La Jornada Semanal,   domingo 5 de octubre  del 2003        núm. 448
Enrique López Aguilar

Aproximaciones a la vida 
y obra de Avelino Pilongano

Avelino Pilongano le ha tocado en suerte cumplir con un destino peculiar: su nombre está asociado con las avellanas, pero su vocación expresa es la de los quehaceres literarios, particularmente los de la literatura oral. Aeda de vecindario, despreocupado de la fama y bohemio por inclinación, dedica todo el tiempo que le es posible al pensamiento estético, a la manufactura de versos y a la quimérica posibilidad de construir una vasta obra dentro de su cabeza pues, hasta donde se sabe, los únicos registros documentales de su genio han sido expuestos fragmentariamente por Gabriel Vargas en distintos episodios de esa inmensa comedia mexicana a la que ha llamado La Familia Burrón.

Fiel al precepto cortazariano de que mientras más distraído se está más atenta se encuentra la musa, convencido de que la lectura sólo prohíja influencias ajenas al talante propio e incondicional seguidor del principio de que el trabajo lastima la pureza de una vocación artística, Avelino Pilongano es, simultáneamente, poeta inédito, constructor mental de versos que despilfarra mientras conversa con Gamucita, su señora madre, y artista de ésos que consideran el mundo del trabajo como propio de lo que Mallarmé llamaba despectivamente la "masa municipal y espesa". Sin embargo, no debe creerse que Pilongano sea como ese protagonista de Obras completas, de Monterroso, diligente autor de un libro del que nunca mostró nada a nadie… Por el contrario, es capaz de soltar, durante cualquier charla, los gajos de una obra lírica sólo conocida por él y apenas atisbada por los lectores (habría que decirlo rigurosamente: por sus auditores).

Casi podría pensarse de Pilongano que es un cátaro por su desdén del mundo y su complexión delgada, de no ser porque goza de un extraordinario apetito. Hombre de contradicciones, Avelino se encuentra entre la morigeración de costumbres y cierto hedonismo que le impide privarse de algunos placeres. Su desdén por la fama explica la falta de preocupación por reunir su obra personal, publicarla y solicitar becas, aspirar a premios y moverse en el mundillo de las presentaciones y los besamanos gremiales, en lo que puede entenderse que, paradójicamente, lejos de ser un poeta social es un escritor de torre de marfil, más bien dispuesto a esperar que Gamucita sea sus ojos, oídos y manos para entenderse con el mundo. De todo esto se deduce que Avelino Pilongano es, irremediablemente, un hombre impráctico, un ser volcado hacia los afanes del espíritu y a la satisfacción de unos cuantos apetitos.

Creo que la obra completa del poeta es desmesurada y sólo se conocen de ella fragmentos: algunos dísticos o cuartetas que no se sabe si forman parte de un gran poema, como la Comedia, de Dante, o de una gran colección de estampas sueltas, amplia y parcial como los haikús. Por lo que se puede percibir de la obra conocida de Avelino Pilongano, no cabe duda de que el poeta siente preferencia por los versos de arte menor, casi siempre rimados de manera alternada, como en los romances, aunque la rima tiende a ser consonante más que asonante. Y, ya que lo he mencionado antes y a manera de temeraria especulación, no es imposible que el aeda se encuentre explorando las posibilidades de un nuevo género poético, el del fragmento, así se componga éste de miles de astillas, prisma infinito para reflejar al mundo.

Nunca estará de más recalcar que Avelino es un poeta urbano, lo cual lo ha convertido en el Patrono cívico de las nuevas generaciones poéticas (y urbanas): como López Velarde, es una suerte de padre soltero de la poesía mexicana contemporánea, aunque debe insistirse en un rasgo de la pureza de ideales de Pilongano: a diferencia del poeta de Jerez, que ejerció como abogado, aquél ha insistido en no trabajar para dedicar todo su impulso vital a la creación artística.

Resulta imposible una aproximación a Avelino Pilongano sin referirse a Gamucita, cabecita blanca y madre ejemplar dispuesta a todo, mujer que prefiere el trabajo duro para apapachar los frutos del talento filial, sin importar para ello ni su avanzada edad ni las atenciones dedicadas al vástago. Si Borges vivió con Leonor Acevedo hasta la muerte de ésta, a los noventa y ocho años, ¿por qué Avelino no podría vivir con Gamucita hasta la edad adulta?… El tumulto de especulaciones sólo las puede resolver Gabriel Vargas, cronista de la obra de Avelino y tejedor de los cabos sueltos, umbrales misteriosos respecto a su vida y obra.