Jornada Semanal, domingo 19 de octubre del 2003        núm. 450

MARCO ANTONIO CAMPOS

LOS FALSOS RUMORES

En la historia de nuestra vida literaria han existido un buen número de especies falsas que han cundido a través de las décadas, tomándose a tal grado como reales, que pueden ser desmentidas una y otra vez y parece o un diálogo de sordos o una correspondencia de necios. Voy a poner cuatro ejemplos.

El primero es el suicidio de Manuel Acuña. Generaciones van y generaciones vienen y se sigue pensando que Acuña se dio muerte por Rosario de la Peña y que el "Nocturno", dedicado a ella, fue su último poema y su carta de despedida. Inclusive hay antologías donde se lee "Nocturno a Rosario". Ni uno ni otro. El poema, como escribió Juan de Dios Peza, el amigo más próximo de Acuña, lo escribió el coahuilense tres meses antes de su muerte. Peza dice que los amigos desde entonces lo sabían de memoria y el mismo Acuña debió aprendérselo así para redactarlo en manuscrito cuando lo escribió en la sala de la casa de Rosario en Santa Isabel 10. Acuña regaló a Rosario el autógrafo. El veneno de la especie le hizo un gran daño a Rosario (paradójicamente asimismo aumentó el abejero de poetas en torno suyo atraídos por la miel funesta), y Rosario, al menos cinco veces en entrevistas públicas (con el peruano Carlos Amézaga, con Luis G. Urbina, con José López Portillo y Rojas, con el presbítero José Castillo y Piña y con el periodista Roberto Núñez y Domínguez), dijo que en el asunto del suicidio había sido pretexto pero no causa. Cierto: quienes han estudiado el affaire de desesperación están de acuerdo que los motivos del suicidio de Acuña fueron varios y lo de Rosario un motivo menor que parece más una justificación melancólica o un alegato romántico. Quienes han investigado sobre Acuña saben que se suicidó porque su pobreza era tan grande que no tenía ni siquiera para comer, por las turbaciones mentales y el deterioro físico que fueron acentuándosele, por el hijo que tuvo con Laura Méndez y no podía alimentar, y aun, lo que me parece exagerado (lo decían Peza y López Portillo y Rojas), por tomar abusivamente café. Pero la leyenda popular no ha dejado durante ciento treinta años de propagar que Acuña se suicidó por Rosario y que antes de beberse el cianuro funesto redactó el "Nocturno".

La segunda especie es de que Ramón López Velarde, tal vez el mayor de nuestros poetas, reprobó en preparatoria la materia de Literatura en el Instituto Científico y Literario de Aguascalientes. Por supuesto no ocurrió; si uno va a la Universidad Autónoma de Aguascalientes y consulta el archivo de los microfilmes, se dará cuenta de que sólo existen de López Velarde tres notas de exámenes: son de 1905 y de 1906: Gramática castellana, Literatura y Gramática en general, moral, lógica y psicología. Las dos últimas la pasó por unanimidad; la única que aprobó por mayoría simple de 2 a 1 fue Gramática castellana. De 1908 existe el certificado de preparatoria (que reprodujo en facsímil Guadalupe Appendini en su libro Ramón López Velarde: sus rostros desconocidos), donde se lee que "el alumno don Ramón López Velarde, fue examinado y aprobado en las materias que a continuación se expresan". Son veinte, entre ellas Literatura. Es inútil: todavía hay muchos, incluso lopezvelardeanos, que repiten como cierta la fantasía del curso reprobado.

La tercera especie, más reciente, es de que, cuando tuvo lugar en la Ciudad de México el Encuentro Vuelta, luego de que Vargas Llosa acuñó en la mesa donde participó aquella definición vivamente recordable de que políticamente en México existía una "dictadura perfecta", esto molestó tanto a Octavio Paz que se dio una agria discusión entre ambos, y Vargas Llosa enfadado se marchó intempestivamente del país. Uno y otro, en distintas oportunidades, y Vargas Llosa aun en distintos países, aclararon tal como fueron los hechos: Vargas Llosa debió salir de México, luego de la mesa en que participó, por tener compromisos urgentes. La amistad entre ambos permaneció inalterable. La versión falsa sigue repitiéndose.

Digo esto porque, últimamente, con motivo de los cincuenta años de la publicación de El llano en llamas, ha vuelto a circular la versión de que Pedro Páramo quedó tan bien como novela porque la mano prodigiosa de Alí Chumacero la perfeccionó cuando trabajaba como corrector en el Fondo de Cultura Económica. Yo oía ya esta fábula desde fines de los años sesenta, cuando empezaba a escribir, y en 1972, cuando conocí a Alí Chumacero le pregunté si era cierta la especie. Desde esa primera vez (estábamos en la gran biblioteca de su casa) con toda honestidad lo negó enfáticamente y me dijo que apenas había hecho dos mínimas correcciones sin ninguna relevancia; en los treinta y un años de trato más o menos frecuente que he tenido con él jamás ha modificado un ápice lo dicho. Aún más: a principios de los años ochenta, cuando solía reunirme con Juan Rulfo las tardes dominicales en la cafetería de El Ágora, pregunté al propio Rulfo sobre el hecho. Hizo una mueca de desdén muy típica en él, y dijo con algún enfado pero de manera rotunda: "No modificó nada." De nada han servido las aclaraciones. Luego de cuarenta y ocho años de la publicación de Pedro Páramo, la especie, como las tres antes citadas, se siguen divulgando y tomándose como ciertas.

Y ¿qué hacer? Tratando de explicarme los hechos, me digo que, pese a pruebas documentales y testimoniales, a las aclaraciones y los desmentidos, la mentira o la falsedad, cuando son atractivas o morbosas, acaban, a fuerza de repetirse, siendo más verdad que la verdad, y la leyenda, buena o mala, con sus deformaciones o invenciones, termina venciendo.