Jornada Semanal, domingo 16 de noviembre del 2003        núm. 454

LAS CRISTIADAS Y SUS SECUELAS

Fueron muchas las secuelas dejadas por las guerras cristeras en la región centro occidental del país. No todo terminó en 1929. Por el contrario, muchas cosas se iniciaron, muchas heridas quedaron abiertas y muchos temas pendientes. Los famosos arreglos firmados por el Episcopado (recordemos que varios jerarcas se negaron a participar en ellos y algunos los condenaron abiertamente, pronunciándose por la continuación de la contienda. El arzobispo de Durango, González y Valencia y el obispo de Huejutla, Manríquez y Zárate, fueron los principales enemigos de los arreglos) y por los personeros del Jefe Máximo, dejaron muchos cabos sueltos y se convirtieron en una masacre de cristeros que acudían a las mesas de amnistía, entregaban su caballo y su rifle y, ese mismo día, eran venadeados por la soldadesca, por la policía rural o por las defensas agrarias. El mismo jefe del Ejército Cristero del norte, el militar profesional, ya para esas fechas convertido en "cruzado de la causa", Enrique Gorostieta, fue sacrificado por alicuijes del siniestro cacique potosino, Saturnino Cedillo quien, unos años más tarde, se presentó al novelista inglés Graham Greene como el "pacificador" de la región cristera. La narración de la visita de Greene, recién convertido al catolicismo, a la hacienda del "señor de la guerra", está en el libro Caminos sin ley que fue objeto de la persecución de un grupo de "intelectuales" priístas que lograron sacarlo de un buen número de librerías. Muchos años más tarde comenté con Greene, en una reunión de apoyo a Torrijos en Porchester Hall, lo que le había sucedido a su libro. Con sorprendente sinceridad me dijo que no había captado en sus textos una serie de matices de la complicadísima situación mexicana. Me reiteró su desagrado por la figura brutal de Cedillo (le dije que coincidía con sus juicios) y habló largamente sobre uno de los personajes de su novela El poder y la gloria, el militar garridista, casado con la narradora de hagiografías, que soñaba con una sociedad más justa y libre de prejuicios y de dogmatismos. "Mi oficial creía en una utopía laica, amaba la libertad y oficiaba en el altar de la diosa razón", me dijo, abriendo así una cantidad enorme de matices, de contradicciones y de peliagudos temas de ética y política. Cuando releo la novela de Greene les pongo caras a los personajes. El militar garridista tiene la vigorosa apariencia bigotuda de don Pedro Armendáriz, Henry Fonda es el cura fugitivo y doña Dolores del Río y Gabriel Figueroa están a cargo de la estética propuesta por el maestro Ford.

En muchas cosas estoy de acuerdo con los puntos de vista de don Jean Meyer sobre las guerras cristeras. Hace poco lo escuché en un programa de televisión y llegué a pensar que algunos de los matices del problema se le escapan como se le ocultaron al novelista inglés. Meyer no trata a fondo el tema de las secuelas del conflicto y de la forma en que incidieron en los aspectos agrarios y educativos. Yo nací en 1934, el año del breve levantamiento de Lauro Rocha, y mi familia ya había pasado por las dos cristiadas, la primera tan abrumadoramente popular y la segunda tan manchada por las atrocidades, el descarado bandolerismo y las crueles venganzas (Goitortua nos habla de estos extremos en su "Pensativa"). Mi abuela, católica de Pedro el Ermitaño, siempre habló con terror de las partidas asesinas y robavacas de la "segunda", así como se refería con admiración a los "santos padrecitos", a Gorostieta, Degollado (los "santos" eran los desalmados curas Vega y Pedroza, personajes esperpénticos y, por lo mismo, interesantísimos) Navarrete y el mítico "catorce". Los remanentes cristeros se opusieron al reparto agrario, se enfrentaron a los agraristas y desorejaron a un buen número de "maestros socialistas". La Legión o Base, el sinarquismo, el Muro, los tecos, el Yunque y otros grupos del secreteo y la conjura, fueron algunas de las organizaciones que se mantuvieron –y se mantienen– en vida y que constituyen la columna vertebral de una extrema derecha que cada vez se acerca más a la derecha empresarial que nos gobierna y sueña con hogueras, autos de fe, desorejamientos y otras medidas necesarias para "instaurar el reino de Dios en la tierra" o mejor dicho, "Construir la Jerusalén eterna con barro mexicano" (Jaime Castiello dixit).

Tiempos terribles los de las cristiadas y sus secuelas. En las fotografías vemos los racimos macabros de cristeros colgados en los postes del telégrafo, los fusilamientos y las torturas, los desorejamientos, las misas de campaña y los militares trepados en los púlpitos o blanqueando los retablos barrocos. Las guerras religiosas superan en crueldad a todas las guerras que en el mundo han sido. Por eso debemos analizar con rigor y viendo todos los matices y contradicciones, esa convulsa etapa de nuestra historia y, lo que es más importante, ver los polvos de aquellos lodos que mueven y levantan, cada vez con mayor fuerza, los remolinos fundamentalistas.
 
 

HUGO GUTIÉRREZ VEGA
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