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México D.F. Miércoles 19 de noviembre de 2003

Se inaugura la muestra Un siglo y a volar en el Museo Universitario del Chopo

Los papalotes, epicentro para las remembranzas de varios artistas

Incluye obras de diseñadores, fotógrafos, escultores y pintores de diferentes generaciones

La exhibición busca sintetizar la vocación de pluralidad de ese espacio cultural

ARTURO GARCIA HERNANDEZ

No hay duda de que en la vida de muchos adultos los papalotes están ligados con algunos recuerdos, generalmente de infancia y no necesariamente felices. Tal vez el papalote o cometa sea el juguete universal por antonomasia. No parece existir en el mundo otro objeto que le haga competencia en ese terreno.

Una de las tantas versiones que existen sobre su origen cuenta que fue inventado 600 años aC por un artesano chino, inspirado en el vuelo de un halcón. Lo contruyó de madera y bambú y lo hizo volar durante tres días seguidos. Desde entonces se ha revestido de significados múltiples y diversos: consuelo para el atávico anhelo humano de volar, símbolo de libertad, artefacto mágico, emblema de la infancia; y lo mismo se le ha considerado objeto artístico que utilizado como instrumento científico e inclusive militar.

Idea de Helen Escobedo

El Museo Universitario del Chopo concluye las actividades de este año con la exposición de papalotes Un siglo y a volar. Se trata de una idea que tuvo Helen Escobedo cuando fue directora de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, pero no le dio tiempo de concretar. Sin embargo, fue retomada por Alma Rosa Jiménez, actual directora del recinto, a la hora de programar las actividades para conmemorar 100 años del edificio que alberga al museo. El propósito, además de celebrar, fue realizar una muestra que sintetizara la vocación de pluralidad de ese espacio, convocando a diseñadores, fotógrafos, escultores y pintores de diversas generaciones y tendencias estéticas.

Martha Papadimitriou, curadora en jefe del Chopo, resalta que en la muestra -que se inaugura hoy- ''coinciden artistas que nunca habían convivido en un mismo espacio, con lenguajes absolutamente distintos, pero todos con ganas enormes de hacer cosas''.

Teresa Cito -artista de origen italiano y participante en la exposición- comparte y reflexionapapalotes chopo_ok3 sobre su obra: ''Cada quien tiene en el alma la imagen de un papalote, al igual que la de un paisaje, un mar, etcétera. Yo tengo el mío. Por esta razón me fue muy natural llevar a cabo este compromiso con el Museo del Chopo. Las casualidades jugaron un papel importante en el proceso. Por razones familiares debí viajar a Florencia al mismo tiempo que tenía que hacer el papalote. Allí busqué una fabriquita de este artefacto. Me enseñaron los modelos que tenían; ninguno me convencía porque yo quería un avioncito. ƑPor qué un avión? La niña que tengo me dijo: acuérdate cuando estábamos en guerra y los aviones brillaban y tronaban y todos alrededor tenían miedo, todos menos tú. A ti te gustaban. Te parecían objetos voladores fantásticos. Después de años volviste a ver estos mismos objetos. šQué alegría, ahora son papalotes!"

Pablo Amor no tiene anécdota específica, pero sí puede evocar sobre todo una atmósfera y un estado de ánimo relacionados con los papalotes: ''Tengo recuerdos gratos, de cuando uno volaba papalotes en esta ciudad en la temporada de vientos. Había competencias y si uno perdía su papalote, pues sí se sentía triste. Pero para mí son recuerdos gratos".

Anhelo cumplido

Cuando fue convocada a participar en la muestra, Gilda Castillo advirtió que en su infancia no hubo un papalote: ''Lo más que tengo es la imagen de la explanada del estadio de Ciudad de Universitaria, pasaba por ahí cuando iba con mis padres en automóvil a Cuernavaca y veía gente volando papalotes y me parecía algo muy atractivo. Entonces mi recuerdo de un papalote se reduce a ese anhelo de volarlos, que tal vez ahora cumplo".

Con los papalotes, Gabriel Arévalo -otro artista participante- rememora a un anciano: ''Durante una época yo daba clases en Tabasco a indígenas chontales. Una vez les enseñaba a hacer un papalote con papel de China y un señor de más de 90 años me dijo cómo los hacía él cuando era niño. Tomaba una hoja de almendro, que son redondas y grandes, las ponía a secar en planito, entre dos periódicos, le ponía sus varitas y su hilo cáñamo. Entonces lo intentó hacer para ver si era cierto y, špor supuesto que vuela! Me di cuenta que ese era el principio de cualquier papalote en el mundo. Quise hacer uno así para el Chopo pero no conseguí una hoja suficientemente grande".

Lo primero con que Nunik Sauret asocia al papalote es con ''la libertad de volar y con toda esa magia que implicaba el que una estructura tan delicada pudiera volar tan alto. Afortunadamente, a mi generación todavía le tocó poder salir al campo, a las explanadas antes de que existiera este asentamiento, y tener la libertad de correr con el papalote.

''Recuerdo que había concursos de construcción de papalotes. Eso me daba gran felicidad. El contacto con el papel de china, la estructura. Creo que los papalotes tuvieron que ver con mi elección de las artes visuales como espacio de libertad."

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