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A
50 años del derecho al voto para las mexicanas:
¿Seguir luchando bajo modelos masculinos o crear democracias participativas
feministas?
-- La democracia representativa no es suficiente, en
su corrompida partidocracia los aportes políticos de las mujeres
no resultan significativos
-- La visión masculina del poder nos impone la
barbarie una y otra vez
-- El reto político no son carguitos o puestos
en la cueva de Alí Babá sino inaugurar una forma nueva y
singular de hacer política
Victoria Sendón de León
Algo se está moviendo respecto al concepto mismo de Democracia
en el sentido de que la representatividad nos resulta ya muy insuficiente.
Y más si este simulacro de representación se mira desde
la perspectiva de las mujeres. Simplemente: no estamos ni siquiera representadas
en las instituciones que se supone actúan, legislan y aplican las
leyes en nombre de la ciudadanía. Cada vez se repite más
el antiguo lema feminista de 舠NO en mi nombre舡. Los gobiernos
del mundo no pueden seguir amparándose en nuestro voto, en la democracia
o esgrimiendo la legitimidad que suponen les respalda, para legislar a
favor de las transnacionales, de la libertad para el capital y la consiguiente
explotación de trabajadores y, sobre todo, de trabajadoras en condiciones
repugnantes para la inteligencia y la sensibilidad humanas.
La democracia representativa con su separación de poderes, tal
como la definió Montesquieu, no es suficiente para el siglo XXI
por una serie de abusos legitimados que ya no son de recibo.
Participación frente a representación
El monopolio del poder no puede seguir en manos de estados que ya no garantizan
la justicia ni la libertad para los ciudadanos. Es la hora, pues, de nuestra
participación activa en unas democracias cuya representatividad
es tan deficiente.
La participación debe nacer desde las bases, desde la población
civil organizada. De hecho, está organizandose en la medida en
que se toma conciencia de lo que a significa la globalización económica
del capital sin fronteras. Correlativamente, también los movimientos
舠anti舡 son globales porque saben que no es ajeno lo que sucede
en cualquier parte del mundo. Traspasan fronteras, razas, naciones y sexos
porque intuyen que todos navegamos en el mismo barco. La cuestión
ahora para las mujeres feministas es dilucidar si los modelos de la lucha
siguen respondiendo a un patrón político masculino o si
nosotras podremos aportar algo propio a esa lucha; algo que estaba por
descubrir, por visibilizar, por manifestarse. Y ésta constituye
actualmente una de las tareas teóricas más importante para
el Movimiento.
Ese dato no (in)diferente
Ahora, que hace 50 años que las mujeres obtuvimos el derecho al
voto en México, el balance no puede ser más desalentador.
Hemos cumplido con nuestro deber ciudadano en todos los procesos electorales
y, no obstante, nuestra representación en las diversas instituciones
políticas es ridícula. Sólo ocupamos del 3,5 de las
Presidencias Municipales, el 10% en los congresos Locales y el 17% en
el Congreso de la Unión. ¿Qué reflexión nos
provoca estos datos?
El dato no indiferente y, por tanto, diferente y significativo sería
la participación activa en la política de las mujeres organizadas.
Pero, no organizadas para conseguir un carguito o un escaño según
el esquema maquiavélico que domina, sino desde la conciencia clara
del reto que supone participar en la 舠polis舡. Para esto hemos
de partir de un análisis de causas y efectos que no suele tenerse
en cuenta.
No es que el capitalismo imperialista nos haya llevado a esta situación
de barbarie, sino que la barbarie, la explotación, la destrucción
y la mentira provienen de un esquema anterior que es el propio del Patriarcado,
y que tiene su fundamento en la dominación, misma que convierte
toda diferencia en desigualdad, empezando por la diferencia entre los
sexos. Al interior de esta estructura, exacerbada en estos momentos históricos,
somos las mujeres quienes estamos resistiendo a la barbarie gracias a
esa entrega incondicional a los 舠nuestros舡 y gracias a los
saberes domésticos que hemos ido acumulando, y que en muchos casos
convierten la miseria en una pobreza digna de comer caliente cada día
o de recibir el amor y los cuidados que necesitamos tanto como el pan.
Pero no basta.
Nuestro ancestral alejamiento de lo político provoca el que sigamos
recluyéndonos en lo doméstico, así como nuestra dedicación
a las relaciones emocionales nos inclinan hacia la privacidad. Esa ha
sido la mejor estrategia del Patriarcado para mantenernos desactivadas.
Pero es precisamente nuestra experiencia doméstica y psicológica
la que la política activa está hoy necesitando, porque los
políticos no ven más allá de las macroestructuras
y de la economía de los grandes números. No reparan en las
personas, en sus necesidades concretas, en su bienestar material y psicológico.
Y por este camino el mundo ha ido cayendo en una barbarie que la visión
masculina del poder nos impone una y otra vez.
Conseguir transformar nuestros saberes domésticos en saberes aplicados
a lo político va aparejado a una ampliación de nuestro enfoque
desde los 舠temas de mujeres舡 o familiares hasta la circularidad
de los temas generales que a todos nos afectan. Ya no es imprescindible
que las mujeres feministas tengamos que adherirnos a un partido o a movimientos
sociales dirigidos por hombres para participar en política en nombre
propio y en nombre de otras muchas mujeres.
Motivos para una iniciativa propia
Muchos analistas políticos están ya vislumbrando que la
política del futuro pasa necesariamente por las mujeres. De hecho,
las mujeres del mundo pobre son las que están manteniendo la supervivencia
de sus pueblos, así como la educación de sus criaturas,
la resistencia en las guerras o la protección en los campos de
refugiados. Las ollas comunes en Latinoamérica, las escuelas clandestinas
en Afganistán, las microempresas en la India o la búsqueda
infatigable de los desaparecidos son y han sido iniciativas de mujeres,
porque allí donde hay una mujer hay civilización, es decir,
humanización de lo cotidiano.
Al mismo tiempo, la política llamada institucional se está
convirtiendo cada vez más en la cueva de Alí Babá.
Mucha gente llega a la política para medrar, para enriquecerse
o para tener un poder personal. Cada vez los partidos están más
corrompidos por intereses crematísticos, y cada vez existen más
corruptores de políticos para llevar a cabo sus oscuros negocios.
Resultado de todo ello es que las políticas públicas dedican
menos y menos recursos a los servicios de la ciudadanía o privatizan
empresas que antes eran estatales. Esto perjudica especialmente a las
mujeres en el empleo, en la sanidad o en la educación.
Tampoco la democracia representativa es suficiente porque en muchos casos
los políticos no nos representan, sino que se representan a sí
mismos o a los intereses de sus partidos, de modo que dicha democracia
se ha transformado en una partidocracia. En esta las mujeres políticas
tienen muy poco poder al interior de sus partidos, poder que siempre detenta
un núcleo duro formado por varones. Lo más que alcanzan
es algún cargo que otro, algún escaño que otro, pero
sin que esto sea significativo en la política general de un país.
Sin duda que los varones tienen muchos más cauces de participación
política que nosotras las mujeres, de ahí que organizaciones
propias de mujeres sean más necesarias que nunca, pero no para
seguir los mismos derroteros que la política institucional, sino
para que el modo de hacer política inaugure un modelo nuevo con
características singulares, que consistiría en trasladar
todos nuestros saberes domésticos y privados a la propia política,
porque lo personal también es político.
Sin embargo, nosotras tendríamos que cambiar anquilosadas perspectivas,
pues hasta ahora las mujeres activas han trabajado en temas que se consideran
舠exclusivamente de mujeres舡, dejando lo demás en manos
de sindicatos o partidos políticos, pero los temas de mujeres son
todos, pues nos afectan por igual la economía que la ecología,
el urbanismo o la seguridad. Igualmente podríamos desligarnos de
las definiciones estereotipadas de izquierdas o derechas, porque si bien
el movimiento feminista es sin duda progresista, no estamos a la derecha
ni a la izquierda: estamos delante. Y estamos delante porque el mundo
del siglo XXI no puede seguir siendo gobernado con esquemas ideológicos
del siglo XIX.
Un modo nuevo y propio de hacer política podría centrarse
en la política local, que es la más cercana al ciudadano.
Pero no desde la simple iniciativa de formar una candidatura electoral,
sino desde otros presupuestos que la hagan posible y eficaz. Una candidatura
que se fundamente en una democracia participativa trasversal, no jerárquica,
pero sí organizada, pues la falta de organización se convierte
en una especie de dictadura del compadreo y de los caprichos personales.
Otra característica de una política de mujeres sería
la de establecer relaciones horizontales entre las participantes. Relaciones
que implican amistad y confianza en lugar de los clanes de interés
que forman los varones. Y en contraposición a su parapetarse tras
unas siglas, el grupo debería tomar muy en serio la formación
de cada una de las participantes, la formación continua que requiere
la noble dedicación a la política. Todo el tiempo que pierde
la partidocracia en reuniones inútiles y estrategias intrigantes
sería un tiempo precioso para dedicarlo a la formación propia
de las candidatas. Las revoluciones han fracasado porque no ha existido
un correlato entre el ideal de sociedad que se pretendía y la altura
moral y psicológica de quienes pretendía llevarla a cabo.
Lo que resta no es más que una entrega apasionada a la acción,
al contacto directo con la gente, en lugar de confiar toda estrategia
a la publicidad electorera que sólo promete y luego olvida sus
compromisos.

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