La Jornada Semanal,  5 de octubre  del 2003        448


EN S A Y O
UNA EDUCACIÓN SENSORIAL

 
ANA PAYÁN
Rafael Argullol,
Historia personal del desnudo femenino en la pintura,
FCE,
México, 2003.
Hay en toda confesión profunda más 
elocuencia y enseñanza de lo que puede 
creerse al comienzo.
André Gide

 Rafael Argullol (Barcelona, 1941), autor de El fin del mundo como obra de arte, La atracción del abismo, La sabiduría de la ilusión, El héroe y el único y Davalú o el dolor, entre otros ensayos, además de las novelas La razón del mal y Desciende río invisible, como de los poemarios El cazador de instantes y Disturbios del conocimiento; mereció el primer Premio de Ensayo Casa de América-Fondo de Cultura Económica (con un jurado integrado por Juan María Alzina, Adolfo Castañón, Javier Echeverría, Hernando Valencia, Rodrigo Reyero y presidido por Fernando Savater), por esta obra.

El libro es, como cita el subtítulo, un recorrido personal de la historia del desnudo femenino en la pintura, donde un adulto evoca lo que fue su encuentro en la adolescencia con la sexualidad y el erotismo a través de La historia del arte, de Josep Pijoan (1880-1963), único recurso a su disposición que la moral exacerbada del gobierno de Franco, entre sus múltiples constantes de intolerancia, impuso contra cualquier intento de apertura, cualquier contacto un tanto profundo con la realidad del mundo y de la cultura que acontecía. La represión del sexo y del erotismo fue, efectivamente, una de las constantes del régimen franquista hasta sus últimos días.

El memorioso recorrido de Argullol comienza con la bailarina desnuda de la Villa de los Misterios en Pompeya, y ella –el arco que dispara la flecha– es su introductora por aquel secreto descubrir de las anatomías prohibidas: la Afrodita renacentista de Botticelli, demasiado áurea comparada con la Venus dormida del Giorgione, mucho más carnal y accesible, o la Venus de Urbino, de Tiziano, quien mira de frente al observador. O la que, a diferencia de ellas, Venus y el amor, de Tiziano, deja al descubierto el pubis; son evocadas por el autor con la sensualidad y la belleza que el deseo le ofrenda; dando paso a otros desnudos, propios de la etapa contemporánea, como la Olimpia, de Manet, o la Danae, de Klimt, cuyo rostro y postura son de una entrega maravillosa a la plenitud del placer. Entre la Ariadna en La bacanal, de Tiziano, la Odalisca y la esclava, de Ingres; la Io, de Correggio, las célebres majas de Goya, entre otras. Y el desnudo masculino, una serie de variaciones sobre el cuerpo de Cristo –o, por ejemplo, de San Sebastián–, que se asimila a un eros sacrificial, más doloroso y sombrío, mientras el desnudo femenino son variaciones sobre el cuerpo de Venus-Afrodita: el eros de la ofrenda y la entrega. Por un lado la Madonna, por otro lado Venus y en medio, Cristo, como sacrificio permanente y también como negación del sacrificio pagano en la cultura cristiana.

La desnudez matizada por una mirada, un velo, un movimiento. La desnudez demasiado divina, o la desnudez arrodillada. La mujer que se descubre el pubis o la que lo esconde. Rostros contenidos, en otros más franca y libre; todo ello incorporado a los antagonismos de la cultura occidental: la puta y la madre, cristianismo y paganismo, moral y trasgresión.

Así, este libro, que ofrece la calidad de los libros de arte, con setenta ilustraciones de pinturas, al ser una especie de aventura alrededor del deseo, representa la posibilidad de recuperar el placer y el goce sensorial en una cultura cada vez más automatizada, desintegrada, amnésica y pornográfica; además de ser un reencuentro con la tradición erótica de la pintura europea.

Entre el ensayo, la novela, la autobiografía y el libro de historia del arte, Una educación sensorial... es una invitación a la subversión, a la rebeldía, referentes para armar un contraste crítico que, junto a la mirada plural, conforman un sentido de libertad que nos es dada por la experiencia de la contemplación, si contemplar es ver el alma de las cosas, incluso si se trata del vacío. La experiencia contemplativa capaz de transformar a la imaginación en receptividad reservada para aguardar la revelación. El erotismo, entonces, es un deseo que se enriquece con la contemplación, y es antagónico a la teología simplista y la tecnología abrumadora, ya que apela a fórmulas espirituales o más en comunión con la naturaleza y el universo•