La Jornada Semanal,   domingo 9 de noviembre  del 2003        núm. 453
EL SECRETO DE AQUILES

El profesor Coleman Silk, protagonista de la novela La mancha humana, de Philip Roth, inicia su curso de literatura griega y latina con estas palabras: "ƑSaben ustedes cómo comienza la literatura europeaij Con una riña. Toda la literatura europea comienza con una pelea." Entonces el profesor toma su ejemplar de la Ilíada y les lee a los estudiantes los primeros versos, los más famosos: "Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquilesij" Para Coleman Silk "la cólera funesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Orco muchas almas valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves", se enciende por una ofensa trivial y machista. Las consecuencias son infinitas.

Silk continúa: llama al héroe "el más inflamable de los hombres salvajes y explosivos que escritor alguno disfrutara retratando; allí donde su prestigio o su apetito estuvieran en tela de juicio, se convertía en la más susceptible máquina asesina en la historia de la guerra".

Es verdad. Este es el poema fundamental de nuestra civilización, y la figura impulsiva y briosa de Aquiles lo preside. Silk se da cuenta de cuál es el meollo de la destrucción de Troya, tan poco evidente en la mayoría de las interpretaciones.

Aquiles, cuyo valor inquietaba al mismo Apolo, es el más intrépido de los sitiadores. Un guerrero que peleaba por las mujeres pero no dudaba en usar su fuerza contra ellas. Amó a Pentesilea agonizante, el único ser del mundo que se parecía a Patroclo; fue una suerte de viudo de Ifigenia; el compañero de juegos de Helena, y en algunas versiones, su último esposo, el marido espectral que reina junto a ella en la isla de Leuké. Pero las mujeres, quienes sean, pueden sucederse unas a otras como estaciones en la batalla. Es la guerra lo que le importa.

"Cara de perro y corazón de ciervo", llama al rey Agamenón cuando la ira lo enloquece. Sabe que su vida será corta y exige a sus padres, Tetis y Zeus, que a cambio de cumplir su destino y morir joven le sea otorgada la gloria. Y por supuesto muere, con la flecha apolínea en el talón, nimbado por la gloria que ansiaba.

Roberto Calasso escribe hasta qué punto estos hombres eran conscientes de su destino. "Para los héroes que combatían por Troya, la vida no era algo que pudiera ser salvado. No disponían ni de una palabra para decir Ņsalvaciónņ, a no ser Ņpháosņ, luz", refiere. También dice que en un momento oscuro de su historia, un momento inenarrable porque no pudo ser recogido por las canciones y aún no existía la escritura, los griegos "escogieron la perfección sobre la fuerza". Al leer la Ilíada, esta elección se mantiene velada.

Ya la clarividencia de Simone Weil nos había revelado en su ensayo La Ilíada o el poema de la fuerza quién es la auténtica vencedora en la guerra de los aqueos y los troyanos: no es Aquiles, pues perderá a Patroclo. No es Héctor, el más humano de los guerreros que pueblan los versos del poema, arrastrado por los tobillos, la negra cabellera en el polvo. Tampoco Ulises, el estratega amparado por Atenea, quien deberá emprender el peligrosísimo viaje de regreso a Ítaca apenas termine la guerra. Mucho menos los guerreros, las mujeres y los niños de Troya devastada. La auténtica vencedora de ésta, y de todas las guerras, es la muerte. Y la muerte, lo sabemos tú que lees esto, yo que lo escribo, es invencible. Lo supo Aquiles, cuando arrastraba el cuerpo de Héctor alrededor de la hoguera de Patroclo, pues Patroclo no volvió a la vida a pesar de los jóvenes troyanos degollados en su honor.

Pero esta certidumbre, que creo es el núcleo de la narración, no se revela a través de las palabras de Aquiles en la Ilíada, sino en la rapsodia onceava de la Odisea. Ulises interroga a los muertos, pues quiere saber si algún día regresará a su casa. Abre un hoyo y en él vacía sangre de las reses: los muertos se acercan, entre ellos Aquiles. Ulises quiere hablarle del recuerdo de sus hazañas pero Aquiles dice őy es aquí cuando se revela su secreto, y la perfección de la enseñanza homéricaő: "No intentes consolarme de la muerte, esclarecido Odiseo: preferiría ser labrador, servir a otro, a un hombre indigente que tuviera poco caudal para mantenerse, a reinar sobre todos los muertos." Esta tímida versión (Segala y Estalella) es la que tengo; he leído en otra cómo dice que preferiría ser esclavo de un porquero, a ser rey de los muertos.

šAy! šDemasiado tarde!