urbana: un violador, muchas víctimas y un castigo que además de justo y necesario, es inminente. Talía Marcela ejecuta este monólogo con una energía excesiva, que tal vez sería mejor ir midiendo y dosificando, pues aunque al principio logra captar la atención del público, tanto derroche innecesario de fuerza la debilita y afecta el trabajo vocal y corporal, que son básicos para un actor en cualquier ejercicio escénico, pero cuya carencia o virtuosismo es más evidente en el monólogo.

Ángeles exterminadoras constituye un buen divertimento para esta época, pues no deja de lado la reflexión, pero tampoco la busca por el lado cursi y trivial tan común en estos días de desfiles de refrescos de cola, enormes árboles de Navidad marca centro comercial y sonrisas con sabor a papas fritas y fruit cake.

Presentar estos Cuentos urbanos sobre la Navidad es ya una tradición en Canadá y otras partes del mundo emprendida por Yvan Bienveneu. Boris Schoemann da inicio a la misma tradición en México: el próximo año presentará nuevamente estos monólogos y otros trabajos de dramaturgos mexicanos. La convocatoria fue lanzada por Schoemann, quien está a la espera de más historias sobre la Navidad.

TERCERA LLAMADA

La hoja del espectador ¿es una cartelera (a la que por cierto habría que actualizar de vez en cuando y verificar que los datos sean los correctos) con una embarradita de notas y curiosidades sobre menesteres teatrales (que si los jitomatazos, que si las develaciones de placa, etcétera)? ¿O al revés, una publicación con notas que pretenden ser interesantes y, a la vuelta, una cartelera para que el espectador sepa –por si los periódicos y las revistas cuyo fin es promover las actividades culturales y los espectáculos no le bastaran– qué obras están en escena?

La calidad de la información cada número es más pobre y parece dirigida sólo a los teatreros. ¿Qué no se llama La hoja del espectador, justamente para que sea un vínculo entre los que hacen teatro y los que lo consumen? Al de por sí ramplón contenido hay que sumarle la falta de cuidado editorial: faltas de ortografía, errores tipográficos, gramaticales, de redacción y sintaxis, entre otros.

Ante tal panorama, habría que cuestionarse: ¿para qué y para quién existe La hoja del espectador? Una vez encontradas las respuestas podrían replantearse la forma de continuarla y no estaría mal que, de hacerlo, procuraran hacerla mejor.
 

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