El llano en llamas Alberto Vital A Anamari Gomís
y a Claudia Guillén,
Pero, ¿cuáles son las preguntas que vuelven la conmemoración por el medio siglo de El llano en llamas mucho más que un ritual, mucho más que unas literarias bodas de oro? ¿Cuáles cuestiones son valiosas a la vista del libro? La primera sigue siendo la más rica, la más necesaria: ¿cómo fue que Juan Rulfo concibió y ejecutó tejidos tan perfectos? La segunda tiene que ver con la relación entre el breve volumen y el presente: ¿qué nos dice hoy este puñado de piezas magistrales? No agoto aquí ninguna de las dos ni planteo otras decisivas. Llevo años intentando responderlas. En cambio, propongo algunos rápidos enfoques, que tal vez inciten a nuevas lecturas y rompan lugares comunes que estaban a punto de consagrarse en la historia literaria. El título El llano en llamas ha sido ampliamente analizado. Menos atención recibe la dedicatoria, que es una declaración de principios: "A Clara." Estas lacónicas seis letras permiten al menos dos lecturas. Por una parte, son un reconocimiento a la persona que más influyó en la vida de Juan Rulfo y que más lo ayudó para que las condiciones materiales y emocionales de cada día fueran mucho menos duras de lo que habían sido hasta entonces. Por otra, si reunimos las dos palabras y las juntamos con el título, nos quedamos con lo siguiente al abrir el libro: "El llano en llamas aclara...". ¿Qué aclara El llano en llamas? Aclara cada uno de los proyectos y cada una de las promesas de la Revolución mexicana en su estado actual hace cincuenta años. ¿Y qué es la Revolución mexicana? La Revolución mexicana es la conflictiva confluencia de dos vertientes simultáneas la social y la liberal de la modernidad: el país iba a incorporarse por fin al "banquete de la civilización" y a sincronizarse con la grandes naciones, mientras realizaba principios de justicia, de igualdad, de atención a los campesinos y obreros que estaban produciendo la riqueza con su trabajo. El llano en llamas aclara, con gran dolor, que la vertiente liberal encarnada entonces por el presidente Miguel Alemán desdeña y deja peligrosamente de lado a la abundante y fértil población originaria. Los cuentos de Jorge Luis Borges van exponiendo uno por uno los atributos del Dios de los Padres de la Iglesia en caso de que al menos uno de tales dones se depositara en un ser humano: la memoria perfecta en "Funes el memorioso"; la atención obsesiva en "El Zahir"; la vida eterna en "El inmortal"; la vista absoluta, que reúne y revela pasado y presente, en "El Aleph"; la capacidad de engendrar seres con el puro pensamiento y la voluntad en "Las ruinas circulares". Los cuentos de Juan Rulfo van delatando una por una las promesas incumplidas de esa doble modernidad a la mexicana en pleno siglo xx que fue la Revolución: la falta de tierra buena en "Nos han dado la tierra"; la ausencia de servicios médicos en "No oyes ladrar los perros"; el insuficiente apoyo a los educadores en "Luvina"; la muy torpe impartición de justicia en "El hombre".
A propósito de "El hombre", una solapa se deja decir que Paco Ignacio Taibo ii es el padre del "neopoliciaco" en lengua española. No. Ya en 1953 Juan Rulfo lo practicó y tal vez lo creó para nosotros con este cuento; no por suceder en el campo, literalmente a campo traviesa, el texto nos oculta el hecho de que cumple con todos los requisitos de una corriente literaria decisiva en las sociedades urbanas del siglo xxi: 1) la persecución sin que se conozcan del todo las causas del conflicto, 2) la sucesión de ejecuciones implacables, 3) la acusación al inocente, que de simple testigo se convierte a un tiempo en sospechoso y víctima, lo cual subvierte todo el sistema de justicia, 4) la absoluta parcialidad e ineptitud de ésta, y 5) el final abierto, no sólo como un ejercicio o experimento verbal, sino porque la historia no admite (tampoco lo admite la vida pública de hoy) un tranquilo final cerrado, como los de la narrativa de detectives clásica, la de un Sherlock Holmes, por ejemplo. Igualmente, "El día del derrumbe" lleva a su perfección un tono de sátira para tratar los asuntos políticos mexicanos, un tono que aún no se agota pese a que escritores como Jorge Ibargüengoitia ya lo han aprovechado con bastante astucia literaria. "El día del derrumbe" nos revela que México es un país tragicómico y que puede ser comprendido mejor si se conocen y se usan las raíces fundamentales de los géneros primarios de la narrativa, entendida ésta como la refinada confluencia en la prosa de la poesía, el drama y el relato.
Focalizar, encuadrar, captar: casi no se ha dicho que un fotógrafo influyó enormemente en Juan Rulfo. Ese fotógrafo también se llamaba Juan Rulfo. Y le enseñó al autor de El llano en llamas el enfoque preciso frente a una realidad que a menudo cambia y a la vez persiste, que es ordinaria y es callejera y es de golpe, como en el célebre poema de Jorge Luis Borges, "El Juicio Universal". El llano en llamas es eso, a fin de cuentas: tradición milenaria, donde conviven el mundo oral y el escrito, pues el cuento, como los demás géneros, nació en las prácticas y costumbres orales, comunes a todos los seres.
En fin, no sólo hay afrenta en México; la tragedia y la comedia son realidades vivas, y es impresionante la suma de acontecimientos que están esperando a los escritores aquí y más allá de nuestras fronteras, siempre y cuando no los reduzcamos al muy loable y necesario reporte periodístico, sino que captemos la dimensión última, la más profunda, la de la tragedia y la comedia en el sentido literario y no sólo cotidiano y noticioso. Por su parte, en "Diles que no me maten" Rulfo realizó una labor de justicia personal al dividir el nombre del asesino de su propio padre, Guadalupe Nava, entre la víctima y el asesino del cuento: Guadalupe Terreros y Juvencio Nava. Esta separación implica un perdón tácito al criminal, y sin ese perdón Juan Rulfo no hubiera podido vivir ni escribir. Y así nos dejó dicho que un autor debe situarse en una imparcialidad plena, que no es frialdad ni indiferencia. Hoy que abundan los reality shows disfrazados de literatura, la discreción de Rulfo es un verdadero arsenal de ética y estética. No es que la vida del autor esté del todo ausente de la obra; es que la alquimia rulfiana del verbo y de la realidad domina y vence a cualquier veleidad de escribir para exhibirse, venderse y justificarse.
Ahora celebramos un libro de cuentos. Se ha vuelto un juicio lapidario la leyenda según la cual los consorcios editoriales no permiten inéditos de cuentos y menos aún de autores desconocidos. La novela se beneficia del favor del público, según lo dicta el mercado. Sólo que la supervivencia del cuento es asunto de vida o muerte para la literatura. No sé quién dijo, y dijo bien, que el cuento es el príncipe de los géneros narrativos. Posee características como las del soneto: no sobra una palabra, y en estos tiempos de discursos inagotables, la estricta contención verbal es de una valía extraordinaria. El llano en llamas se vuelve así un auténtico caballo de batalla y hasta un caballo de Troya en caso de que cualquier poder o simple pereza administrativa y financiera niegue una tradición milenaria. Y El llano en llamas es eso, a fin de cuentas: tradición milenaria, donde conviven el mundo oral y el escrito, pues el cuento, como los demás géneros, nació en las prácticas y costumbres orales, comunes a todos los seres.
El hecho de que hoy no rompamos ni con Rulfo ni con Paz ni con Xavier Villaurrutia ni con Ramón López Velarde ni con Alfonso Reyes ni con Sor Juana ni con ninguno de todos aquellos que vuelven tan valioso nuestro legado, es una prueba patente de que la modernidad como tradición de la ruptura ha sido superada. Volvemos a unos y otra como a principios permanentes. La continuidad viva del arte es la razón última que nos convoca a celebrar El llano en llamas. Y Juan Rulfo llevó al cuento mexicano, latinoamericano y mundial a dimensiones que nos permiten tener un punto de referencia ya indestructible. El taller de Juan José Arreola, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad, hace veinticinco años, me confirmó que las dimensiones de Rulfo en la novela y el cuento eran de aquellas que se vuelven una incitación permanente para cada generación. En esas sesiones siempre recordadas, los textos de Rulfo nos servían de ejemplo para enfrentar y resolver todo tipo de desafíos técnicos y temáticos. La conmemoración por los primeros
cincuenta años de El llano en llamas es una fiesta de la
inteligencia.
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