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México D.F. Jueves 9 de octubre de 2003

Soledad Loaeza

Votar con rabia

Los resultados del referendum en California no sorprendieron a nadie. El gobernador hoy destituido con un voto de desaprobación superior a 70 por ciento, Gray Davis, había sido relecto con resultados mediocres y una tasa muy elevada de abstencionismo a principios de año. Desde abril, un congresista millonario y ultraconservador, Issa Darrel, lanzó una amplia movilización a la que aportó más de 2 millones de dólares, con el propósito de revocar el mandato de Davis. Una propuesta que parecía descabellada avanzó rápidamente, y es que hay algo en la personalidad del flamante ex gobernador que lo hace profundamente antipático y desconfiable. Su situación se agravó cuando se dieron a conocer las elevadísimas cifras del déficit de un estado que es la sexta economía del mundo, y que hoy tiene problemas serios de estancamiento, desempleo y deterioro de los servicios públicos. La destitución de Davis es en primer lugar la expresión de rabia de californianos furiosos ante la empobrecida situación de su estado y la aparente pasividad del gobierno demócrata saliente. Una rabia que fue hábilmente aprovechada por los republicanos.

El voto directo que expulsó a Davis y se impuso en las urnas electorales encauzó una emoción negativa: no fue un voto de la razón, sino de la sinrazón. Así lo confirma el hecho de que el ganador haya sido Arnold Schwarzenegger, cuyo atractivo político consiste en que es estrella de Hollywood. Su victoria pone al descubierto algunos de los mayores riesgos que acarrean los instrumentos de la democracia directa, como el que se utilizó para echar para atrás los resultados de una elección normal. Se pueden señalar por lo menos dos. El primero, que el eje de la estrategia para movilizar a los votantes sea la exacerbación y la manipulación de sus emociones. La frialdad espontánea de Davis nada tenía que hacer frente a la bien estudiada y estratégica calidez de Schwarzenegger. Se tomó fotos repartiendo besos a los niños, como pueden hacerlo hasta los más feroces dictadores; pidió perdón a las mujeres que ha manoseado a lo largo de su vida, y se disculpó de declaraciones misóginas que había hecho en el pasado, como la de que "no hay mayor placer que callar a una mujer sacudiéndole la cabeza y metiéndosela en el excusado". Ha quedado demostrado que si para ser buen político hay que ser un gran actor, en cambio no hay que ser un gran actor para ser político.

El segundo riesgo de la democracia directa es el desprestigio de la política. La competencia parecía más un carnaval que una campaña electoral. Participaron 135 candidatos, entre los cuales había desde estrellas de cine porno que buscaban reanimar carreras desfallecientes hasta comentaristas de radio marginales y californianos excéntricos que vieron en la política una ocasión de fun, fun, fun, como dirían los Beach Boys. Lo último que se puede reprochar al musculoso levantador de pesas es que no sea un intelectual, así que no fue la suya una batalla de ideas, sino de imágenes cubiertas de diamantina, como todo lo que toca Hollywood. Muchos quedaron con mal sabor de boca de este circo y ya no quieren saber nada de lo que ocurre en la vida pública ni tener ningún tipo de participación en un mundo que ha quedado en manos de un grupo de ricos que tiene los medios para movilizar a los ciudadanos, y la intención de gobernar sólo para sí mismo.

La revocación del mandato de Davis fue un exabrupto de rabia, pero tiene que ver con el intratable problema de los impuestos y con una decisión equivocada que se tomó en 1978, cuando se votó la Proposición 13: para controlar la inflación y asegurar un sistema impositivo más justo, se limitaron los impuestos a los propietarios de casas, siempre y cuando no se mudaran. No obstante sus buenas intenciones, con el tiempo esta reforma propició que los propietarios de casas modestas de reciente adquisición paguen impuestos tres veces superiores a los que pagan los dueños de grandes mansiones. Lo importante es que la renuencia de los californianos a pagar impuestos provocó una espiral de decisiones que halagaban a los electores, al mismo tiempo que satisfacían las propuestas de los republicanos, siempre dispuestos a reducir impuestos y servicios públicos, lo que ha dejado al gobierno del estado en la bancarrota. Gray Davis cayó víctima de los contribuyentes remisos convertidos en electores enojados.

Desafortunadamente la emotividad de la campaña, fomentada por los candidatos y el mecanismo elegido, relegó los temas importantes a un plano muy alejado de los dimes y diretes, las anécdotas, los desplantes de arrogancia, los rumores y las imágenes de los contendientes. Fue la prueba, una vez más, de que la democracia directa es tan corrosiva y peligrosa para la democracia como puede ser el ácido sulfúrico para el papel en el que están escritas las constituciones.

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