MARCELA SÁNCHEZ IMPERIO Y LOCURA Óscar Ruvalcaba realizó la coreografía Carlota, la del jardín de Bélgica, a partir del personaje histórico de la emperatriz de México, consorte de Maximiliano, cuya presencia abarca algunas de las páginas más agitadas de la historia mexicana. El intento fallido de Napoleón por sacar al Segundo Imperio de la decadencia, aunado a la crisis internas del México independiente, permitieron el absurdo de imponer al país como gobernantes a los emperadores Maximiliano y Carlota. Con este trabajo, Ruvalcaba se propuso explorar los laberintos de la locura, el desasosiego y el abandono. En esta obra, el coreógrafo intenta ahondar en el sentido irracional, caprichoso y lírico que contiene la danza como suceso estético. Y es que para Ruvalcaba la danza parte siempre de un espíritu anárquico, libertario, ilógico. De ahí su tentativa de desconceptualizar las formas y permitir que sea el peso de las acciones lo que les otorgue significado. Así, el personaje de Carlota es también un medio para convertir a la locura misma en símbolo del absurdo que dominó ese periodo trágico y chusco de la historia de México. En esta línea, resultó esencial subrayar la ambigüedad de Carlota: su locura de amor, sus fantasmas, los extremos que tocó a lo largo de su existencia. Del cuento de Carlos Fuentes sobre Carlota, Tlactocazine del jardín de Flandes, Ruvalcaba tomó el tono de irrealidad que domina a la obra. Asimismo, se empeñó en plantear el choque entre la mentalidad de Carlota -educada en el positivismo europeo, el orden y la monarquía- y el violento caos que dominaba la vida de México. El trabajo de exploración que Ruvalcaba y sus bailarines realizaron se concretó a tomar como recurso central una recreación moderna del cabaret europeo de principios del siglo xx. Once personajes, hombres y mujeres que interpretan alguna faceta de la personalidad de Carlota, son, al mismo tiempo, los maestros de ceremonia, el pueblo, la sociedad cortesana local y la europea. Predominan los movimientos dislocados, hombros y caderas que se mueven en aparente descontrol, cuya fuerza radica en la ejecución precisa de sus intérpretes. Torsos desnudos, piernas cubiertas con pantalones de mezclilla y faldas transparentes, maquillaje y peinado ultramodernos, ponen frente al espectador un pastiche fascinante. El mismo Ruvalcaba da inicio al mundo absurdo de esta suerte de revista musical, con la interpretación a capela de la célebre canción "Lilí Marlene", la favorita de los soldados alemanes durante la primera guerra mundial. A través de dieciséis cuadros dancísticos montados a manera de vodevil, la obra recorre la visión alucinada, las pasiones y las manías de Carlota. La música de Throbbing Gristle contribuye a recrear la mirada inquietante del personaje. La maternidad frustrada de la emperatriz se representa por medio de breves fragmentos tomados de las canciones de cuna de Brahms y de De Falla que Carlota baila mientras abraza a un muñeco. El peculiar universo de las cortes mexicanas comparece ante nosotros a través de los extraños personajes, todos ellos danzan junto a la emperatriz y la conducen hacia el inframundo, el lugar de los muertos del culto indígena. La selección musical cumple una función esencial en esta propuesta. Al intercalar la música indígena con la música tradicional mexicana y con piezas de Kurt Weil, de Catalani y de Edith Piaf, Ruvalcaba consigue sostener con eficacia el ambiente enigmático que se propone representar. Es así como Carlota, la del jardín de Flandes, se convierte en una Carlota universal, ciudadana del mundo. Ya sin referentes geográficos, el universo de las pasiones aparece en primer plano. Ruvalcaba logra la autosuficiencia de las imágenes y al mismo tiempo consigue evocar el ambiente de las cortes mexicanas del siglo xix. Para el coreógrafo, sin embargo, la reflexión que se desprende de su trabajo no se detiene en el pasado: abarca la condición del México actual. Entre los bailarines que hacen posible esta escenificación, destacan Tatiana Zugazagoitia, Alma Montaño, Carolina Mojica, Gerardo Nolasco, Edgar Robles, Marcos Santana y Alejandro de León. Óscar Ruvalcaba, coreógrafo
y bailarín, originario de Jalisco, se formó dentro de la
férrea disciplina del ballet clásico. A los diecinueve años
emigra a Los Ángeles, donde continúa sus estudios. Se inicia
como bailarín profesional en Samaniego Dance Gallery y Los Ángeles
Chamber Ballet. En 1985 se incorpora a la Compañía Nacional
de Danza, donde trabaja hasta 1989, al mismo tiempo que inicia su trabajo
coreográfico. En 1991 funda su propia compañía. Ruvalcaba
ha trabajado con el grupo Opus Nigrum en Los poemas de Lucy y con
Tatiana Zugazagoitia en Tarde en Mogador. Otras veces ha sido invitado
por la Compañía Nacional de Danza. Entre los últimos
montajes realizados con la Compañía vale la pena mencionar
la obra Dido y Eneas (2000), estrenada en el Teatro de las Artes
y que este año se presentó en el Kennedy Center de la ciudad
de Washington.
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