Ojarasca 77  septiembre 2003

Susan Sontag contempla el dolor ajeno



La guerra ha existido siempre, ajá. Lo moderno del asunto es que la humanidad se ha convertido, cuando no víctima, en su público constante. "Se requiere una buena reserva de estoicismo para recorrer el registro cotidiano de atrocidades en un periódico, dada la elevada probabilidad de ver fotografías que nos harían llorar", escribe Susan Sontag en su reciente ensayo sobre la fotografía de guerra. "Ser espectador de calamidades que ocurren en otra parte es quintaescencial a la experiencia moderna, una oferta acumulada por más de siglo y medio gracias a esos turistas profesionales, los periodistas".

La reciente publicación de Contemplando el sufrimiento de otros (Regarding the Pain of Others, Farrar, Straus and Giroux, Nueva York, 2003) confirma cuánto se ha agudizado en los años recientes la siempre agudísima mirada de Sontag. Testigo excepcional, desde su casi juvenil Viaje a Hanoi a su escenificación de Esperando a Godot en Sarajevo bajo las bombas, ella misma venció dos veces al cáncer, ha pensado seriamente el sida y el sentido de las enfermedades. La suya es una inteligencia en resistencia: contra el lugar común, la estupidez reaccionaria, las mitificaciones, la esoteria paralizante, la violencia, la discriminación y el colonialismo actual. En estos tiempos contagiados de violencia, y después de las guerras balcánicas, el 11-S, la segunda Intifada y la destrucción de Afganistán, la escritora revisa sus conclusiones previas sobre la fotografía (y sobre el sufrimiento humano). "La guerra ha sido, y es aún, la más irresistible y pintoresca de todas las noticias".

¿Nos acostumbramos al horror? "Como cualquiera sabe, existe un nivel creciente de violencia aceptable en la cultura de masas: películas, tv, comics, juegos de computadora. Una imaginería que hace cuarenta años hubiera disgustado, hoy es vista por los niños y adolescentes con algo más que un parpadeo". Está de moda afirmar que vivimos una sociedad del espectáculo, pero Sontag tiene sus dudas respecto a la pasividad que presuntamente provoca. Sí, "donde la gente se sienta segura, será indiferente". El fotografiado no es visto como "uno de nosotros" (y cuando lo es, produce reacciones y demandas inesperadas). Pero la fotografía tiene el prestigio, y cierta obligación, de ser lo auténtico. "Algo deviene real por el hecho de ser fotografiado" (aún ahora que la manipulación y falsificación es parte del juego, en una tendencia que apenas comienza).

"La función ilustrativa de una foto deja intactos los prejuicios, opiniones, fantasías y desinformaciones". La imagen en sí no informa. De esto ya se ha ocupado John Berger con no menos rigor. Y "es la pasividad lo que achata el sentimiento", reconoce Sontag. "Así como uno se habitúa al horror de la vida diaria, uno se acostumbra al de ciertas imágenes". El problema no es que recordemos a través de fotografías, "sino que sólo recordamos las fotos", una modalidad de la memoria que "eclipsa otras formas de comprensión y recuerdo". Pero ella se interesa en el valor didáctico de tales imágenes. Una foto antigua nos conmueve, pero las de esta semana "todavía nos mueven a hacer algo".

Se exige a la fotografía "mejorar" el aspecto de las cosas. "Y luego se le reprocha que embellezca el dolor". (Aquí introduce Sontag una severa crítica, por cierto, a Sebastiao Salgado). "Embellecer es una operación clásica de la cámara, y tiende a bloquear la respuesta moral del espectador. Afear, mostrar la peor apariencia de algo, es una función más moderna: es didáctica, convoca una respuesta activa. Para que una foto acuse, y quizás altere conductas, debe producir un shock". Sontag duda que la abundancia de fotos tienda a disminuir su impacto, que nuestra cultura de espectadores neutralice la fuerza moral de las fotos de atrocidades. "Si bien es cierto que la compasión, como la indignación moral, no dicta acción... no es verdad que la gente responda menos".

Acabamos de ver, con la guerra en Irak, que las imágenes se pueden construir, manipular o editar perversamente. También que hay imágenes que el poder necesita censurar. Contienen una verdad inextirpable. Movilizadora. Una narración literaria o cinematográfica expresa más, y posiblemente mejor, pero la foto lo dice en un segundo y para siempre.
 

Hermann Bellinghausen
Cambbodia70

Prisioneros norvietnamitas en Camboya, 1970. Foto: Colección Hulton Getty


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