La Jornada Semanal,   domingo 19 de octubre  del 2003        núm. 450
La llama al viento de 
Barba-Jacob

Fabio Jurado Valencia

En el mes de mayo de 1928 aparece en México la Antología de la poesía mexicana moderna, bajo la autoría de Jorge Cuesta, en un momento de debates fecundos para la literatura latinoamericana, como lo fueron las revistas, los programas y las obras de quienes serán reconocidos en México como los Contemporáneos. La antología fue publicada por la Editorial Contemporáneos, cuyo perfil avizoraba el carácter colectivo de un proyecto comprometedor con la valoración estética de la poesía mexicana más reciente.

Como lo es toda antología, la Antología de la poesía mexicana moderna no escapó a detracciones de distinto tipo, desde endilgarla como excluyente hasta considerarla como caprichosa y ser un "buen ejemplo" de la vanidad de quienes hicieron la selección. No ha habido en México una antología tan polémica como la de Jorge Cuesta –y los Contemporáneos. Pero dicha antología constituyó, sin duda, la mejor evaluación de la poesía mexicana escrita entre finales del siglo xix y el año 1928.

Es necesario hacer referencia a la antología de Jorge Cuesta y los Contemporáneos porque en ella se incluye al poeta Ricardo Arenales, cuya obra poética parece haber alcanzado el mayor reconocimiento entre quienes constituían la vanguardia de la poesía mexicana: Cuesta, Villaurrutia, Torres Bodet, Pellicer, Novo… Se trata de la poesía mexicana moderna y en ella se registra a un poeta nacido en Colombia pero con un sitio ganado en la historia de la poesía de México, según el juicio de Cuesta. Nos imaginamos a Ricardo Arenales –o Porfirio Barba-Jacob– participando en las tertulias, como bien supo hacerlo entre los artistas y pensadores del Ateneo de la Juventud –preámbulo de los Contemporáneos– e influyendo y recibiendo influencias de los escritores mexicanos de su tiempo.

Los cinco poemas seleccionados por Cuesta, "Canción de la vida profunda"; "La reina"; "Estancias"; "Los desposeídos de la muerte" y "Lamentación de octubre" ocupan un lugar intermedio en la antología, entre los poemas de Enrique González Martínez y Ramón López Velarde, dos de los poetas más cercanos a Barba-Jacob, junto con Alfonso Reyes. Premeditadamente Cuesta ubica los poemas en ese lugar porque percibe unos tonos –muy modernos– convergentes y cercanos entre los de González Martínez y los de López Velarde, lo cual constituye un homenaje a la labor del poeta colombiano, toda vez que la obra de los dos poetas mexicanos es indudablemente de un alto vuelo estético.

"Por el espíritu de las influencias que su obra ha recibido y por las huellas que ha logrado imprimir, Ricardo Arenales es un poeta de México", afirma Jorge Cuesta en la nota de presentación a los poemas seleccionados. Hasta antes del año 1928 Barba-Jacob, o Ricardo Arenales, no ha alcanzado aún un reconocimiento de tal encomio, pues es de revistas y de "periódicos amarillentos" de donde Cuesta toma los poemas escogidos (entre los años 1927 y 1930 Barba-Jacob se encuentra en Colombia). 

"Una extraordinaria imantación" era Ricardo Arenales, nos dice Cuesta; un hombre que se acercaba "a todas las verdades y a todos los errores, sin quedarse ni en unas ni en otros, anticipándose a las teorías de la poesía pura, pero contaminándolas con la peligrosa herencia simbolista", cuyo resultado era la búsqueda de lo que el mismo Barba-Jacob denominara "trascendentalismo". "Artista múltiple, cultiva con igual éxito las formas ceñidas (el soneto, las estancias) y el verso libre. En todas ellas deja una huella de su originalidad, amarga y áspera…" Lo dice Jorge Cuesta, crítico y poeta, uno entre los más exigentes y acuciosos del círculo de los Contemporáneos. 

Sólo por la sapiencia, la beligerancia periodística y la fuerza de su poesía podía un escritor colombiano, como Barba-Jacob, aparecer entre los mejores poetas mexicanos de la modernidad. También, por lo que parece, la antología incorpora a los grandes amigos de Barba-Jacob, quienes lo apreciaban como un gran conocedor de Poe, de Darío, del simbolismo francés y de los filósofos griegos. Con este acervo cognitivo es comprensible el pudor estético, la actitud exigente y de permanente revisión que Barba-Jacob sabía hacer de su propia poesía.

En la recopilación de las cartas de Barba-Jacob que Fernando Vallejo hiciera en la perspectiva de rastrear el vagabundeo literario y periodístico del poeta encontramos que sólo hasta el año 1936, en carta a Gustavo Solano Guzmán, aparece una referencia a la Antología de la poesía mexicana moderna: "Le mando también materiales bibliográficos y críticos para que nuestros amigos de San Salvador puedan utilizarlos en la propaganda. Va la nota que hay sobre mí en la Antología de la Poesía Mexicana, y la que hay en la Antología de don Federico de Onís…" (cfr. Cartas de Barba-Jacob, recopilación y notas de Fernando Vallejo, Bogotá, Revista Gradiva, 1992). Para entonces Barba-Jacob había sido invitado a San Salvador en donde recibiría un homenaje y realizaría varios recitales, como ya los había hecho en Guatemala, Honduras, Nicaragua, Perú, Cuba y las provincias mexicanas. Pero ese homenaje-coronación nunca se pudo realizar, pues ya en 1936 la enfermedad comenzaba a cercarlo.

Porfirio Barba-Jacob, o Ricardo Arenales, o Miguel Ángel Osorio es, sin duda, el primer escritor colombiano que logra sobrevivir pecuniariamente con los medios de la escritura, sea a través de los recitales de sus propios poemas o con la escritura periodística y la fundación y participación en revistas literarias y de la cultura; sobrevive, porque a fin de cuentas morirá no pobre sino en la miseria, signado por un destino en el que el dinero así como le llegaba se iba de sus manos fácilmente. 

De las dos obras narrativas de Fernando Vallejo, Barba-Jacob, el mensajero (1984) y El mensajero (1991), en torno a la vida de Barba-Jacob, se infiere la figura de un hombre generoso y a la vez un hombre de la picaresca. Generoso, porque compartía cuanto tenía –en el alcohol, las comidas, los vicios y las revistas que fundaba–; picaresco, porque sabía timar y mentir para afrontar las grandes dificultades de un escritor desarraigado y compulsivo por hacer realidad grandes proyectos que se esfumaban tan rápido como los imaginaba. En todo caso, la imagen que nos queda es la del charlador y viajero hiperactivo y la del buen lector: "¡Cuánto leer para escribir!", dirá en esa especie de ensayo autobiográfico como lo es "La divina tragedia".

La organización en tres secciones de la antología preparada por quien esto escribe bajo el título de Era una llama al viento…, en homenaje a uno de los poemas más genuinos de su autoría, el que nos aprendíamos todos en la escuela: "Futuro", deviene de una experiencia de lectura de la obra completa del poeta; por lo tanto, es el resultado de una imagen transitoria (la de una lectura), de una subjetividad inevitable (el valor que le otorgamos a lo que puede considerarse la poesía mejor lograda) y de una apreciación estética y ética (el reconocimiento artístico de un trabajo adelantado con pudor y en la intención por trascender las poéticas de la tradición). Esta organización del libro es arbitraria, por supuesto, pero consecuente con unos hilos temáticos que permanecieron en el ideario del poeta. 

En la primera sección, "Evocaciones Geográficas", orientamos nuestra percepción hacia los tonos del desterrado que ve en la patria no unos símbolos emblemáticos sino una geografía en la que se representan los espacios de la infancia y de la primera juventud; por eso, aparecen allí las imágenes de los pájaros, las flores, los árboles, las frutas, los olores y los colores del paisaje; así también, el río, la granja y la montaña y con ellos el reencuentro con el padre, la abuela, los niños y los cantos de cuna. Cabe destacar en esta sección el retrato de la ciudad de Barranquilla y su puerto, como penúltima prueba del iniciado que se desprende del espacio primigenio para penetrar en el mundo desconocido, implicado en el viaje hacia el extranjero. 

Si Barba-Jacob volviese a revisar estos poemas, como acostumbraba hacerlo, estamos seguros que ajustaría los ritmos y los significados de poemas como "La hermana", "Imágenes" y "Cada día"; pero la escritura se hace y deshace en cada poda y el tiempo nunca es suficiente para la perfección, si acaso ésta existe en el arte.

Si bien el amor es un tópico recurrente en toda poesía, es por esto mismo complejo escribir sobre tal asunto, so pena de caer en lugares comunes y en la cursilería; pero Barba-Jacob logra trascender los lugares comunes e inclusive los modos propios del modernismo para referirse al amor. Como López Velarde, en los poemas evocadores de los amores pueblerinos, el poeta recoge la cosecha de la memoria erótica para mostrarnos la experiencia intensa de los amores transgresores, los amores primerizos de escondidas, como el de "Mi vecina Carmen", en el que la muerte de la mujer le hace sentir el mismo miedo de aquella iniciación en el amor. La segunda sección recoge seis poemas que identificamos con el título "Del amor" para destacar esta imagen que no escapa a la labor del poeta.

En "El poema de las dádivas" los versos libres son el mejor recurso para nombrar los amores libres, intensos, posibilitadores de la anágnorisis, del conocimiento pleno del universo en el acceso a la mujer, la mujer como ese Otro tan diferente y tan necesario, como lo sugieren estos versos y cuyo mejor ejemplo es lo que se condensa en "Cintia deleitosa": "Ella está en mí porque yo estoy en ella". El erotismo no es más que la conjunción con la muerte, entendida como el desprendimiento del mundo profano: de allí Amor y Muerte como una constante en la poesía universal.

Pero además del amor como erotismo, Barba-Jacob introduce también el amor cósmico, místico y fraterno. Así, "Del ciclo del amor" es la invocación al amor por la Tierra, asumida como imagen de lo femenino, dadora de todo; este es uno de los poemas más simbólicos y de mayor elevación telúrica, en donde el poeta ha podido cantar a los elementos naturales: el agua, el aire, el fuego, la tierra y lo que ellos generan –el vino, las espigas, el oro, la ciencia, la rosa y el canto. De otro lado, en "El hijo de mi amor, mi único hijo…" se trata del amor paterno, que hace posible en nuestra lectura la imagen del hijo adoptivo de Miguel Ángel Osorio, por la manera como aparece en algunas de sus cartas y por la manera genuina como Fernando Vallejo lo retrata en las dos obras ya citadas.

En la tercera sección hemos agrupado veinte poemas bajo el título de "Filosofías", por ser estos representativos de visiones de mundo que sobre la existencia, el tiempo, el espíritu, la nada, el saber, la utopía, Dios, el universo, el enigma… nos muestra el poeta. Todos estos poemas contribuyen a descifrar las ideologías y preocupaciones de una época colmada de dudas; es indudable que, sin proponérselo, Barba-Jacob se mueve entre el furor de una espiritualidad metafísica y una reivindicación del mundo dionisiaco. En estos poemas el tiempo es circular; el saber es profuso e inalcanzable; el hombre es la acumulación del mundo, un sentido doloroso; es también el canto, el vino, la marihuana; es quien busca la utopía de "Acuarimántima", el poema mayor en el que, como en una cascada, desembocan los sentidos de todos los poemas. 

Barba-Jacob pulió de manera permanente sus propios versos, así estuviesen publicados. Las últimas cartas que dirige desde Ciudad de México a Juan Bautista Jaramillo Meza, en Manizales, entre junio y julio de 1941, revelan el acoso de la muerte y la angustia y afanes del poeta para hacer ajustes a su obra. Así, va tomando poema tras poema para ordenar cambios de título, de palabras, de versos completos. Ya en el año 1933 había revisado las pruebas para la edición de Canciones y Elegías, libro preparado por Renato Leduc en México, que según confiesa el mismo Barba-Jacob hacía parte del volumen Antorchas contra el viento, que nunca publicó en vida. Fernando Vallejo recoge en El mensajero la actitud prevenida e incisiva del poeta frente a la edición de Leduc (Editorial Alcancía) pues habían organizado su obra y él quería cambiarla toda.

Las ediciones de la obra poética de Barba-Jacob oscilan entre las que incluyen las correcciones señaladas a Jaramillo Meza y las que incluyen las correcciones realizadas por él mismo a Canciones y Elegías. Esta es una de las razones por las cuales encontramos algunas diferencias en las distintas ediciones. Hemos contrastado las ediciones de Colombia con las antologías de México y se observa que en Colombia se acogieron las insinuaciones del poeta. 

Hay dos versiones de una misma antología, publicadas en México, en la década de 1980. La dos versiones son de Ángel José Fernández; la primera es del año 1981, editada en los números 38-39 de la revista La Palabra y el Hombre, de la Universidad Veracruzana. La segunda, de 1984, se titula Florilegio de antorchas contra el viento y fue publicada por la Universidad Autónoma de Chiapas. En estas dos ediciones aparecen los poemas que mayor divulgación han tenido en México, como lo son: la "Canción de la vida profunda"; la "Balada de la loca alegría"; la "Parábola del retorno"; "Futuro" y "Acuarimántima".

Miguel Ángel Osorio, o Maín Ximénez, o Ricardo Arenales o Porfirio Barba-Jacob, nació en Santa Rosa de Osos (Antioquia, Colombia) el 29 de julio de 1883. Murió en Ciudad de México el 14 de enero de 1942. El poeta mexicano Carlos Pellicer hizo entrega formal, en Medellín, de las cenizas del poeta, cuatro años después de su muerte. En un aparte de su discurso, leemos:

Vivió en México más de la mitad de su vida. Fue allá en ese ambiente de sonoridades luminosas de la altiplanicie mexicana, donde el torrente circulatorio de su sangre poética alcanzó sus vehemencias mayores y sus más claros momentos. Fue amigo íntimo del poeta más grande de México actual: Enrique González Martínez … Periodista de ataque, Miguel Ángel Osorio tomó parte innumerablemente en arduos momentos de la vida política de México. En alguna ocasión, uno de esos típicos tiranos en que a veces abunda la vida pública de América, lo expulsó del país. Prueba inequívoca de que el poeta había puesto las manos en la llaga. En la antología de poetas modernos de México que nuestro malogrado Jorge Cuesta dirigió el año de mil novecientos veintiocho, aparece, sin el menor escrúpulo de nacionalidad, entre los mejores poetas mexicanos, el nombre y la obra de Porfirio Barba-Jacob. Hermosa afirmación de convivencia continental… 
Los poetas son quienes más se desentienden de la nacionalidad, porque lo que comunican va dirigido al hombre en el universo; si Barba-Jacob es reconocido como poeta colombianomexicano es sólo porque la tradición reclama unos lugares geográficos y unas bases culturales en la obra de todo artista.