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México D.F. Domingo 26 de octubre de 2003

Rolando Cordera Campos

La hora negra

Mientras los diputados encuentran la manera de ser congruentes y se allanan a los dictados del gran dinero -que eso es para ellos la congruencia-, el gobierno persiste en su innoble tarea de confundir lo confundible. Un día es la luz que se va a apagar, otro es el país que todo lo puede y no requiere de reforma alguna. Más allá del debate está el lienzo charro donde el secretario de Gobernación piensa conseguir votos y hegemonía y el Presidente descanso y perspectiva. La república de los rancheros con la que soñaba Manuel J. Clouthier se vuelve la hacienda venida a menos de los oriundos o avencidados del Bajío, mientras el país real languidece ante la única certeza que por lo pronto le ofrecen: más años de penuria y mal empleo, más veranos del hambre y del miedo en la línea fronteriza, más tiempos de apretarse con lo que ni siquiera se cuenta.

No hay duda de que hemos sabido cambiar y controlar el cambio, para quien lo dude ahí está el Instituto Federal Electoral, intacto a pesar de tanta aviesa embestida. José Woldenberg y sus compañeros del consejo, con la excepción que los enaltece y dignifica, encarnan esta capacidad de cambiar con voluntad de orden y rigor intelectual que tanta falta hace en otros ámbitos, pero igualmente nos muestran que una golondrina no hace verano.

Tenemos partidos que no arriesgan ni comprometen y llevan al Congreso, fiel de la balanza y la esperanza, una quietud inaceptable en tiempos de tormenta. Tenemos tecnocracia que muy pronto se apoltronó en la burocracia más que bien pagada y ahora se nos presenta como nocivo grupo de interés y de poder que desde el sector público o el privado no piensa sino en sus propios beneficios y futuros lucros, y lleva la discusión política y económica a niveles inauditos de estolidez y mentira. Deja la sapiencia por la ganancia y contribuye a la analfabetización política general que los medios enfeudados de la tv y la radio no hacen sino corear y reproducir al infinito.

Tenemos también políticos vueltos cabilderos de ocasión que no arriesgan una sola idea y confunden la prudencia con la amnesia y la parálisis mental, mientras sus respectivos encomenderos les truenan el látigo. Y así las cosas, mientras el valiente tijeretero de Hacienda nos trae la mala nueva: ya no hay ni para taparse y los diezmos del petróleo se fueron por el caño. México tendrá que pagar a precio de sangre la necedad de sus partidos y legisladores que despreciaron sus sabios consejos tributarios y dijeron no al IVA del hambre y de la enfermedad. Y por eso, y sólo por eso, el país entero tendrá que pagar con escasez mientras la banca se remienda y los gana y los exegetas se solazan con la torpeza de una nación nacida para perder.

No hay mensaje alternativo para este torpor siniestro en que ha caído nuestra imberbe democracia. Los llamados contra Occidente que trajo consigo Evo Morales en mala hora, no hacen sino contribuir a la confusión de las izquierdas en las que uno podría esperar el esfuerzo de apertura para dejar atrás el agua estancada en que México se debate y en todo caso dan cuenta de los mil y un tragos amargos que le esperan a la bella Bolivia, ahora que el lamentable Goni se fue a su casa de Miami o Washington, pero no son atendibles en lo más mínimo. En este extremo Occidente no se puede renunciar a la herencia de las luces ni renegar de la piel mestiza o la savia criolla. De lo que se trata es de ponerla a trabajar para hacer e inventar el futuro en vez de volver espectro un pasado del que más bien hay que aprender haciendo buena historia en lugar de supercherías milenaristas.

Pensar que podemos renunciar al mundo y dar por muerta la única posibilidad de reordenarlo, aunque sea de a poco, es igualmente lamentable porque implica renunciar a la búsqueda de lucidez racional que es lo único que nos permitirá avanzar en medio de la niebla. Para nosotros no hay camino de excepción: la senda escogida de internacionalización con democracia en todo caso debe ensancharse para dar cabida al compromiso con la equidad al que antes de siquiera considerarlo hicieron a un lado las elites del neoliberalismo y sus lamentables albaceas de la alternancia y la privatización a ultranza. Esta es la encrucijada que hay que encarar antes de que anochezca. Mientras tanto, lloremos al gran amigo, viejo sabio, que fue Arturo Warman y no hagamos caso de la mezquindad que lo quiso reducir a su, por otra parte, digno papel como honesto servidor público o quiere falsear sus posiciones consecuentes con el rigor intelectual en materia rural o india. En esta hora negra que antes era gris, cómo lo vamos a necesitar y a extrañar.

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