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México D.F. Viernes 7 de noviembre de 2003

Horacio Labastida

Poder moral contra corrupción

En el instante en que el naciente capitalismo hizo sentir sus crecientes retos al antiguo régimen surgieron resistencias y protestas contra las injusticias multiplicadas por todas partes. Para la prístina burguesía el peso del Vaticano expresaba limitaciones casi insuperables, y resultó indispensable tratar de echarlo predicando la independencia religiosa en las comunidades agrícolas y artesanales, y este propósito de las nuevas clases mercantiles y obrajeras irritó a Jacobo I, monarca inglés a partir de 1603. Las anunciadas comunidades religiosas, dijo, "armonizan con la monarquía como el diablo con Dios", porque "si no hay obispo, no hay rey", fulminando así las propuestas no papistas en la era de los primeros Estuardos. En lugar de tranquilizarse hubo exaltaciones. El Parlamento Largo y sus puritanos burgueses comandados por Oliverio Cromwell (1599-1658) dieron jaque a Carlos I, dueño del trono entre 1625 y 1649 como sucesor de Jacobo I. La revolución inglesa y sus cabezas redondas capitaneadas por Cromwell lograron ejecutar en Londres al rey (1648), acusado de criminal social. Es indudable que la república inglesa y el Lord Protector fueron caldo provechoso a la reforma puritana inglesa y a un protestantismo del Commonwealth de gran trascendencia en el mundo. El capitalismo redujo la influencia del Vaticano, se tonificó con la ideología de Lutero y Calvino y abatió a la nobleza feudal con los acuerdos entre burguesía y nueva nobleza, o sea los terratenientes que se hacían comerciantes y fabricantes. Este éxito florecería con la victoria de la Gloriosa Revolución, que abrió las puertas de palacio a Guillermo III y María II (1689), así como a la corriente constitucionalista inspirada en la vieja Magna Carta (junio 15, 1215) y a los entendimientos entre lores y comunes.

En esa cuna histórica del capitalismo importa ahora subrayar que los entrelazamientos de nobleza y burguesía no engañaron a las masas; por el contrario, los levellers o niveladores de John Lilburne (1618-1657) y los diggers o cavadores (1649-1650) de Gerrard Winstanley (c. 1609-c. 1660) exigieron -sobre todo el segundo- que la república fuera un régimen capaz de poner fin a opresores y oprimidos y generar libertad y justicia social; exigían además autoridades elegidas por mayoría, y el derecho a deponerlas si no cumplían con el pueblo. Estos acontecimientos históricos muestran que al lado del poder político del poder económico existe un poder político del poder moral, y que el poder moral es fuente del poder político comprometido con las demandas del pueblo. Es en el fondo el "mandar obedeciendo" del zapatismo chiapaneco.

Desde aquella segunda mitad del siglo XVII hasta nuestros días se han repetido y repiten las tensiones dialécticas entre poder moral y poder económico. Si este último toma el poder político se formalizarán gobiernos de minorías acaudaladas. Si el primero se impone, el poder político connotará equidad económica y cultura de los supremos valores humanos, concepciones que se hallan, sin excepción y por igual, en las grandes luchas revolucionarias de finales del siglo XVIII que en las de México en 1910, Rusia en octubre de 1917, China en 1949 y en la ejemplar Cuba de 1959. En todas el poder moral del pueblo buscó purgar la corrupción y realizar en la historia el bien común. En la Cuba contemporánea se está forjando el hombre nuevo que sustituye la lógica de ganancias del capitalismo depredador, lógica contraética que por su parte alimenta al neoliberalismo global que la alta burguesía de la Casa Blanca trata de imponer con sus fuerzas militares a la población del planeta. Afortunadamente en nuestro tiempo, el poder moral da la mano a una humanidad noble y generosa, mientras en México el gobierno de la capital de la República y su jefe Andrés Manuel López Obrador han izado las banderas de la honestidad contra la generalizada corrupción que lo agobia con pactos secretos entre intereses extraños y gobiernos del país. En una atmósfera terriblemente inficionada por Fobaproas, partidización del IFE y otros asuntos no menos penosos, López Obrador se niega a entregar el patrimonio público a los que se asumen como dueños del Paraje San Juan, en Iztapalapa, con base en una sentencia y un procedimiento apoyados en documentos sospechosos. Con el aplauso de la población, la Corte enderezó el entuerto de su presidente Mariano Azuela y decidió revisar a fondo el negocio que ofende a la sociedad. Esperamos los ciudadanos comunes y corrientes que nuestros ministros no olviden que atrás del llamado Paraje San Juan está planteada la negación moral de los defraudadores de la hacienda del pueblo.

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