Jornada Semanal, domingo 19 de octubre  de 2003           núm. 450

NMORALES MUÑOZ.

PASIPHAE

A la memoria de Omar Becerril Serrano (1976-2003)

 Casi una obra de tesis, la dramaturgia de Raúl Falcó, a partir del texto del escritor vigesimonónico francés Henri de Montherlant, retoma el mito de Pasiphae, esposa de Minos, rey de Creta, para indagar en la relación entre el erotismo y la pulsión de muerte, entre la sexualidad y el sentido de aniquilación, que encuentra fundamentos en las teorías que sobre el tema desarrolló Georges Bataille en El erotismo, uno de sus ensayos más sólidos acerca de los recovecos inexplorados de la naturaleza humana. Para Bataille, muerte y sexualidad se asocian en la violencia en cuanto que ésta representa, en ambos casos, el caos que se contrapone al orden que los antecede, y el complemento que otorga sentido a sus respectivos ciclos naturales; para Falcó y para el siempre subversivo Juan José Gurrola, en la figura de Pasiphae –cuya condena a enamorarse de un toro blanco es la venganza de Poseidón hacia Minos, que rechaza ofrendar el animal al dios del océano–, converge la misma relación, tempestuosa e inevitable, entre el deseo y la destrucción, si bien en este caso la violencia no se manifiesta sino de manera latente. La historia de la diosa cretense, sabedora de que la consumación de sus anhelos amorosos conlleva su propio fin, viene a ser, como acota Falcó en el programa de mano, el centro de un laberinto de historias incestuosas, y una exposición clara del conflicto original de la tragedia: la lucha interior del héroe y la posterior toma de conciencia sobre los avatares de su destino.

Gurrola y Falcó habían trabajado, hace poco más de veinte años, una versión escénica del texto de De Montherlant, presentada en una de las salas del Museo Tamayo. Según consta en las crónicas de la época (asequibles en el notable cd El teatro de Gurrola, editado por el citru el año pasado), dicha puesta se apegaba mucho más a la obra original, conservando su indudable espíritu poético y consiguiendo momentos sobresalientes en el plano estético. Esta segunda interpretación a la misma obra es, en definitiva, una mirada personalísima del enfant terrible de nuestro teatro, una propuesta más próxima a sus obsesiones artísticas más recientes. Hipercuadriculada de conceptos, batallando con poco éxito por dotar de las características de lo escenificable a lo que más bien es un conjunto de reflexiones teóricas y místicas, la puesta puede verse como un experimento, no del todo logrado en términos dramáticos y escénicos, por interrelacionar filosofía y teatralidad, por adentrarse en el universo femenino a través de un personaje complejo y de un fuerte potencial erótico.

La concepción del espacio escénico como alegoría del universo dramático propuesto es de nueva cuenta uno de los puntos descollantes de esta escenificación gurroliana, que se presenta en temporada en el Teatro Santa Catarina. Una estructura de metal al fondo, de la que cuelgan cinco cuernos que remiten al objeto del deseo de la diosa cretense, y un piso diseñado a manera del laberinto en el que Minos encierra al Minotauro, fruto de los amores de su esposa con el toro blanco, conforman una escenografía cuya sencillez es al mismo tiempo poética y poderosa en términos de ambientación. De igual forma, contribuyen a la creación de atmósferas el diseño sonoro en vivo del DJ Arthur Henry Fork, plagado de ganchos e instantes sugerentes, y el trazo escénico de Nicolás Núñez, quien participa también del reparto, como un Coro contenido y sobrio de gran dinamismo corporal y gestual. Para quienes no habíamos tenido la oportunidad de ver al ideólogo del Teatro Antropocósmico en labores histriónicas, su trabajo resulta una sorpresa agradable, e indudablemente lo más sobresaliente del montaje en el rubro actoral.

Quizás sea debido a la enorme carga retórica y a la densidad conceptual del proyecto que se perciba un ostensible debilitamiento en la confección de los personajes secundarios, lo que afecta el rendimiento del reparto. Tina French, Alberto Mejía Barón, la joven Griselda Coss y Héctor Mendoza no gozan de mucho material para la construcción de sus personajes, por lo que su participación se disipa gradualmente hasta el borde de lo meramente testimonial. En el extremo opuesto, Katia Jurado dilapida un personaje con el que pudo haberse hecho mucho más que una aproximación burda al paradigma de la mujer seductora y voraz. Exteriorizada y engolada, bordeando a veces el lugar común, Tirado no logra un ritmo actoral sostenido, lo que no permite casi nunca conferirle el poder de la verosimilitud.
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