La Jornada Semanal,   domingo 26 de octubre  del 2003        núm. 451
Gloria Posada

Comuna 13

Poblamiento

El occidente de Medellín empieza en el valle y termina en las montañas, va de los lujosos barrios residenciales construidos sobre las desecadas ciénagas del río Medellín, a las laderas pobladas a partir del éxodo de la violencia de los años cuarenta y cincuenta, cuando gentes del campo huían de la muerte y buscaban un futuro en las diversas coordenadas geográficas de las ciudades. La educación, la salud y el trabajo eran los alicientes para el cambio de vida, pero al mismo tiempo se convirtieron en barreras frente a las oportunidades ofrecidas a otros sectores con capacidad para conseguir un empleo bien remunerado y, por consiguiente, los bienes y servicios que para los habitantes de los barrios marginados del oriente, el norte y el occidente, han sido esplendores diluidos en el hambre y la enfermedad, en la lucha contra la intemperie.

En las montañas cubiertas de casas de ladrillo y más arriba de madera y cartón, aún se ven vacas, gallinas y caballos, y cuando se puede, una pequeña huerta que sirve para el consumo diario, porque nadie olvida completamente su pasado.

Muchas personas recuerdan las afueras de San Javier hace veinte años, con mangas, bosques y quebradas donde los niños podían jugar, y el aire era puro y se contemplaba un cielo despejado. Lo que hoy se ve en la parte alta es un paisaje erigido por gentes humildes que, con los recursos a su alcance, edificaron sus casas con las tradiciones constructivas familiares y sus conocimientos de albañilería, carpintería y diseño de espacios. Así, por varias décadas sus barrios han crecido sin la intervención directa del Estado, que está presente en algunos sitios con el alumbrado público, el acueducto y unas cuantas escuelas y liceos. 

Estas comunidades tienen sus lógicas internas de desarrollo y comunicación, de transformación del entorno y los recursos para aprovechar al máximo los metros de tierra que la especulación de los predios urbanos en el país les ha negado en otros lugares. Cada barrio ha tenido por muchos años sus solidaridades y sus vetos, sus posibilidades de acción y sus límites para sobrevivir al día a día en medio de la incertidumbre y la penuria. Pero el desempleo, la falta de educación y de oportunidades, han llevado a dimensiones inesperadas las problemáticas que las gentes podían equilibrar con sus relaciones colectivas y sus precarios recursos económicos. 

No en vano, estos han sido terrenos propicios para los diferentes grupos armados, la instauración de su ley ha sido a expensas de la vida y de las libertades de cientos de personas, quienes ante la ausencia del Estado y el desbordamiento de la inseguridad y la delincuencia, vieron inicialmente en ellos una posibilidad de establecer normas de convivencia desde la autoridad que imponían las armas. 

En un ejercicio de libre asociación entre dos épocas y geografías distantes, sería factible, por los hechos de la Comuna 13 en Medellín, recordar las insurrecciones populares en las comunas de París. El sometimiento de las barricadas a partir de los disturbios obreros de 1848, no sólo fue una necesidad bélica, su política trajo consigo una nueva concepción de la ciudad denominada por Walter Benjamín El embellecimiento estratégico. La destrucción de zonas proletarias concebida por el barón de Haussmann para "higienizar" y penetrar las laberínticas barriadas medievales, tuvo como principales objetivos impedir otros sublevamientos, ordenar construcciones y calles que surgieron en siglos anteriores sin planeación urbana, e incorporar las periferias al control institucional de Napoleón iii. 

A pesar de las diferencias o similitudes, en todos los tiempos es difícil la guerra. Con la política gubernamental de Colombia es factible pensar un futuro de las barriadas de Medellín donde no habrá nada más pacífico que los muertos, ni nada más limpio que las calles donde estallaron bombas y granadas de morteros.

Comunidad en guerra

Vivo desde hace cuatro años en la ciudadela San Michel de San Javier, urbanización cerrada, rodeada de montañas, jardines, y de los barrios inmersos en el conflicto de la Comuna 13. 

Los primeros enfrentamientos que escuchamos, porque el estertor traspasó las fronteras del barrio 20 de julio, fue hace dos años, cuando Empresas Públicas de Medellín necesitaba cambiar los contadores de energía eléctrica. Nunca imaginamos que en los meses sucesivos la explosión de granadas, el zumbido de las balas, el estallido de las bombas, el humo, se convertirían en paisaje cotidiano, diurno y nocturno, en alarma para despertar en la madrugada, en señal para resguardarse en casa, en interrogación sobre el irse y abandonarlo todo, o quedarse y esperar el transcurso de las horas.

Es compleja la guerra, se puede estar lejos de los hechos a una prudente distancia geográfica, y al mismo tiempo oír y saber lo que sucede al otro lado mientras se teme que llegue a nuestra casa y se espera que todo termine y no sean muchos los muertos. 

En la Comuna 13 en el año 2002, pasamos los meses mirando las montañas y el cielo, la calle y las aceras, afinamos el oído para diferenciar los sonidos pero a veces en la noche aún sin despertarnos del todo, cuando había tempestad no distinguíamos si eran truenos o petardos, o si lo que escuchábamos a lo lejos eran gritos. Nunca supimos en esos barrios quiénes quedaron inermes o quiénes están escondidos, pero entendimos el miedo, la ansiedad producida entre el ritmo de la confrontación afuera y el inhalar, el exhalar y el palpitar del corazón adentro.

Hasta ahora no conocemos cifras de muertos y heridos, pero sí de horas, de combates de la madrugada a la tarde, en un ciclo de comienzo y final con intervalos de silencio para volver a empezar. Ignoramos si la cantidad de muertos son los que anunciaron los noticieros porque después de la dimensión, la intensidad y la duración de los enfrentamientos, ¿es posible creer que fueron sólo los que dicen? Únicamente las familias con las pérdidas saben de los ausentes, de los hijos, las hijas, los padres, las madres, los esposos, las esposas tendidos en una calle, en una esquina, en la casa, o en una manga, con sus cuerpos atravesados por las balas. Algunos alcanzaron a llegar al hospital para morir entre sábanas blancas, otros yacieron sin poder moverse y sin que nadie arriesgara su vida para salvarlos. Los insurgentes en los lugares altos de las montañas fueron alimento para las aves de rapiña. 

Para cuidarse de las heridas había que pensar dónde estar, en la habitación, en el baño, en la cocina.... Medir la altura de las ventanas y la altura de la cama, y dormir y levantarse nuevamente, salir al trabajo o al estudio, hacer las compras, pagar los servicios públicos y los impuestos, y regresar a la casa para que la vida siguiera su curso.

Desalojo 

Muchos se marcharon; a medida que pasaba el tiempo y el conflicto crecía, más luces se apagaban en las casas. Subir a la Urbanización se convirtió en un acto de temor por la sobrevivencia, en una ruta de soledad y de silencio, o de estruendo en las batallas. 

Al principio, las gentes de los barrios mas afectados salían al Centro de Salud a bloquear la subida de los automóviles y a divulgarles a todos, sobre los niños y jóvenes que habían matado en los enfrentamientos, los guerrilleros y los paramilitares. Después los diferentes grupos armados empezaron los secuestros express y los interrogatorios censando a la gente que pasaba en carro por las partidas que van al 20 de Julio o a San Cristóbal. Asimismo, escribieron grafittis amenazantes y dejaron en esa vía a uno que otro muerto en el prado o en un andén, para amedrentar a la gente y para que las autoridades pudieran hacer el levantamiento de los cadáveres. 

Poco a poco, los carros de cerveza, de gaseosa y de otros víveres que surtían las tiendas del sector dejaron de subir, los negocios hacían el abastecimiento en lugares mas distantes y los clientes disminuían a medida que aumentaba el conflicto. El correo en varias ocasiones no llegó, a excepción de las cuentas de financiación de los apartamentos, el impuesto predial y los cobros de los servicios públicos. Las empresas de correo no entregaban la correspondencia porque era una zona de conflicto, y cuando se les respondía que todo el país estaba en guerra decían que no podían exponer a sus trabajadores. 

Pero otras cosas transcurrieron en la normalidad, los buses, los colectivos y el Metro prestaron su servicio sin excluir con jerarquías a los usuarios, y sin hacerlos sentir culpables por su lugar de residencia. También los vigilantes y trabajadores de la unidad residencial llegaron todos los días y se marcharon al terminar la tarde. Incluso a pesar de la zozobra muchos habitantes podemos dar testimonio de que nunca nos pasó nada y pudimos entrar y salir cuando quisimos. 

A partir de octubre todo se agudizó, el despoblamiento aumentó y sólo éramos unos cuantos vecinos que estábamos cerca. Ya no vivían niños en la Urbanización, de las zonas verdes tomaron posesión los gatos salvajes que vieron disminuir su posibilidad de alimento. Fue asombroso observar cómo a pesar de los conflictos humanos la naturaleza seguía su curso, con camadas de gatos, pájaros, mariposas y con plantas que no se negaban a florecer. Sin embargo, en esa época sucedió lo más temido por algunos, la incursión de grupos armados. Ocurrió una mañana cuya fecha exacta no recuerdo. Los guerrilleros huían de los paramilitares, entraron, hicieron su trinchera detrás del bloque donde vivo y desde ahí comenzaron a disparar. Nunca he entendido por qué este sitio es tan importante y estratégico en una ciudadela tan grande como San Michel, pues en esta zona cada año se hace la fiesta de la familia, y vienen los Hombres de acero a realizar sus espectáculos. Paradójicamente, los guerrilleros escogieron el mismo lugar para el combate, y después de hacer una ronda, salieron para continuar la lucha en el 20 de Julio.

Tiempo después, con la intervención del Estado denominada Operación Orión, la situación se hizo más tensa, los helicópteros sobrevolaron continuamente la zona y algunas personas aseguraron en los medios de comunicación que dispararon desde el aire. El nivel de los enfrentamientos y su duración desde la madrugada hasta los días siguientes señaló que no habría una tregua, y hasta no terminar con todo y con todos, las ráfagas, las granadas, los morteros, no cesarían. 

El miedo era cada vez mayor, en días anteriores los noticieros habían divulgado que balas perdidas mataron en Santa Mónica a dos jóvenes que estaban lejos de la confrontación, aunque al preguntarle a amigos de ese barrio, con patadas de ahogado esperando que no los declararan zona roja, y evitando la mala fama y las leyendas urbanas que ya teníamos en San Javier, nos dijeron: "No, por aquí no es la cosa, todo es por el lado de la Urbanización de ustedes."

A pesar de que la Operación Orión se inició en la madrugada, esa mañana muchas personas salieron temprano a sus trabajos, pues como en otras ocasiones tuvieron que sopesar los riesgos entre perder la vida o quedar desempleados. Quienes esperamos, como en situaciones anteriores, a que pronto se retirara la fuerza pública y todo aparentemente retornara a la calma, con el paso de las horas y la dimensión de los combates debimos partir. Salir fue difícil pues a esas alturas no había transporte público. Nos marchamos caminando sin saber si en el transcurso llegarían por nosotros las balas que viajan más de un kilómetro hasta encontrar un objetivo. Abajo, en el Centro de Salud, la Policía nos requisó mientras fotógrafos de diferentes medios tomaron imágenes situados donde se oía la lucha armada, pero no estaba el epicentro de la batalla. 

Jamás pensé que estaría en las fotos de Jesús Abad Colorado sobre la violencia en el país. Varias mujeres hacíamos fila para la requisa y al mismo tiempo nos retrataban, algunas preguntaban acerca de las fotos pero nadie fue claro con una respuesta. Fue muy extraño salir del área de la disputa como un sobreviviente para llegar y ser fotografiado. Mis compañeras de fila sólo habían posado para ocasiones felices, reunidas con sus familias, en sus casas, en una fiesta. Pero al parecer ese día éramos parte del paisaje y de la oportunidad de la noticia en un lugar seguro.

Por varios meses las imágenes que vio el país sobre la problemática de la zona, fueron de la periferia correspondiente a las unidades residenciales cercanas al Centro de Salud donde llevaban a los heridos. Los medios de comunicación entraron a los barrios donde se desarrolló el conflicto cuando todo se calmó y el Estado tomó posesión de ese territorio. Por eso, cuando familiares, amigos y el público en general veían en los noticieros los edificios de apartamentos, pensaban que era dentro de las urbanizaciones donde sucedían los hechos, lo cual contribuyó, al igual que la vecindad, a la devaluación de la zona, y a que por mucho tiempo haya sido difícil vender, rentar o entregar las propiedades a las entidades financieras que por los prestamos realizados hace varios años son copropietarias, pero actualmente se niegan a recibir los inmuebles como parte de pago para adquirir otros. A pesar de ello los servicios públicos continuaron al costo de estrato tres y cuatro, y los pagos de las hipotecas han tenido los mismos intereses, mientras las Corporaciones de Ahorro y Vivienda catalogan al sector como estrato cero. 

Después de dejar el apartamento, fuimos a la Personería de Medellín a oficializar el abandono y a reportar que según el desarrollo de los acontecimientos, no sabíamos cuándo sería el regreso. Nos encontramos con gentes en las mismas condiciones, todos de la Comuna 13, algunos hacía tiempo habían dejado sus casas en el 20 de julio, en el Salado, en el Corazón, en Belencito... Todos seguíamos la fila contándonos nuestras penas y preocupaciones. Una señora recordaba que su casita la había comprado con la indemnización del gobierno, cuando en la década de los ochenta la muerte de un policía tenía recompensa y su marido cayó, pero la había dejado hace unos meses ante el temor por su vida, y ahora estaba invadida por personas que la amenazaban para quedarse con la propiedad. No sé qué pasó con ella, si vive de nuevo en su casa, o el miedo le impide volver. 

Regreso 

Una semana después del inicio de la Operación Orión regresamos. La fuerza pública había tomado la zona, y hasta el alcalde de la ciudad se atrevió a ir a los barrios marginales de donde había sido sacado a bala hacía poco tiempo. 

Desde la Urbanización algu nos militares vigilaron el entorno, lo cual nos pudo convertir en objetivo bélico en cualquier momento. La gente retornó poco a poco, aunque muchos apartamentos estuvieron desocupados unos meses más. Con el paso de las semanas entraron camiones de trasteos, y todo fue recuperando la normalidad que se espera en la convivencia, de cualquier urbanización cerrada. 

Al habitar nuevamente la Ciudadela, muchos propietarios tuvieron que asumir las deudas contraídas. Algunos estuvieron en riesgo de perder sus apartamentos pues, como desplazados por la violencia en la época más álgida del conflicto en la Comuna 13, se vieron obligados a conseguir por varios meses otro lugar para vivir con sus hijos y al mismo tiempo sostener los gastos de financiación, administración y servicios públicos de las viviendas desocupadas. Por estas mismas razones otras personas permanecieron en sus casas, a costa de su integridad física y emocional. No obstante lo ocurrido, hasta el momento no conozco a nadie que haya recibido ayuda, la clase media urbana no entra en los planes de asistencia del gobierno mientras las clases dirigentes con sus políticas económicas sólo esperan pacientemente a que algún día desaparezca. 

Después de numerosas promesas políticas realizadas a último momento ante las cámaras de televisión, en los sectores donde la pobreza ha estado arraigada por varias décadas y cuyos habitantes ponen los muertos, aún no se sabe si han sido cumplidas. Para los medios de comunicación la Comuna 13 ya no es actualidad y no hay quien ejerza una fiscalización entre las palabras y los hechos.

En la zona donde se desarrolló la Operación Orión, ocasionalmente hay combates y en algunas ocasiones han tenido la intensidad del pasado. A pesar del nuevo ambiente institucional que se le ha querido dar al sector, en los barrios donde se gestaron las más cruentas batallas aún existen las huellas de balas incrustadas, de explosiones de granadas, de bombas... que marcarán por mucho tiempo la memoria de niños, jóvenes, adultos y ancianos. Tal vez sólo las próximas generaciones podrán olvidar.