Aproximación
a Álvaro Mutis:
el
poema está hecho desde siempre
Jorge
Bustamante García
Todo
escritor tiene, por lo general, dos grandes pasiones: mirar y leer, y al
menos un tormento divertido: escribir. Al mirar, ensancha los paisajes,
estira casi al infinito las visiones, prolonga sin cesar los dobleces de
las cosas y los temas de la vida. Al leer descubre y se asombra de que
todo pueda ser inventado de nuevo, como si fuera realmente nuevo. Al escribir
vive vicariamente, hace las veces de otros, los otros todos que nosotros
somos. Y si esto no es realmente divertido, entonces no hay nada divertido.
En Los libros de mi vida, Henry Miller da testimonio de los escritores
que amó y de algunos que le resultaron repugnantes. Al final, da
una lista de los cien libros que más influyeron en su vida. Álvaro
Mutis, a través de innumerables entrevistas y declaraciones, ha
conformado una especie de canon personal de sus libros y autores predilectos.
De muy niño se enamoró de los libros de Salgari, de Verne,
de Jack London. A los doce años leyó La isla del tesoro
y quedó como loco, tuvo la convicción de que esa era la mejor
historia contada que podía haber "en virtud de su economía,
la forma directa del relato, y las sorpresas". Después vinieron
los libros que cambiaron su vida para siempre y que por andar enfrascado
en su lectura, no le permitieron obtener una educación escolar tradicional,
formal (recuerdo una ocasión en Morelia en que tras una charla de
Mutis sobre literatura, una persona del público, tal vez impresionada
por su sapiencia, se le acercó y le preguntó: "Maestro, ¿usted
dónde estudio?" y Mutis contestó con toda naturalidad y sin
inmutarse: "Pues yo no terminé ni siquiera el bachillerato.") Entre
esos libros destacan Don Quijote de la Mancha, Grandes esperanzas,
de Dickens, los Ensayos, de Montaigne, la obra poética
de Antonio Machado, En busca del tiempo perdido, de Proust, los
poemas de Saint-John Perse y Residencia en la tierra, de Neruda.
El
abanico de lecturas y autores se fue ensanchando casi al infinito con el
paso de los años y ese recorrido intelectual quedó plasmado,
de manera sugestiva, en Celebraciones y otros fantasmas, de Eduardo
García Aguilar, donde en dos capítulos magistrales Mutis
se explaya con todo detalle en la novela del siglo xix, desde las obras
de Sthendal hasta De sobremesa, del colombiano José Asunción
Silva y realiza un viaje al fondo de la poesía, a sabiendas de que
la poesía "no es sino el testimonio de un incesante fracaso". En
ese periplo sabroso por los poetas de todos los tiempos, donde se ha nutrido
sin cesar, Mutis nos habla con fina suspicacia de la poesía del
Siglo de Oro español, del romanticismo, de sus venerados Neruda
y Machado, de la Iliada en la traducción en verso de Alfonso
Reyes, de El paraíso perdido y la poesía de Lamartine
("sigo leyendo El lago" y una docena de poemas suyos y me suscita una
sensación de musicalidad y de belleza que para mí está
intacta"), de Victor Hugo, Racine, François Villon y de la Antología
de la poesía francesa de André Gide y de su imposibilidad
de acercarse a la obra de un poeta como André Chénier, que
se le hace insoportable; nos habla también, con personal lucidez,
de los poetas malditos, de los parnasianos y los simbolistas, de los de
la transición hacia algo nuevo, como Apollinaire y Mallarmé,
de su entusiasmo por los poemas de Barnabooth, de Valéry
Larbaud, de la poesía surrealista y de los poetas latinoamericanos,
y al final concluye: "Sólo hay una poesía: la verdadera poesía.
La poesía está presente con igual intensidad e igual validez
en los tercetos de La Divina Comedia, en las Églogas
de Garcilaso o en un poema de Yeats o de Keats o de Shelley o de Hölderlin.
[...] Una égloga de Garcilaso palpita con una actualidad y una presencia
absolutas. No está más distante, ni más lejos del
hombre, que un poema de Rimbaud o de Baudelaire. El fenómeno, en
el fondo, es el mismo. Es un intento de cerco, de acercamiento, de posesión
de una verdad esencial." Pienso que el libro-entrevista Celebraciones
y otros fantasmas, de Eduardo García Aguilar, desconocido en
México, contiene varias claves y lazos primigenios para entender
mejor la razón de las tribulaciones del personaje central de la
saga mutisiana y de las ideas acerca de la poesía y la vida que
giran en lo más íntimo de su autor. Menciono sólo
una de esas claves: "La poesía es la lengua natural de lo que nosotros
somos sin saberlo", una definición del poeta Joê Bousquet
que Mutis retoma entrañablemente y que podría aplicarse con
cierta fortuna a Maqroll el Gaviero, como una expresión natural
de lo que su autor hubiera querido ser, aunque nunca lo haya sabido.
"Veo
y pienso en la luz del día junto a mí, tan sola, tan blanca
y tan fría. Un otoño sin hombros, ceñido a la tierra,
exacto en su quehacer." Las frases anteriores parecen líneas de
un poema extraviado que tal vez alguien imaginó, quizás un
amigo, quizás yo mismo y que tal vez está vivo desde hace
tiempo en alguna instancia insospechada del lenguaje. Todo esto viene al
caso porque he releído Summa de Maqroll el Gaviero y desde
el primer momento me topé con estas líneas de Los trabajos
perdidos: "De nada vale que el poeta lo diga... el poema está
hecho desde siempre. Garra disecada y quebradiza de un ave poderosa y tranquila,
vieja en edad y valerosa en su trance." Me quedo pensativo un rato y me
parece descubrir que es un buen comienzo para volver a leer la poesía
de Mutis, a la que vuelvo a intervalos, sobre todo en los instantes de
mayor desasosiego, como para acentuar todavía más mi tenue
sentimiento de desesperanza. Hay que leer a Mutis para dudar de todo y
no creer sino en la lectura de los libros prodigiosos que prolongan la
vida. Sólo esos libros nos pueden alimentar eficazmente en medio
de los destrozos de un mundo que corre con prisa y sin remedio hacia su
propia perdición. Sólo esa garra "disecada y quebradiza"
que es el poema, nos coloca en el centro mismo de nosotros mismos, nosotros
que vivimos en medio de las cosas para mirarlas y pensarlas con atención.
Y es que un poema es también eso, lo quería Eliseo Diego,
mirar con atención.
Cuando se lee a Mutis es difícil
distinguir entre el prosista y el poeta. Por lo menos a mí me sucede
así con sus libros. "Abdul Bashur, soñador de navíos",
"La última escala del Tramp Steamer" y "Amirbar", el primero
y el último verdaderos compendios sobre la amistad, los leí
percibiendo en ellos como una cierta prolongación natural de su
poesía. Por supuesto, esta no es ninguna apreciación nueva
u original, pero hay que repetirla otra vez para que no nos gane la desmemoria:
toda la saga de Maqroll el Gaviero, con toda su imaginería de buques
y navíos, de lluvias torrenciales y maderas secas, de insectos ciegos
y minas húmedas, ya estaba enunciada en poemas tempranos de Mutis
como los reunidos en "Los elementos del desastre". Y la percepción
de la precariedad humana y de la inevitable derrota de sus trabajos y sus
sueños, por el galopante olvido amo y señor de los siglos,
también anidaba en esos textos: "Una vida perdida en vanos intentos
por hallar un olor o una casa. [...]. Y el fin, después, cuando
comienza a edificarse la morada o se entibia el lecho de ásperas
cobijas." De estas palabras a las expuestas en Abdul Bashur, soñador
de navíos, no hay más que un paso, aunque hayan pasado
más de treinta años: "Maqroll partía de la convicción
de que todo estaba perdido de antemano y sin remedio." En su prosa, en
sus novelas, Mutis regresa obsesiva y constantemente a un lenguaje inicial
del que nunca ha logrado evadirse y que explica desde el principio sus
certezas y sus dudas respecto al mundo que afronta. Gaviero, al fin, revela
lo oculto para otros, vislumbra lo que está más allá
del horizonte, y en ese territorio de nadie a la intemperie intuye la
derrota al que se enfrenta el hombre, porque todas sus iniciativas, hasta
las más ambiciosas y temporalmente seguras, se verán tarde
o temprano sometidas al olvido: al olvido ontológico y último,
a la memoria apabullada por la escala implacable del tiempo geológico.
Me
han pedido seleccionar unos cuantos poemas de Mutis para esta publicación;
"los que más le gusten" me dijeron, pero es una empresa imposible
en un espacio tan corto. Confieso que me gustan, sobre todo, los poemas
"viejos", los de sus primeros libros Los elementos del desastre
y Los trabajos perdidos. Y hay dos poemas en otros libros posteriores
a los que siempre vuelvo, por aquello de las elecciones afectivas: En
Novgorod la Grande y La muerte de Alexandr Serguevich. Al releerlos
me parece descubrir el profundo amor que siempre ha profesado Mutis por
la cultura, la historia, la literatura, los paisajes y las cosas de Rusia,
aunque sea uno de los países en los que nunca ha estado en sus viajes
incesantes. Pero he sido testigo de su nostalgia imposible y de su emoción
a toda prueba, cuando en algunas oportunidades hemos escuchado juntos romances
del siglo xix y música popular y sacra de ese país sin final
y tan extenso como la poesía de Pushkin, esa "inmensa tierra de
milagros y de hazañas y de bosques interminables e iglesias de cúpulas
doradas". Son en estas cosas, aparentemente pequeñas, en las que
se descubre la verdadera dimensión del hombre y el poeta. Sé
que Mutis ha accedido a la poesía y a la literatura rusas a través
de versiones al francés y conoce con apasionamiento genuino las
obras de Gógol, Pushkin, Turguéniev y los grandes rusos del
xix y no le es indiferente el destino trágico de los grandes poetas
y narradores del xx, como Sologub, Ajmátova, Tsvetáieva,
Mandelstam, Pasternak, Bábel y Bulgákov, las "voces de la
tormenta", como él mismo los ha denominado. Es por estas razones
que al leer un texto como La muerte de Alexandr Serguevich, me sorprende
cómo Mutis logra captar justamente el espíritu de este poeta
impar, que en el breve instante de su agonía tras el duelo en que
fue herido mortalmente y ante la belleza intensa de su mujer Natalia Goncharova,
"antes de que la débil luz se extinguiera para siempre, entendió
todo con vertiginosa lucidez", pero ya todo era por completo inútil.
En los últimos años Mutis
ha publicado unos cuantos poemas en revistas. Son poemas de sencilla estructura
y tono preciso, cargados de fina ironía y de una música interna
que transparenta el verso libre en el que están escritos. Aunque
son de factura reciente, parecen estar hechos desde siempre, pero son nuevos
y frescos, de resonancias impredecibles. Son otra vez el viento solitario,
la garra "disecada y quebradiza", "valerosa en su trance", que nos coloca
de nuevo en el centro de nosotros mismos. Su apuesta por el silencio, "gracia
inefable" que no cree haber ganado todavía en "Pienso a veces..."
y su decidida imprecación contra los listos, esos que cruzan la
vida "sin haber visto nada,/ sin dudas ni perplejidades", me parecen
de una gracia fértil y una energía renovada. Ahora que Mutis
está en sus jóvenes y plenos ochenta años, esta lectura
no puede ser menos que una celebración.
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