La Jornada Semanal,   domingo 16 de noviembre  del 2003        núm. 454
Miguel Ángel Muñoz

Rafael Canogar: entre la realidad y la memoria

La pintura de Rafael Canogar (Toledo, España, 1935) es una propuesta estética situada entre las fronteras de la sensibilidad y de la razón. Su búsqueda estética ha sido radical y arriesgada; esto lo convierte en un artista independiente. La radicalidad con que Canogar ha corrido los riesgos de su aventura, su indiscutible decisión de llegar al límite, sin tener miedo al vacío o la caída, seguro de sí mismo y su obra, son un ejemplo claro de intrepidez moral y artística. Bien lo apuntaba Juan Eduardo Cirlot en 1961: "La obra de Canogar se desarrolla con una coherencia extraordinaria en un período peligroso, en el cual la tentación de realizar informalismo per se ha llegado a sobreponerse muchas veces, incluso en artistas dotados, a las esencias pictóricas." La obra de Canogar sorprende, es material, poética; no es idea sino sensación de vibraciones cósmicas que manifiestan lenguajes. Su aventura plástica aún no termina y, en plena madurez, el artista no deja de evolucionar, de crecer con obras cada vez más sorprendentes.

En 1957 inicia una nueva aventura estética: funda con varios jóvenes artistas el grupo El Paso, convirtiéndose en un miembro activo en la organización de exposiciones y de textos que describen la propuesta artística del grupo. Aunque más que un movimiento estético, El Paso fue una búsqueda constante del contacto con la modernidad: el informalismo. Fue el grito de libertad política, ideológica y cultural con que las nuevas generaciones europeas que se conocieron, y reconocieron en él la importancia de señalar y cicatrizar la herida de las dos guerras mundiales, el ocaso de las ideologías, y, en el caso de España, el desastre de la guerra civil y los dominios de la dictadura. El informalismo se múltiplica en diversas manifestaciones no sólo en Europa sino también en América: el Action-Painting en Estados Unidos, el Arte-Otro francés o El Paso en España, son fruto de ese compromiso radical en buscar una voz inédita, que se encuentra reflejada en cuadros tremendamente expresionistas que desean huir de sus raíces más primordiales, pero que, al mismo tiempo, quieren localizar lo terrible de su identidad. Lo apocalíptico de estas obras de ser puramente estético para cumplir una función pictórica. No es exagerado llamarlo contradictorio: en momentos consagra, en otros, condena.

Entre 1957 y 1962, Canogar –ya en 1956 había expuesto en París en la Galería Amaud– desarrolla un arte plenamente abstracto-informalista en el que pueden verse composiciones que se caracterizan por la interacción entre el fondo, más o menos homogéneo desde el punto de vista cromático y unas formas, casi siempre planas, de entornos muy nítidos. El negro es para Canogar un color fundamental para crear formas, y que suele contrastar con el del fondo y coadyuva a señalar la existencia de distintos niveles espaciales. El color se apoya en una estructura y se considera como única función de una totalidad concreta: el cuadro. Su obra pasa de un "experimentalismo empírico a una concepción informalista", como lo apuntó acertadamente Cirlot. Al principio, las formas negras cubren gran parte de la superficie pictórica; en cambio, a mediados de 1960 disminuyen las formas plasmadas en el ámbito pictórico. Utiliza una gama cromática amplia, resaltando los efectos de contraste entre formas de color, que posteriormente se verán con más claridad.

El proceso de madurez que marca un punto muy importante en su trayectoria se da entre 1963 y1975; el artista descubre un dominio por la figura humana y por la atmósfera plástica. El cuerpo y las secuelas de la guerra civil española convergen en un mismo camino; su definición es múltiple. Se apropia del lenguaje de masas, de los periódicos, de la publicidad, y toma un camino paralelo al del pop anglosajón para utilizar todos estos elementos contra la represión que sufre la España de esos años. Es heredero directo de Goya y de su grito de denuncia sin retórica. Oscila entre la realidad y la imaginación; las pinturas y esculturas de este periodo ponen al descubierto el momento histórico que vivía el artista en ese tiempo; quizás como él mismo lo dice: " Era el momento de aventurarme a realizar otro tipo de discurso pictórico." Canogar sabe que España no es sólo un país trágico, sino también un territorio que reclama libertad, en el sentido más estricto de la palabra. Obras como: Composición, 1971, El caído, 1971, El arresto II, 1972, El yacente, 1973, Mutilados de guerra, 1974, Restos arqueológicos, 1974, y Pintura, 1975, son un despliegue de descubrimientos, una excavación en esos "cementerios culturales" que le llevaron a crear un discurso plástico comprometido con su tiempo. No hay en estas piezas un contenido explícitamente político, quizás por ello resulta de un impacto visual mayor para el espectador. Los protagonistas son un grupo de personajes o un individuo en solitario, que tienen como marco referencial lo cotidiano, sin localización precisa. El regreso al negro, el descubrimiento de nuevos materiales como el poliéster y la madera le dan vida a estos personajes anónimos sin rostro en una escena, que no tienen referencia en la realidad, pero que impactan de inmediato.

Por otra parte, la irrupción de esta etapa artística de Canogar –que lo llevó a ganar en 1969 la Paleta de Oro en el Festival Internacional de la Pintura, Cagnes Sur-Mer, y en 1971 el Gran Premio de la Bienal de Sao Paulo, Brasil– es la negación de utilizar el arte como instrumento político; pero tampoco cae en el arte puro o vacío, sino trasciende las formas y abre las puertas a las leyes de la repulsión y la atracción. No predica: revela los acontecimientos. Pasa de la crítica social a la crítica de su pintura como elemento no sólo social sino también como parte de un entorno cultural, político e histórico. La ferocidad de sus múltiples imágenes, la encarnizada bestialidad del óleo La parturienta, la brutalidad estética de Retrato de un perro nos descubre a un pintor apoderado del sentimiento de la miseria humana. El sentimiento de agresión contra todo un país es el tema de sus piezas, pero son, al mismo tiempo, la búsqueda de una respuesta. Su realidad ya no es invisible, no escapa; ha dejado de ser una pregunta estática, inmóvil; Canogar le ha dado sentido. Esa misma realidad nos agrede y nos reta, y Canogar le respondió a todo un sistema político con las armas del arte. Entendió la frontera donde el artista termina y empieza la conciencia histórica, lo colectivo, que estaba en continuo movimiento. Y lo dejó de manifiesto en su exposición en el Museo de Arte Moderno de la Villa de París, en 1975, y ese mismo año en Sonia Haine Fundation de Oslo.

Otra gran época creativa de Canogar se inicia en los años noventa.Ya en estos años su trayectoria artística no es sólo reconocida en España sino en todo el mundo. Las exposiciones retrospectivas se multiplican en diversos países europeos y en España.

Canogar pinta todas las variantes de una invención plástica. Cada obra es un campo de batalla, una memoria abierta; todo símbolo cambia continuamente: son encarnaciones momentáneas. Dentro de los cuadros de Canogar la oposición es cambio de figura y forma. Tiempo después renueva su lenguaje, se inicia un nuevo periodo, la obra gravita. Es decir, enmarca otras cualidades, construye dimensiones más sensibles y, al mismo tiempo, más abstractas. Esto contradice o bien sorprende por la anulación del espacio, que es la anulación de las formas. Me parece que Canogar invierte el tiempo: la materia se vuelve metáfora, música discordante, punto de quiebre entre lo antiguo y lo moderno. 

Su pintura es una respuesta espontánea a la realidad de nuestro momento histórico; se advierte en todas sus épocas un encuentro y desencuentro con el arte moderno. Cada cuadro del artista es un signo del espacio; cada símbolo es forma. Cada una de las obras de Canogar es, como un vacío interminable, un signo diverso y poético del espacio que me lleva a imaginar una trayectoria artística capaz de transformarse y nacer sin rasgos estéticos ni límites históricos. Pocas veces en la historia del arte un artista puede reinventarse a sí mismo como lo ha hecho Rafael Canogar a lo largo de estos más de cincuenta años de producción plástica.