La Jornada Semanal,   domingo 26 de octubre  del 2003        núm. 451
Aproximación a Álvaro Mutis:
el poema está hecho desde siempre

Jorge Bustamante García

Todo escritor tiene, por lo general, dos grandes pasiones: mirar y leer, y al menos un tormento divertido: escribir. Al mirar, ensancha los paisajes, estira casi al infinito las visiones, prolonga sin cesar los dobleces de las cosas y los temas de la vida. Al leer descubre y se asombra de que todo pueda ser inventado de nuevo, como si fuera realmente nuevo. Al escribir vive vicariamente, hace las veces de otros, los otros todos que nosotros somos. Y si esto no es realmente divertido, entonces no hay nada divertido. En Los libros de mi vida, Henry Miller da testimonio de los escritores que amó y de algunos que le resultaron repugnantes. Al final, da una lista de los cien libros que más influyeron en su vida. Álvaro Mutis, a través de innumerables entrevistas y declaraciones, ha conformado una especie de canon personal de sus libros y autores predilectos. De muy niño se enamoró de los libros de Salgari, de Verne, de Jack London. A los doce años leyó La isla del tesoro y quedó como loco, tuvo la convicción de que esa era la mejor historia contada que podía haber "en virtud de su economía, la forma directa del relato, y las sorpresas". Después vinieron los libros que cambiaron su vida para siempre y que por andar enfrascado en su lectura, no le permitieron obtener una educación escolar tradicional, formal (recuerdo una ocasión en Morelia en que tras una charla de Mutis sobre literatura, una persona del público, tal vez impresionada por su sapiencia, se le acercó y le preguntó: "Maestro, ¿usted dónde estudio?" y Mutis contestó con toda naturalidad y sin inmutarse: "Pues yo no terminé ni siquiera el bachillerato.") Entre esos libros destacan Don Quijote de la Mancha, Grandes esperanzas, de Dickens, los Ensayos, de Montaigne, la obra poética de Antonio Machado, En busca del tiempo perdido, de Proust, los poemas de Saint-John Perse y Residencia en la tierra, de Neruda. 

El abanico de lecturas y autores se fue ensanchando casi al infinito con el paso de los años y ese recorrido intelectual quedó plasmado, de manera sugestiva, en Celebraciones y otros fantasmas, de Eduardo García Aguilar, donde en dos capítulos magistrales Mutis se explaya con todo detalle en la novela del siglo xix, desde las obras de Sthendal hasta De sobremesa, del colombiano José Asunción Silva y realiza un viaje al fondo de la poesía, a sabiendas de que la poesía "no es sino el testimonio de un incesante fracaso". En ese periplo sabroso por los poetas de todos los tiempos, donde se ha nutrido sin cesar, Mutis nos habla con fina suspicacia de la poesía del Siglo de Oro español, del romanticismo, de sus venerados Neruda y Machado, de la Iliada en la traducción en verso de Alfonso Reyes, de El paraíso perdido y la poesía de Lamartine ("sigo leyendo ‘El lago" y una docena de poemas suyos y me suscita una sensación de musicalidad y de belleza que para mí está intacta"), de Victor Hugo, Racine, François Villon y de la Antología de la poesía francesa de André Gide y de su imposibilidad de acercarse a la obra de un poeta como André Chénier, que se le hace insoportable; nos habla también, con personal lucidez, de los poetas malditos, de los parnasianos y los simbolistas, de los de la transición hacia algo nuevo, como Apollinaire y Mallarmé, de su entusiasmo por los poemas de Barnabooth, de Valéry Larbaud, de la poesía surrealista y de los poetas latinoamericanos, y al final concluye: "Sólo hay una poesía: la verdadera poesía. La poesía está presente con igual intensidad e igual validez en los tercetos de La Divina Comedia, en las Églogas de Garcilaso o en un poema de Yeats o de Keats o de Shelley o de Hölderlin. [...] Una égloga de Garcilaso palpita con una actualidad y una presencia absolutas. No está más distante, ni más lejos del hombre, que un poema de Rimbaud o de Baudelaire. El fenómeno, en el fondo, es el mismo. Es un intento de cerco, de acercamiento, de posesión de una verdad esencial." Pienso que el libro-entrevista Celebraciones y otros fantasmas, de Eduardo García Aguilar, desconocido en México, contiene varias claves y lazos primigenios para entender mejor la razón de las tribulaciones del personaje central de la saga mutisiana y de las ideas acerca de la poesía y la vida que giran en lo más íntimo de su autor. Menciono sólo una de esas claves: "La poesía es la lengua natural de lo que nosotros somos sin saberlo", una definición del poeta Joê Bousquet que Mutis retoma entrañablemente y que podría aplicarse con cierta fortuna a Maqroll el Gaviero, como una expresión natural de lo que su autor hubiera querido ser, aunque nunca lo haya sabido. 

"Veo y pienso en la luz del día junto a mí, tan sola, tan blanca y tan fría. Un otoño sin hombros, ceñido a la tierra, exacto en su quehacer." Las frases anteriores parecen líneas de un poema extraviado que tal vez alguien imaginó, quizás un amigo, quizás yo mismo y que –tal vez– está vivo desde hace tiempo en alguna instancia insospechada del lenguaje. Todo esto viene al caso porque he releído Summa de Maqroll el Gaviero y desde el primer momento me topé con estas líneas de Los trabajos perdidos: "De nada vale que el poeta lo diga... el poema está hecho desde siempre. Garra disecada y quebradiza de un ave poderosa y tranquila, vieja en edad y valerosa en su trance." Me quedo pensativo un rato y me parece descubrir que es un buen comienzo para volver a leer la poesía de Mutis, a la que vuelvo a intervalos, sobre todo en los instantes de mayor desasosiego, como para acentuar todavía más mi tenue sentimiento de desesperanza. Hay que leer a Mutis para dudar de todo y no creer sino en la lectura de los libros prodigiosos que prolongan la vida. Sólo esos libros nos pueden alimentar eficazmente en medio de los destrozos de un mundo que corre con prisa y sin remedio hacia su propia perdición. Sólo esa garra "disecada y quebradiza" que es el poema, nos coloca en el centro mismo de nosotros mismos, nosotros que vivimos en medio de las cosas para mirarlas y pensarlas con atención. Y es que un poema es también eso, lo quería Eliseo Diego, mirar con atención.

Cuando se lee a Mutis es difícil distinguir entre el prosista y el poeta. Por lo menos a mí me sucede así con sus libros. "Abdul Bashur, soñador de navíos", "La última escala del Tramp Steamer" y "Amirbar", el primero y el último verdaderos compendios sobre la amistad, los leí percibiendo en ellos como una cierta prolongación natural de su poesía. Por supuesto, esta no es ninguna apreciación nueva u original, pero hay que repetirla otra vez para que no nos gane la desmemoria: toda la saga de Maqroll el Gaviero, con toda su imaginería de buques y navíos, de lluvias torrenciales y maderas secas, de insectos ciegos y minas húmedas, ya estaba enunciada en poemas tempranos de Mutis como los reunidos en "Los elementos del desastre". Y la percepción de la precariedad humana y de la inevitable derrota de sus trabajos y sus sueños, por el galopante olvido –amo y señor de los siglos–, también anidaba en esos textos: "Una vida perdida en vanos intentos por hallar un olor o una casa. [...]. Y el fin, después, cuando comienza a edificarse la morada o se entibia el lecho de ásperas cobijas." De estas palabras a las expuestas en Abdul Bashur, soñador de navíos, no hay más que un paso, aunque hayan pasado más de treinta años: "Maqroll partía de la convicción de que todo estaba perdido de antemano y sin remedio." En su prosa, en sus novelas, Mutis regresa obsesiva y constantemente a un lenguaje inicial del que nunca ha logrado evadirse y que explica desde el principio sus certezas y sus dudas respecto al mundo que afronta. Gaviero, al fin, revela lo oculto para otros, vislumbra lo que está más allá del horizonte, y en ese territorio de nadie –a la intemperie– intuye la derrota al que se enfrenta el hombre, porque todas sus iniciativas, hasta las más ambiciosas y temporalmente seguras, se verán tarde o temprano sometidas al olvido: al olvido ontológico y último, a la memoria apabullada por la escala implacable del tiempo geológico.

Me han pedido seleccionar unos cuantos poemas de Mutis para esta publicación; "los que más le gusten" me dijeron, pero es una empresa imposible en un espacio tan corto. Confieso que me gustan, sobre todo, los poemas "viejos", los de sus primeros libros Los elementos del desastre y Los trabajos perdidos. Y hay dos poemas en otros libros posteriores a los que siempre vuelvo, por aquello de las elecciones afectivas: En Novgorod la Grande y La muerte de Alexandr Serguevich. Al releerlos me parece descubrir el profundo amor que siempre ha profesado Mutis por la cultura, la historia, la literatura, los paisajes y las cosas de Rusia, aunque sea uno de los países en los que nunca ha estado en sus viajes incesantes. Pero he sido testigo de su nostalgia imposible y de su emoción a toda prueba, cuando en algunas oportunidades hemos escuchado juntos romances del siglo xix y música popular y sacra de ese país sin final y tan extenso como la poesía de Pushkin, esa "inmensa tierra de milagros y de hazañas y de bosques interminables e iglesias de cúpulas doradas". Son en estas cosas, aparentemente pequeñas, en las que se descubre la verdadera dimensión del hombre y el poeta. Sé que Mutis ha accedido a la poesía y a la literatura rusas a través de versiones al francés y conoce con apasionamiento genuino las obras de Gógol, Pushkin, Turguéniev y los grandes rusos del xix y no le es indiferente el destino trágico de los grandes poetas y narradores del xx, como Sologub, Ajmátova, Tsvetáieva, Mandelstam, Pasternak, Bábel y Bulgákov, las "voces de la tormenta", como él mismo los ha denominado. Es por estas razones que al leer un texto como La muerte de Alexandr Serguevich, me sorprende cómo Mutis logra captar justamente el espíritu de este poeta impar, que en el breve instante de su agonía –tras el duelo en que fue herido mortalmente y ante la belleza intensa de su mujer Natalia Goncharova–, "antes de que la débil luz se extinguiera para siempre, entendió todo con vertiginosa lucidez", pero ya todo era por completo inútil. 

En los últimos años Mutis ha publicado unos cuantos poemas en revistas. Son poemas de sencilla estructura y tono preciso, cargados de fina ironía y de una música interna que transparenta el verso libre en el que están escritos. Aunque son de factura reciente, parecen estar hechos desde siempre, pero son nuevos y frescos, de resonancias impredecibles. Son otra vez el viento solitario, la garra "disecada y quebradiza", "valerosa en su trance", que nos coloca de nuevo en el centro de nosotros mismos. Su apuesta por el silencio, "gracia inefable" que no cree haber ganado todavía en "Pienso a veces..." y su decidida imprecación contra los listos, esos que cruzan la vida  "sin haber visto nada,/ sin dudas ni perplejidades", me parecen de una gracia fértil y una energía renovada. Ahora que Mutis está en sus jóvenes y plenos ochenta años, esta lectura no puede ser menos que una celebración.