Jornada Semanal,  domingo 16 de noviembre de 2003           núm. 454

JAVIER SICILIA

UNA MIRADA AL ARTE SACRO

El arte sacro, como todo verdadero arte, es una apertura al misterio, pero con una característica más: es una apertura al misterio cristiano. En una imagen sagrada las cosas recobran la armonía espiritual que el mundo tuvo antes de la Caída. Hay en ella, dice Merton, "una misteriosa combinación de cualidades religiosas y artísticas que rara vez se encuentran hoy". Y es que el arte sacro, al igual que el mundo, se ha degradado. Al ir perdiendo sus cualidades fundamentales está espiritualmente muerto. Hoy en día no me atrevería a llevar a un amigo no católico a un templo. Me avergonzaría de que vieran sus estatuas y sus vitrales. El carácter sentimental, a veces kitsch, de ellos terminaría por reforzarle las antipatías modernas que hay hacia la fe católica.

No sucede eso cuando el no católico se topa con el arte bizantino o con los magníficos frescos de la capilla Sixtina. Lo que el no católico le reprocha a nuestra fe no es su contenido, sino la manera en que hoy en día se expresa. En este sentido nadie discutirá que el cristianismo a lo largo de su historia ha tenido escuelas y tradiciones que son universalmente aceptables. La primera es precisamente el arte bizantino que es la raíz del gran árbol del arte sacro. Los iconos no son representaciones, sino aperturas al misterio. Están hechos para la contemplación y son el resultado de ella. Baste mirar el cúlmen medieval de esa tradición, La Trinidad de Andrei Rublev –con la que Andrei Tarkovski concluye su película sobre ese genio ruso–, para saberlo.

Estarían después los primitivos italianos como Fra Angelico, el Giotto y Cimabue, que abrieron la contemplación al misterio de la simplicidad y la inocencia espiritual de la vida cristiana; y los contemporáneos de Rublev, como Masaccio, Van Eyck y Grünewald, que nos revelaron la parte humana de la Encarnación y del peso del sufrimiento de Cristo, hasta llegar a los maestros del Renacimiento: Rafael, Miguel Ángel, Leonardo y el misterioso Uccello.

A partir de entonces comenzó una gran decadencia del arte sacro que condujo a las atrocidades de los siglos posteriores. Es como si el lento desalojo de la espiritualidad y el centramiento del mundo en el yo autoperceptivo y evaluador de la realidad, que se fijaría con Descartes y su famoso cogito, hubieran ido socavando el misterio espiritual del mundo y del arte.

Ya desde el barroco, como bien lo señala Merton, "los santos comenzaron a tomar en el arte actitudes de ópera y a verse rodeados por nubes rosadas de querubines". Llenos de colorete y de gestos compungidos y sufrientes, desembocaron en los horrorosos Sagrados Corazones del siglo xix y en esa joya moderna de lo desagradable que es El Cristo de la misericordia, en la que un cristo afeminado hace brotar de sí unos rayos color pastel, que lejos de comunicar el inmenso fuego de su amor lo único que comunica es la mediocridad espiritual de nuestro siglo.

El barroco, sin embargo, logró momentos magníficos. Si Bernini y el Greco pudieron atraer la mirada moderna, fue porque el primero, en sus grandes éxtasis –el de Santa Teresa y el de la Beata Ludovica Alberoni– logró extraer de la realidad del eros expresiones intensas de la vida del espíritu; y el segundo creó las bases el expresionismo, que en el siglo xx permitiría el surgimiento de Georges Rouault.

El arte sacro –es lo que enseña su decadencia a partir del barroco– no está destinado a ser esclavo de la realidad, es decir, vuelvo a Merton, "a proporcionar una representación precisa de las formas materiales. No es sólo una copia de la realidad visible. Por el contrario, el arte sacro [como nos lo enseñan sus más espléndidos momentos] tiene como misión la difícil tarea de comunicar [a través de las formas de lo visible] una realidad espiritual invisible y oculta".

Al igual que la Creación de Dios en su finitud revela el infinito del que emana, el artista sacro debe revelar en la finitud de sus formas la luz espiritual de la que toda verdadera creación participa.

Por ello, los que tratan de reflejar emociones espirituales en los rostros de los santos, de los cristos y de la vírgenes, tienen resultados muy malos. El propio Bernini (hay que ver el querubín del Éxtasis de Santa Teresa para darse cuenta a lo que me refiero) o el Greco no escapan a esta pésima influencia del velamiento de lo espiritual en el mundo.

Para ver a un gran artista mexicano de arte sacro contemporáneo hay que ver la obra de Jonathán Guevara, quien con una mirada moderna ha recuperado las grandes lecciones del arte bizantino. ¿Un ejemplo de su obra? El sagrario del templo de Jesús Maestro, en Guadalajara, y el Cristo del Santuario de la Virgen de Guadalupe, en Durango.

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva y esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez.