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México D.F. Domingo 30 de noviembre de 2003

Un relato, una charla y una confesión

Jorge Cocom, escritor maya y universal

ARTURO JIMENEZ

Don Gregorio Pech, viejo chamán maya, conduce a sus nietos por el monte, las cuevas y los caminos de Calkiní. Les cuenta historias maravillosas llenas de sabiduría. Pero en esta ocasión debe tomar una decisión fundamental. Ha estado pensando al respecto y deberá echar los maíces mágicos para que lo orienten sobre qué hacer.

Entre los niños va Jorge Cocom Pech, de diez años. Es él a quien quizá más le intrigan e interesan los relatos del abuelo, sus secretos antiguos. El pequeño -callado y retraído en comparación con sus primos- recién había vencido una carencia que lo hacía sentirse limitado: no sabía ver sus sueños. Cuando su abuelo se enteró, le dijo: "Yo te enseñaré a soñar".

No era la primera vez que don Gregorio le enseñaba algo. Ya antes le había ayudado a descubrir el lenguaje de los insectos y los secretos escondidos en muchas cosas de la naturaleza, desapercibidas para otros.

Su abuelo se detuvo bajo un árbol. Por fin, después de varias ceremonias y reflexiones previas, don Gregorio sabría, con la ayuda de los granos de maíz, a quién debería heredar una tradición oral que venía de 11 generaciones anteriores a él y que constaba de unas 600 historias y más de 50 ceremonias iniciáticas.

''No te preocupes'', parecía decir el viejo chamán al observar el temor y el asombro en el rostro de su nieto. Don Gregorio acababa de comunicarle, a solas, que él, Jorge, era el elegido para recibir esa infinita herencia de palabras.

Además, le había dicho que, por primera vez en la historia de la familia, los conocimientos antiguos deberían ser escritos con base en los caracteres y la fonética del idioma castellano. Había llegado el momento de compartir con todos la visión del mundo de los mayas de Calkiní.

Ocho años después, ya en mayoría de edad, el joven Jorge Cocom Pech, quien apenas había hecho algunas notas apresuradas, preguntó a su abuelo cuándo debería comenzar a escribir todas las historias, ceremonias, rituales y consejas que le había heredado.

''Tendrán que pasar dos katunes'', le respondió. Como cada katún equivale a casi 20 años, deberán pasar unos 40 años a partir de haber sido elegido heredero de la tradición oral familiar.

Ahora, pasados los dos katunes, el escritor bilingüe (maya-español) Jorge Miguel Cocom Pech ha publicado el libro Secretos del abuelo (Mukult'an in nool), con prólogo de Miguel León-Portilla y comentarios de Carlos Lenkersdorf, entre otros.

Cocom es agrónomo y presidente de la asociación civil Escritores en Lenguas Indígenas. Fue consejero estatal electoral de Quintana Roo y asesor del Instituto Quintanarroense de la Cultura. Su libro lo editaron la UNAM y el Tribunal Superior de Justicia del estado.

Lo que sigue son planteamientos de Cocom, en su propia voz.

Cómo llegué a la literatura

No creo en los mandatos, pero mi abuelo Gregorio me eligió y preparó para que escribiera lo que, de generación en generación, se guardó a los ojos de quienes condenan nuestras ceremonias, rituales y consejas.

Yo tenía mucho miedo. La mera verdad, había una disputa entre mi padre y mi abuelo porque el primero quería que fuera a la escuela y, con el tiempo, me convirtiera en un profesionista.

Y mi abuelo, después de haber descubierto quién debería de escribir la tradición oral, quería que nos fuéramos al monte durante mucho tiempo para practicar las ceremonias de preparación. A él lo preparó su abuelo durante la Guerra de Castas.

Mi abuelo hablaba con una profundidad filosófica y una riqueza de imágenes en ese entonces inusitada. De niño me atemorizaba recibir todo aquello y, sobre todo, tener que grabármelo. Ahora que ya reflexiono la lengua y escribo todo aquello que me dio, puedo decir: él fue mi primer maestro de filosofía y de poética.

Me relató más de 600 historias y me preparó en más de 50 ceremonias. Secretos del abuelo (Mukult'an in nool) recoge apenas seis relatos y sólo están descritas dos ceremonias. Mi abuelo murió en 1985 y no alcanzó a ver el libro. Preparamos otro libro, que sería el segundo de una serie de varios: Un lugar para leer el arco iris (Xoc-chéel).

Yo, que tengo como lengua materna un idioma indígena, entiendo que es la raíz, que esas palabras son las raíces del alma. Creo que sí es posible que se articulen los rasgos literarios de la palabra antigua con la literatura contemporánea.

Aunque tengamos elementos de la teoría literaria occidental, que es importante conocerlos, la traducción al español pasa sin perder el sentido y la emoción con que vestimos las ideas de nuestra tradición oral.

Yo no soy de los que afirman que tenemos que seguir con la tradición oral sin transponerla a la lengua castellana. Seríamos egoístas si esa riqueza de emociones, imágenes y ritmos se quedara nada más en nuestras lenguas indígenas.

Escribimos, sí, para quienes hablan con nosotros la lengua indígena, pero también escribimos para otros interlocutores, para la sociedad occidental.

No somos, como se nos había dicho durante mucho tiempo, lenguas minoritarias rezagadas, sin cultura y sin cosmovisión. No, al reflexionar nuestras lenguas desde la literatura occidental, vemos que también tienen valores universales, y estructuras y formas. Todas las lenguas tienen su propia gramática, estilística y pragmática.

ƑQué tenemos que hacer los herederos de la tradición oral? Aprovechando los giros idiomáticos de nuestras lenguas y conociendo la teoría literaria occidental, ofrecer a la gente que se interesa en nosotros -que cada vez son más- un trabajo con valores universales.

Trasponemos la oralidad a la literatura

La comarca de donde provengo, Calkiní, durante la época prehispánica se llamó Ahkanul. De ahí proceden varios de los textos mayas de mayor importancia literaria, herbolaria, geográfica y medicinal. En Calkiní hay dos documentos importantes: el Códice de Calkiní y la Carta de los diez caciques al rey Felipe II, fechada en 1561.

A cuatro kilómetros de Calkiní se encuentra Dzitbalché, donde se publicaron Los cantares de Dzitbalché, textos de valor literario. A ocho kilómetros de Calkiní, rumbo al poniente, en Nunkiní, según lo refiere Ramón Arzápalo Marín, Juan Canul escribió El ritual de los Bacabes. Es un conjunto de oraciones de carácter medicinal vinculadas a la herbolaria. Desde luego, tengo el Chilam Balam de Chumayel en maya y cada vez que lo leo lo disfruto.

Todo este bagaje histórico, geográfico, herbolario y literario lo hemos vinculado ahora en la tradición oral, que es la palabra ambulante que ha transitado en el tiempo. Nosotros escribimos a partir de ahí.

Nosotros escribimos desde la colectividad, desde la voz de nuestros ancestros. Desde ahí estamos recuperando conjuros, historias, consejas, y las trasponemos a la poesía y a la narrativa.

Nosotros escribimos no solamente asidos al pasado. Los pueblos indígenas están en la lucha, insertos en la modernidad. Y también escribimos entreverando ese pasado con la contemporaneidad.

Es muy probable que las voces que tenemos a veces tiendan a la individualidad. Pero no podemos aislarnos de las voces colectivas, no se puede: corazón y espíritu están muy ligados.

Por eso decía mi abuelo Gregorio: tu corazón es el guardián de las palabras, no su cueva, porque tus palabras estarán ahí para alojarte eternamente. Esto, que viene de las voces colectivas, tiene un sello personal cuando uno lo traspone a la literatura actual.

Queremos ser mercancías y no hombres

Una vez había conflictos en mi tierra, con el gobernador de Campeche. Quería que se cultivara de manera intensiva el henequén, pero hubo resistencia de los campesinos a ese programa. Decían:

Si se corta el monte, si se corta la tierra en grandes extensiones, Ƒde dónde vamos a sacar terrenos para sembrar el maíz?, Ƒa dónde irán los pájaros y sus cantos, los venados? Se alejarán de nosotros. Y las voces de los animales son las voces nuestras y son originarias.

Se provocó un conflicto que dividió a la población: los mestizos querían que el programa se llevara a cabo, y nosotros, los indios, nuestros abuelos, no queríamos.

Y no era porque nos resistiéramos a vivir mejor, sino que había otras cosas más importantes: no desligarnos de nuestro origen: el cultivo del maíz, parte de nuestro cuerpo y alma.

Le pregunté a mi abuelo qué íbamos a hacer, de qué lado nos pondríamos. Y él me respondió: el amor alarga la vida, el odio la acorta, el amor perfuma el alma, el odio la pudre y no produce vencedores.

Secretos del abuelo (Mukult'an in nool) pretende que el lector, al penetrar en sus páginas, sienta un gozo espiritual. Eso es lo más importante: el cultivo del alma, del espíritu, tan necesarios en una sociedad incierta y en la que cada vez queremos ser mercancías y no hombres.

El libro tiene el mérito de estar recuperando lo que 11 generaciones atrás se vinieron transmitiendo de manera silente y ahora se las heredan a los mayas contemporáneos que estamos escribiendo.

Algunos de nuestros escritores en diversos idiomas indígenas, dada la universalidad de su poesía y narrativa, ya están trasponiendo las fronteras de México para participar en festivales internacionales. Hay un renacer de nuestras lenguas antiguas.

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