La Jornada Semanal,   domingo 7 de diciembre  del 2003        núm. 457
Diario invento
entrevista con Francisco Hernández

Alejandro Alonso

El silencio, la depresión, la soledad y el saberse enfermo, son algunos de los estados imperativos que el poeta Francisco Hernández (San Andrés Tuxtla, 1946) plasma en su libro reciente titulado Diario invento, abril de 1988-marzo de 1999 (Aldus, 2003).

Circunscrito al periodo de tiempo que su título indica, este diario inventar es un ejercicio literario donde la crónica demanda su reino ante el escarceo con la ficción y la poesía. Múltiples anécdotas del vecindario espiritual y físico de Hernández pueblan sus páginas: los gustos y fobias, las banalidades y su manifiesta incomprensión, y fastidio, por lo mundano, así como su paradójica asiduidad y repulsión por los viajes.

Como el cometa que pasa, en Diario invento quedan registrados los artistas, libros, músicos y películas que transcurrieron en ese periodo ya deshojado del almanaque. Por decirlo de alguna manera, resulta circunstancial todo referente, y no existe una intención por destacar un acontecimiento o personaje. A partir de tal perspectiva, el lector bien podría suponer que se trata de un libro plano (y quizá una primera lectura desatenta deje esta impresión), pero me atrevo a pensar que en Diario invento el sentido poético se revela al oficio de la crónica, si a la poesía le concedemos la licencia del escrutinio sin concesiones del alma, donde no se admite el engaño, y mucho menos el autoengaño.

Se advierte en la solapa del texto acerca de la catadura de la crónica: "…al inventar a diario, el primer sorprendido es el autor". En este caso, tengo la impresión de que el propio Francisco Hernández poco imaginó que su persecución de sombras, el leviatán de la depresión y la soledad, el espejo negro de la poesía, se revelaran a través del acto simple y anodino del diario contar.

"Hay que escribir lo que uno cree como una verdad…", confiesa Hernández, con la amabilidad y mesura que le caracteriza al hablar, dentro de su departamento en la colonia Condesa. A sus espaldas, los grandes ventanales permiten asome el cielo contaminado del df.

–¿Por qué la elección de la crónica?

–No hay un propósito, jamás me cuestioné si debía escribir de una manera u otra. Se me apareció y así lo he seguido haciendo. Quizá por limitación describo el color de la tarde, el vestido de una muchacha que pasa. De igual forma abordo las vidas de personas y artistas que me propongo contarlas a mi manera. En estos casos, aprovecho sus circunstancias para escribir sobre mi propia vida, como el personaje Fosca de Ettore Scola, así como de Hölderlin y Schumann.

–¿A qué se refiere con limitación?

–Porque es más fácil narrar un viaje a Buenos Aires o Bogotá que exponer viajes internos. Necesito espacios más largos para comunicarme, por eso entra la narrativa, y no las brevedades que durante mucho tiempo me gustaron, y que no he vuelto a intentar.

–A pesar de esta limitación, sus crónicas poseen fragmentos de suma densidad; encuentro extractos que podrían semejar minificciones, aun dentro de su escritura desenfadada.

–¿En verdad crees que llega a darse esa condensación de la que yo supongo me aparté? En verdad no me doy cuenta, es parte de una forma de hacer y ser.

–Existen algunos referentes en Diario invento, como el tiempo y la temperatura, que le dan densidad a lo que podría parecer un mero acontecer. Es decir, en su manera de contar hay sustancia y una especie de velo para mostrar el proceso. 

–Mi temperamento depresivo es tal que no puedo evitar la afección del tiempo. Ahora que estuve quince días en Buenos Aires, con frío y sólo tres días de sol, acabé con un resfriado. Regresé enfermo. En cuanto a su presencia en mi literatura, lo incorporo de una manera muy sencilla, como una especie de pararrayos. Hay una congruencia dentro de esa incongruencia: como no me gusta viajar, al hacerlo tengo que pagar una cuota que es la enfermedad. Ahí, el inconsciente toma las riendas.

–En este sentido parece que quien está narrando expone su fragilidad, sin mayor preocupación de su desnudez.

–Sí, aunque es muy importante estar lúcido.

–Una lucidez un tanto caprichosa pues parece debatirse ante el caos.

–Claro, el libro Diario invento se muestra como una caja de Pandora, donde cabe todo. Es lo que me gusta del título, ya que permite incorporar poesía o narrar un viaje. Lo que sea. Ese caos debe estar regido por cierta lucidez para que se vuelva abordable.

–También, la lucidez parece un esfuerzo para aprehender la sombra, incluso en el pretexto de los viajes que se detallan. 

–Como el libro de Adelbert von Chamisso La maravillosa historia de Peter Schlemihl, donde un hombre le vende su sombra al diablo y no sabe en los problemas que se va a meter. De alguna manera andamos buscando esa sombra. Otro libro que quiero traer a la memoria es Una sombra donde sueña Camila O’Gorman, de Enrique Molina; la primera vez que lo leí fue en un estado de exaltación. Molina cuenta la historia de un personaje real a manera de ficción: de una mujer que fue perseguida por haberse casado con un sacerdote, en el ’19, y mandada a capturar y fusilar por su padre, el dictador Rosas. Se trata de una prosa poética y delirante, llena de imágenes y metáforas, de muchas referencias a lo imposible hechas posibles en la pluma de este hombre. Esas son las sombras de quien hubiera querido ser y no soy.

–Pensando en este asunto de la sombra, la poesía es como un espejo negro donde el escritor reconoce su propia turbiedad.

–Sí, un espejo negro donde te reconoces pero no estás viendo nada. Ahora estoy releyendo El libro del desasosiego de Pessoa, y me encuentro con un personaje que es y no es, Bernardo Soares, y que a fin de cuentas nos habla de cómo vivía Pessoa. Por eso es un semiheterónimo. No se trata de Álvaro de Campos que tuvo una vida apartada de Pessoa, hasta una escritura distinta. En éste, Pessoa se planta frente al espejo y aparece Bernardo Soares, que es Pessoa. Hay una frase formidable en la primera página: "si el corazón pudiera pensar, se detendría", ahí esta el genio del portugués en una sola línea y al inicio del libro, qué manera de sacudirte, el desasosiego, su congruencia desde el comienzo del libro.

–En la crónica se da constancia de la presencia de una persona en el mundo, pero en este volumen, con todas sus paradojas, una vez que se lee, da la impresión que quien lo escribió no está ahí. Este carácter también se ve en los diversos personajes del libro.

–Sí, existe un solo personaje pero con varios nombres, o apodos, y aparece indistintamente, lo que propicia la confusión. Es parte de ese caos regido. Otro tipo de historias quedaron incompletas, y no sé por qué; es el caso del fragmento dedicado al doctor Alzheimer, quien llega a establecer una relación erótica con una enfermera.

–A pesar de estas ambigüedades, queda la constancia de estados poco halagadores como la soledad, la enfermedad y la dependencia a los fármacos.

–Desde niño no dejo de estar enfermo. No recuerdo bien qué cosa es la salud. Necesito fármacos para dormir desde hace treinta años, y antidepresivos desde hace diez. No lo puedo evitar y tampoco me interesa hacerlo. La enfermedad y los fármacos terminan por incorporarse como elementos literarios en mi escritura de manera natural. Es uno y su circunstancia.

–Incluso su relación con las mujeres parece ir de acuerdo a los fármacos.

–En un viaje que hice a Praga, terminé sin poder caminar. Necesitaba que me inyectaran vitamina B. Entonces mi compañera tuvo que hacerlo, jamás había pinchado a nadie en su vida. Para colmo, conseguimos una jeringa de menor tamaño para la dosis que necesitaba; tuvo que inyectarme doble cada vez, diez en total.

–En este reconocimiento de la enfermedad, otra contradicción es la posibilidad de elegir un sitio más acorde a su salud y optar por una ciudad como el df.

–Definitivamente, la ciudad que más me gusta para vivir es esta. He pensado mudarme a otro sitio pero siempre regreso a la cloaca. En parte, porque somos tantos que acaba imponiéndose el anonimato. Puedes caminar sin conocer ni saludar a nadie. Es parte de un equilibrio, de una tranquilidad que deseo.

–¿Qué diferencias encuentra usted entre Diario invento y sus trabajos anteriores? 

–El libro tiene partes autobiográficas y otras inventadas. Pensé que todo, en su conjunto, podía ser atractivo, pero no fue así. De los veinte libros que he publicado, es el primero que no gana una sola reseña.

–¿No será que causa reticencia el mostrar la vida cotidiana de quien asume su soledad, depresión, angustia, precisamente en una etapa de vida en la que se pondera el equilibrio? Hay fragmentos crueles del libro, por ejemplo cuando advierte: un amigo bien me decía: los viejos sólo damos asco y dinero.

–Sí, hay crueldad en algunas partes y esa crueldad empieza conmigo. Asumo que después de los cincuenta años comienza una vejez sin dinero, y que sólo queda el asco. Esa es la crueldad y el primero que se la lleva encima soy yo.