Jornada Semanal,  domingo 19 de octubre de 2003           núm. 450

JAVIER SICILIA

MIGUEL HERNÁNDEZ,
LA MIRADA DE LA ENCARNACIÓN

Un gran poeta no es aquel que escribe buenos poemas, sino quien a través de ellos y a lo largo de toda su obra nos revela una mirada sobre el mundo.

Desde hace tiempo, a raíz de mis estudios sobre Iván Illich, he meditado sobre el misterio de la encarnación en un mundo en el que ella, a través de la tecnología, que simula lo real, y de la destrucción del suelo, que ha sido substituido por la espacialidad en la que nos movemos y habitamos, ya no es perceptible.

Frente a esta realidad, que está en la base del pensamiento de Illich, buscaba un poeta que hablara de ella. Lo encontré en Miguel Hernández. Aunque desde hace años lo leía y admiraba; aunque desde entonces la intuición poética, que sus poemas me revelaban, me llenaba de una nostálgica dicha, fue hasta recientes fechas que entendí por qué.

A Hernández se le ha clasificado como un poeta del amor y de la defensa de la República española frente a la otra barbarie, el franquismo. Sin embargo, lo que corre detrás de sus poemas, incluso en los mejores de tinte político y revolucionario que aparecen a lo largo de Vientos del pueblo, no es una mirada ideológica, ni la de un amor abstracto y romántico que habita en las esferas del sueño o del trasmundo, sino una revelación que habla de un mundo con carne: el que le introyectó, con todo el peso de su sabor, su Orihuela natal. Sólo un campesino que ha vivido el peso de la tierra y de lo local, de los ancestros y de los muertos que lo habitan y que vuelven, como en su "Elegía" a Ramón Sijé, "a mi huerto y a mi higuera:/ por los altos andamios de las flores"; sólo un poeta que vive en un mundo de presencias concretas donde el amor de mayo "ronda majadas,/ ronda establos y pastores,/ ronda puertas,/ ronda camas [...]", puede revelar los goces de la encarnación.

Su adhesión a la Republica no es en este sentido una adhesión ideológica, sino una adhesión a una resistencia en la que Hernández quería ver la defensa de ese mundo amenazado por un orden totalitario, metáfora de los totalitarismos institucionales de la modernidad que en nombre de la economía miran y usan la tierra como un espacio para la plusvalía o como un recurso productor de bienes. Su lucha, en consecuencia, no es por la instauración ideológica del socialismo, sino por la preservación del mundo encarnado en el que transcurrió su infancia y su adolescencia y en el que sólo la vida, en su sentido de bondad, puede florecer. Lo dice maravillosamente en los versos finales de la "canción del esposo soldado", en Vientos del pueblo: "Para el hijo será la paz que estoy forjando./ Y al fin en un océano de irremediables huesos/ tu corazón y el mío naufragarán, quedando/ una mujer y un hombre gastados por los besos." Lo dice también en el poema "Aceituneros": "Unidos [la tierra, el trabajo y el sudor] al agua pura/ y a los planetas unidos,/ los tres dieron la hermosura/ de los troncos retorcidos [...] andaluces de Jaén,/ aceituneros altivos,/ decidme en el alma: ¿quién/ amamantó los olivos?"

El muchacho que inició su vida de poeta con un libro de corte barroco escrito en octavas reales, imitación de la poesía culta, termina –durante su experiencia en la abstracción espacial de la cárcel, sitio sin suelo y sin rostro, prefiguración de la desencarnación de los totalitarismos modernos de la economía y la tecnología– escribiendo un libro, Cancionero y romancero de ausencias, que rescata la estructura popular de las canciones, en la que la España –hecha de pueblos, de localidades y raíces– ha expresado a lo largo de los siglos su ethos.

En estas canciones hay una, la 59, donde Hernández canta la grandeza de ese mundo encarnado en un elogio al vientre femenino –sobre el que el totalitarismo tecnológico ha ejercido el control convirtiendo su misteriosa opacidad en un sitio de programaciones genéticas sobre el que los especialistas deciden– que, al rememorar el de la Virgen, afirma la presencia del rostro de la encarnación, fuera del cual el mundo deja de tener sentido: "Menos tu vientre,/ todo es confuso.// Menos tu vientre,/ todo es futuro/ fugaz, pasado/ baldío, turbio [...] Menos tu vientre/ todo inseguro,/ todo postrero,/ polvo sin mundo.// Menos tu vientre/ todo es oscuro./ Menos tu vientre/ claro y profundo."

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatisas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva y esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez.

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