Bestias de Inglaterra, proletarios del mundo La Revolución
no significa banderas rojas y luchas callejeras, significa un cambio fundamental
George
Orwell,
En 1954 cuando la Unión Soviética era el aliado valeroso que había ayudado a acabar con la amenaza nazi; un ejemplo de funcionamiento social y una bandera ideológica, cualquier crítica a su sistema era una auténtica declaración de guerra para los intelectuales de izquierda en Inglaterra y en casi todo Occidente fue difícil, el mismo Orwell lo explicó una vez, publicar la novela. Hoy, a casi quince años de la Perestroika, de la caída del Muro de Berlín y de la desintegración de la urss, Rebelión en la granja no es ni una profecía cumplida ni un retrato obsoleto de un sistema que fracasó, sino que pervive como una fábula que trasmite una amarga lección sobre la naturaleza humana, una sátira de la sociedad bestial del hombre y una alegoría de la última utopía que vivió el siglo xx: el comunismo llevado a la práctica. Un día, en una granja inglesa, se reúnen los animales (caballos, gallinas, ovejas, vacas, cerdos...) y constatan que el hombre los explota. Es él quien se enriquece con su trabajo mientras que ellos sólo ven cómo desaparece el producto de sus esfuerzos, obligados como están a trabajar de por vida y a no gozar jamás de los beneficios. "Camaradas", dice el viejo cerdo Mayor (a la manera de todos los visionarios), "tuve un sueño". Había soñado libertad, comida e igualdad para todos los animales; el único obstáculo era el hombre, pues "es la única criatura que consume sin producir. No da leche, no pone huevos, es demasiado débil para tirar del arado [...]. Pero es amo y señor de todos los animales".
Animal Farm puede leerse como una
novela de anticipación pero en realidad es, como la mayor parte
de la obra de Orwell, una aguda crítica surgida del estudio de la
naturaleza humana y de la sociedad. En su momento no fue una profecía
sino una descripción. Fue escudarse en un muy endeble disfraz de
fábula de animales para hablar de lo que todos sabían pero
nadie admitía públicamente: la dictadura estalinista, la
persecución a muerte de León Trotski, la corrupción
bolchevique, la represión brutal y la manipulación de la
información, en fin, todos los excesos que estaban llevando al desencanto
de la utopía socialista y que terminarían por matarla. Después
de todo, Orwell, como Benjamín, sabía demasiado de la vida
como para tener esperanzas de que el hombre pudiera vivir mejor.
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