Jornada Semanal, domingo 19 de octubre  del 2003                núm. 450

LUIS TOVAR
MORELIA
Y EL CINE MEXICANO
(II DE III)

Así como hace una semana se habló aquí encomiásticamente de la cantidad de cortometrajes y documentales mexicanos que compitieron dentro del primer Festival Internacional de Cine de Morelia, habrá que reconocer en este caso que la calidad de los trabajos presentados, variopinta por necesidad, va de lo escolar a lo profesional y de lo lamentable a lo verdaderamente digno de elogio, al tiempo que recorre una extensa gama de posibilidades y necesidades expresivas.

El sometimiento a ser calificados, por un jurado y por el público, que estos cineastas –la mayoría de ellos noveles– aceptaron, es una condición indispensable para esperar de ellos mejores resultados en el futuro.

A reserva de llevar a cabo un análisis más extenso, por lo que respecta a los cortometrajes hay un par de hechos dignos de ser destacados: el primero tiene que ver con los aspectos técnico y formal de la realización, y el segundo con la manera de abordar y enfocar los respectivos temas.

Por lo que puede juzgarse, la opción de filmar en video, sin la cual una buena cantidad de estos trabajos quizá sencillamente no existiría, conlleva un riesgo importante: el de soslayar, o no adquirir si no se contaba con él de manera previa, el conocimiento práctico y el consecuente uso del lenguaje cinematográfico. No es perogrullada: si se filma en video el resultado se verá como video, a menos que el realizador sea capaz de diferenciar los códigos de ese lenguaje de los que son propios del cine, que por más cercanos que puedan parecer, están divididos por una diferencia siempre visible en pantalla, sea ésta del tamaño que sea.

No todo consiste en el formato, la calidad de la resolución de la imagen, e incluso va más allá de la elección de un encuadre o el tipo de toma que se elija. También hay diferencias importantes a considerar por lo que toca a iluminación, disposición –o ausencia– de cuadro, etcétera, y sobre todo en la postproducción, a la hora de editar, musicalizar, titular y subtitular...

No se trata aquí de hacer menos al video en general ni al videoarte en particular; éstos son, como el cine, medios de expresión igualmente válidos, que poseen sus propias reglas y exigencias y hasta sus tendencias, tics y manías. El video es, por supuesto, un vehículo técnico ideal para llevar a cabo los propósitos para los cuales fue creado. Así que no se trata de restarle valor al video, que lo tiene, sino de pensar en cine, por decirlo de algún modo, también cuando sólo se cuenta con una cámara de video, al menos cuando se trata, como es el caso, de un festival cinematográfico, donde lo que se exhibe tendría que ser cine o siquiera parecerlo. Pruebas de que esto es efectivamente posible los hubo en el propio festival, pero lo mismo hubo una gran cantidad de videos que por momentos no dejaban claro cuál habrá sido el criterio de selección, y tampoco echaban luz sobre algo más relevante: qué entienden por cine muchos miembros de las nuevas generaciones que quieren realizarlo.

Tomando en cuenta que la precariedad para filmar con los bártulos del cine tradicionalmente entendido seguirá siendo la constante en este país de pocas y no siempre logradas producciones orientadas al consumo masivo, es necesario que quienes están actualmente sosteniendo una producción que no por ser cuasi marginal y por ocuparse de temas poco vendedores resulta menos importante, tengan claro qué están haciendo o, mejor, qué desean hacer: video a secas, videoarte, video asimilable a cine, o cine con los recursos técnicos del video.

PARA DOCUMENTAR AL CINE

La primera exigencia de un documental es simple: debe dar cuenta, de modo breve pero no por eso menos completo, de un hecho o una situación, o abordar un tema de manera que éste quede si no agotado –cosa más bien imposible–, sí suficientemente expuesto. En otras palabras, debe ser una unidad significante capaz de dar un mensaje completo a quien lo recibe, en primera instancia, y capaz también de despertar en el receptor el interés por saber más del tema o asunto tratado. Idealmente, debería ser asimismo un acicate para que otros realizadores aborden temáticas similares o parangonables.

Estas características valen lo mismo para cualquier tipo de documental, sin importar si éste se quiere realizar en video o en cine, si va destinado a la pantalla pequeña o a la grande, o si ha sido hecho pensando en su difusión restringida o abierta. Es el tratamiento formal lo que diferencia a un documental como los innumerables que pueblan la televisión, de uno realizado con aliento cinematográfico.

Valga esta larga exposición para abrir los comentarios acerca de lo que fue la primera Jornada de Documental Mexicano dentro del festival, donde fue posible ver muestras tanto de lo uno como de lo otro.
 

(Continuará.)