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México D.F. Miércoles 19 de noviembre de 2003

Robin Cook*

Una prueba de influencia

El águila ha aterrizado. La primera visita de Estado a Gran Bretaña en un siglo por parte de un presidente estadunidense ha comenzado. Parte del problema con las visitas de Es-tado es que el ceremonial tiene prioridad sobre el contenido. Las rondas sociales que transcurren del banquete de Estado en el palacio de Buckingham a la cena en la embajada estadunidense desafían los sistemas digestivos de los políticos, mas no sus intelectos. Ciertamente es una costumbre curiosa que el protocolo los obligue a sentarse tan lejos unos de otros que no pueden hablar de nada serio.

Sin embargo, incluso una visita de Estado debe dar alguna oportunidad para que el primer ministro Tony Blair y el presidente George W. Bush tengan tiempo de hablar, sobre todo ante la existencia de temas que deben sacarse a colación, si es que la visita va a justificar que se movilice a la décima parte de toda la policía británica, para garantizar la seguridad.

ƑQué debería estar apuntando Blair en su libreta en cuanto a las prioridades que deberán resolverse en los próximos días? Lo más urgente es asegurar un compromiso de Bush para que acate el reciente dictamen de la OMC, que exige que se eliminen las tarifas proteccionistas que ha impuesto a nuestras exportaciones de ace-ro. Entre las muchas ironías de esta visita es que coincide con la fecha límite para que Estados Unidos acepte el dictamen o enfrente medidas de represalia de la Unión Europea. Sería muy extraño que a un año que comenzó la alianza entre Gran Bretaña y Estados Unidos en una guerra termine con ambas naciones como contrincantes en una contienda comercial.

Este martes escuché a sir Christopher Meyer desahogando su frustración, porque al mismo tiempo que una parte de la administración Bush trabajaba con el ejército británico planeando la invasión conjunta a Irak, la otra parte se ocupaba de diseñar un ataque unilateral contra la industria acerera británica. Sir Christopher fue nuestro em-bajador en Washington cuando yo fui secretario del Exterior, y sé cuán comprometido está con nuestra relación trasatlántica.

Tony Blair tiene que advertirle al presidente Bush que la lealtad del más convencido partidario de esta relación se estará sometiendo a una presión imposible si la Casa Blanca republicana daña los intereses económicos de Gran Bretaña y, al mismo tiempo, le exige apoyo para los intereses estratégicos de Estados Unidos.

Pero Bush debe eliminar los aranceles sobre el acero no sólo debido a los especiales ruegos británicos. Washington no puede ser un defensor creíble del comercio internacional en los foros globales si actúa como un campeón del proteccionismo do-méstico en estados como Pennsilvania, que se caracterizan por sus cambiantes tendencias electorales. Después de las dos conferencias de la OMC en Cancún quedó demostrado que el mundo ya tiene un reto muy grande al intentar lograr acuerdos Norte-Sur, como para que además dos de los principales bloques comerciales del norte terminen en una confrontación.

El segundo tema prioritario en la lista de lo que Blair debe tratar con Bush puede copiarse del reciente memorándum de Do-nald Rumsfeld en el que admite que existe el riesgo de perder terreno en la guerra contra el terrorismo. La invasión a Irak fue un objetivo espectacular en dicha guerra. El pasado domingo Bush le afirmó a sir David Frost que Irak es un "frente en la guerra contra el terrorismo", lo cual es una admisión reveladora viniendo de un hombre que hace sólo seis meses proclamó que la conquista de Irak fue una victoria sobre el terrorismo. Ha quedado demostrado que el servicio de inteligencia británico fue sumamente preciso al asegurar que la ocupación de Irak abriría el paso a Al Qaeda y estimularía a Jihad Islámica.

La situación no mejorará ante el despliegue de fuegos artificiales de las fuerzas ocupantes estadunidenses, que más bien parece calculado para incrementar el apoyo a las guerrillas en lugar de eliminarlo. Si yo fuera ciudadano iraquí, llegaría a la conclusión de que la decisión de bautizar la actual ofensiva estadunidense como Operación Martillo de Hierro refleja el hecho de que la intención de los ocupadores no es ganarse mi corazón ni mi mente.

Ninguna guerra de guerrillas puede ganarse con misiles guiados por satélite, no importa qué tan impresionantes puedan verse sus explosiones en el canal Fox de televisión. El muy acertado, aunque tardío, anuncio de que Estados Unidos piensa acelerar el traspaso de la autoridad de Irak a los iraquíes quedará sin efecto si mientras tanto Washington opta por una escalada en la fuerza militar que emplea contra la población local.

La instintiva preferencia que ha mostrado la administración Bush hacia las medidas de castigo se ha convertido en una verdadera amenaza, y funciona como barrera que im-pide aislar a los terroristas pues promueve que éstos consigan apoyo popular. La semana pasada David Bolton, uno de los principales neoconservadores del gobierno de Bush, desestimó los intentos de Europa por negociar con Irán al afirmar: "Yo no uso zanahorias". Blair debe convencer a su huésped de que si sólo usamos "el palo" se extenderá el terrorismo en lugar de contenerlo.

El presidente Bush sólo ganará la guerra contra el terror si, por acuñar una frase, es igualmente duro contra las causas del terrorismo. Esto lleva de manera lógica a lo que deberá ser el siguiente tema en la agenda de Blair, que es recordarle a Bush que él prometió que si ayudábamos a derrocar a Saddam él ayudaría a implementar el mapa de ruta en Medio Oriente. Pero lejos de avanzar en la aplicación del plan de paz, Bush ha permitido que la tensión entre israelíes y palestinos se convierta cada vez más en un conflicto de Estado permanente.

Es notable que la semana pasada hayamos visto críticas más abiertas sobre las peligrosas políticas de Ariel Sharon por parte del actual jefe del estado mayor israelí y de antiguos directores de la agencia israelí de seguridad que del presidente de Estados Unidos. Si cuatro ex directores del Shin Beth pueden advertir que la construcción de que la nueva pared divisoria provocará hostilidad y prolongará el conflicto porque Israel se está apropiando de territorio palestino, es difícil entender por qué Washington no puede ser igualmente duro en su crítica a políticas del gobierno israelí que violan flagrantemente el mapa de ruta.

Ninguno de los temas que he sugerido es incompatible con los intereses de Estados Unidos. Es en interés de los consumidores y empresarios estadunidenses que no nos enfrasquemos en una guerra comercial creciente. Es en interés de las tropas estadunidenses que no se les pida que pongan en práctica tácticas que incrementen el apoyo a los terroristas. Deliberadamente he omitido sugerencias que pudieran ser deseables pero que representarían un salto demasiado grande para la actual administración del presidente republicano.

Por ejemplo, el gobierno está tan saturado con la influencia de la industria petrolera texana que sería superfluo fustigar a Bush, entre el canapé y el café, por sabotear el protocolo de Kyoto. En algún momento habrá un gobierno estadunidense que no mande al diablo los derechos de las generaciones futuras y se preocupe más por el calentamiento global que por los dividendos trimestrales de Halliburton; pero esa administración no es ésta.

Antes de la invasión a Irak se nos dijo que tomando parte en la guerra tendríamos más influencia sobre Washington. ƑQué puede ser una mejor muestra de dicha influencia que se logre garantizar una agenda igualmente benéfica para los intereses británicos y estadunidenses antes de que Bush parta el viernes próximo?

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca

* Robin Cook fue ministro del Exterior de Gran Bretaña y este año renunció a su puesto como presidente de la Cámara de los Comunes en protesta por el apoyo que el gobierno de su país otorgó a la guerra contra Irak.

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