La Jornada Semanal,   domingo 26 de octubre  del 2003        núm. 451
María Antonieta Flores

In memoriam 
María Mercedes Carranza

Las noticias traen malas nuevas: ha fallecido María Mercedes Carranza. Dicen que de causa natural. Daniel Samper Pizarro en su artículo "‘Me estoy diciendo adiós. La despedida de María Mercedes Carranza", del 11 de julio de 2003 publicado en el diario bogotano El tiempo, da otra versión: "Al decidir la suya hace unas horas, pudo, al menos, revestirla de respetabilidad y de propósito. María Mercedes no ha muerto por accidente, ni porque ‘así es la vida’. Murió porque ya no resistía tanto atropello, tanta injusticia, tanta locura." Como siempre, la verdad de los acontecimientos quedará en la leyenda, el rumor, la sospecha. 

Lo indiscutible es que su muerte ha sido leída y sentida como producto de la situación que tan largamente afecta al suelo hermano. Una víctima más de la violencia. La herida que desde 2001 la afligía en lo personal: el secuestro de su hermano, Ramiro Carranza Coronado, la larga afrenta por el dolor de su patria, la lucha tenaz por llevar adelante la Casa Silva de Poesía, la humillación del maltrato inmerecido, sólo por ser colombiana, al solicitar una visa para cualquier lugar que la aguardara por su palabra y por su obra. El suplicio de Tántalo y Sísifo acosando a una mujer obstinada, firme, titánica. Hasta que dijo basta.

Queda ahora decir lo de siempre: está viva en su obra, en su poesía. ¿Pero a dónde va el dolor de lo vivido? Rastros y señales quedan en su poesía. El secreto de lo indecible, lo que nunca pudo decir, se lo ha llevado. 

La poesía de María Mercedes Carranza está contenida en Vainas y otros poemas (1972), Tengo miedo (1983), Hola, soledad (1987), Maneras del desamor (1993), El canto de las moscas (1998). 

Su discurso poético demuestra un dominio de la lengua castellana que le permitía reelaborar un decir sustentado en las claves del barroco español y del Siglo de Oro, y, en otras ocasiones, enunciar el poema desde lo directo de un español actual, despojado, cotidiano y abierto a lo coloquial. Una visión corrosiva, áspera, desencantada, recorre sus poemas, baste recordar "El oficio de vestirse". Dos temas sustentan su obra: el amor desidealizado y el país como espacio degradado. A través de estas coordenadas cruza el vacío y la desesperanza. El amor es construido, así, desde el desencanto, desde las ruinas de la cotidianidad, desde los vestigios que deja la memoria y el recuerdo, desde su inexistencia. El amor es un cadáver. 

Frente a este mundo desamparado de todo futuro, se yergue la voz de Carranza. Desde allí concretó vida y palabra. Y lo mejor de sus actos queda como ejemplo. Ahí está su capacidad de fundar desde la adversidad existencial y en un entorno que convoca violencia y muerte. Aquí nos deja su capacidad de decir la realidad nacional y personal sin concesiones. Queda, también, como espejo y reflejo amenazante de lo que el horizonte promete.

Un canelazo a su memoria y he aquí dos de sus poemas:

                La patria

Esta casa de espesas paredes coloniales 
y un patio de azaleas muy decimonónico 
hace varios siglos que se viene abajo.
Como si nada las personas van y vienen
por las habitaciones en ruina,
hacen el amor, bailan, escriben cartas.

A menudo silban balas o es tal vez el viento
que silba a través del techo desfondado.
En esta casa los vivos duermen con los muertos,
imitan sus costumbres, repiten sus gestos
y cuando cantan, cantan sus fracasos.

Todo es ruina en esta casa, 
están en ruina el abrazo y la música,
el destino, cada mañana, la risa son ruinas, 
las lágrimas, el silencio, los sueños. 
Las ventanas muestran paisajes destruidos,
carne y ceniza se confunden en las caras,
en las bocas las palabras se revuelven con miedo.
En esta casa todos estamos enterrados vivos.

    Los muros de la patria mía

Miré los muros de la patria mía
ojos de piedra, esfinges de oro,
mierda en las rendijas 

País usado por un dios borracho 
que delira eternamente 
con una puerta que jamás existió allí,
por el desastre ligado 
un nudo imposible de dos lenguas
que lamen sin descanso la herida.
De rodillas con una flor en el ano
alguien en la oscuridad susurra 
la turbia mentira del paraíso
perdido
El miedo
Enroscándose alrededor de una estatua
que finge su hazaña en un parque abandonado.

Los muros de la patria mía
¿cuándo los van a limpiar?