George
Orwell
Reflexiones
sobre Gandhi
A
los santos siempre se les debe considerar culpables hasta
demostrar su inocencia, pero las pruebas no son, desde luego, las mismas
en todos los casos. En el de Gandhi, lo que uno se siente inclinado a preguntar
es: ¿hasta qué punto fue la vanidad lo que lo motivó
la conciencia de sí mismo como un humilde anciano, sentado desnudo
en su estera de oración, sacudiendo imperios exclusivamente con
su poder espiritual y hasta qué punto, al entrar a la política,
que por su propia naturaleza es inseparable de la coerción y el
fraude, comprometió sus principios? Para dar una respuesta definitiva
se tendrían que estudiar con gran detenimiento los actos y los escritos
de Gandhi, pues su vida entera fue una especie de peregrinación
en la que cada acción tenía un significado. Pero esta autobiografía
parcial, que termina en la década de los veinte, resulta ser una
firme evidencia en su favor, tanto más cuando abarca lo que él
hubiera llamado la parte no regenerada de su vida y nos recuerda que dentro
del santo, o casi santo, había un hombre muy agudo y capaz que hubiera
podido ser, de haberlo elegido así, un brillante y exitoso abogado
o administrador o, tal vez, un hombre de negocios.
Recuerdo haber leído, por la época
en la que apareció por primera vez su autobiografía1,
los primeros capítulos en las borrosas páginas de algún
periódico indio. Me causó una buena impresión, cosa
que Gandhi mismo, en ese momento, no hizo. Las cosas que estaban asociadas
a él las telas tejidas en casa, las "fuerzas del espíritu",
y el vegetarianismo no eran en absoluto atractivas, y obviamente, su programa
medievalista no era viable en un país atrasado, hambriento y sobrepoblado.
También era evidente que los británicos lo estaban utilizando,
o creían hacerlo. En estricto sentido, como un nacionalista, él
era enemigo, pero como en todas las crisis se empeñaba en evitar
la violencia lo cual, desde el punto de vista británico, significaba
evitar cualquier acción eficaz podía considerarse como "nuestro
hombre". A veces esto era cínicamente aceptado en privado. La actitud
de los indios millonarios era similar. Gandhi los exhortaba al arrepentimiento
y ellos, naturalmente, lo preferían a los socialistas y a los comunistas
que, de haber tenido la oportunidad, les hubieran arrebatado su dinero.
Qué tan confiables resultan esos cálculos a largo plazo es
algo muy dudoso; como el mismo Gandhi dice, "al final, los impostores sólo
se engañan a sí mismos"; pero en todo caso, la delicadeza
con la que casi siempre se le trató se debió en parte a la
sospecha de que les era útil. La única ocasión en
la que los conservadores británicos realmente se enojaron con él
fue cuando, como sucedió en 1942, dirigió su no violencia
en contra de otro conquistador.
Pero
aún entonces, yo podía ver que los oficiales británicos
que hablaban de él con una mezcla de diversión y desaprobación,
también sentían por él una auténtica simpatía
y admiración, pues estaba de moda. Nunca nadie insinuó que
fuera corrupto, o ambicioso en un sentido vulgar, o que sus actos estuvieran
motivados por el miedo o la malicia. Se diría que al juzgar a un
hombre como Gandhi uno tiende instintivamente a aplicar medidas muy elevadas,
de suerte que algunas de sus virtudes pasan casi inadvertidas. Es evidente,
por ejemplo, aun en su autobiografía, que su genuina valentía
física era notable: su muerte es una prueba posterior de esto, pues
cualquier hombre público que le diera algún valor a su cuerpo
hubiera tenido una protección más adecuada. Una vez más,
parece haber estado exento de esa desconfianza maniática que, como
bien dice E. M. Forster en Pasaje a la India, es el vicio indio
dominante, así como la hipocresía es el vicio británico.
Aunque no hay duda de que era bastante perspicaz como para detectar la
deshonestidad, parece que, cuando le era posible, prefería pensar
que las personas actuaban de buena fe y que tenían una mejor naturaleza
desde la cual uno se les podía aproximar. Y a pesar de que provenía
de una familia de clase media baja, de que su vida había comenzado
de una manera más bien adversa, y de que muy probablemente su apariencia
física no causaba mucha impresión, él nunca sintió
envidia o un complejo de inferioridad. Cuando, en Sudáfrica, descubre
por primera vez, en su peor expresión, los prejuicios de color,
parece más bien asombrado. Y habiendo luchado en una guerra que
en realidad era una guerra de color, él no pensaba en términos
de raza o posición. El gobernador de una provincia, un algodonero
millonario, un culí drávida muerto de hambre, un soldado
británico privado, todos eran seres humanos iguales, dignos del
mismo respeto. Es notable que aún en las peores circunstancias,
como en Sudáfrica, cuando se estaba volviendo impopular como defensor
de la comunidad india, nunca dejó de tener amigos europeos.
Escrita en capítulos cortos para
su publicación en un periódico, su autobiografía no
es una obra maestra, pero es todavía más impresionante debido
a los lugares comunes de mucho de su material. Es bueno recordar que Gandhi
empezó con las ambiciones normales de un joven estudiante indio
y que sus opiniones radicales las fue adoptando gradualmente, de bastante
mala gana. Es interesante saber que en una época usaba chistera,
tomaba clases de baile, estudiaba francés y latín, subía
a la torre Eiffel, e incluso intentó aprender a tocar el violín
todo esto con la intención de asimilar la civilización europea
lo más posible. No era uno de esos santos que desde su infancia
son señalados por su piedad fenomenal, ni tampoco de los que abandonan
el mundo después de vivir un escandaloso libertinaje. Hace una confesión
completa de sus pecados de juventud, pero en realidad no hay mucho que
confesar. En la portada del libro hay una fotografía de todo lo
que Gandhi poseía en el momento de su muerte. Todo podría
comprarse con cinco libras, y sus pecados, por lo menos los carnales, podrían
tener la misma dimensión si se apilaran en un montón. Unos
cuantos cigarros, unos cuantos bocados de carne, algunas pocas annas2
robadas a la sirvienta en su infancia, dos visitas a un burdel (en ambas
ocasiones se salió sin "haber hecho nada"), un desliz con su casera
en Plymouth, del que se salvó por poco, un arranque de carácter
y esa es, poco más o menos, toda la colección. Casi desde
su infancia tuvo una profunda seriedad, una actitud ética más
que religiosa, pero hasta aproximadamente los treinta años, sin
ningún sentido definido de dirección. Su ingreso a lo que
podría llamarse la vida pública fue a través del vegetarianismo.
Debajo de sus cualidades menos ordinarias, uno puede percibir todo el tiempo
a los sólidos comerciantes de clase media que fueron sus antepasados.
Uno siente que aún después de renunciar a sus aspiraciones
personales, siguió siendo un ingenioso y enérgico abogado,
un perspicaz organizador político, cuidadoso con los gastos, un
hábil dirigente de comités y un incansable cazador de firmas.
Su carácter era una mezcla extraordinaria, pero casi no había
nada en él que se pudiera señalar como malo, y pienso que
aún los peores enemigos de Gandhi admitirían que era un hombre
interesante y excepcional que enriqueció al mundo simplemente por
estar vivo. Si era, además, un hombre atractivo, y si sus enseñanzas
pueden ser valiosas para los que no aceptan las creencias religiosas en
las que se fundamentan, es algo de lo que nunca he estado totalmente seguro.
En los últimos años se ha
puesto de moda hablar de Gandhi no sólo como alguien con quien la
izquierda occidental simpatiza, sino como si fuera parte integral de la
misma. Los anarquistas y los pacifistas, en particular, lo reclaman como
propio, reparando sólo en su oposición al centralismo y a
la violencia de Estado e ignorando la tendencia antihumanista de su doctrina,
con su énfasis en el más allá. Pero creo que debemos
darnos cuenta de que las enseñanzas de Gandhi no se pueden conformar
al pensamiento de que el hombre es la medida de todas las cosas, y de que
nuestra tarea es hacer que la vida en esta Tierra, que es la única
que tenemos, valga la pena de ser vivida. Sus enseñanzas tienen
sentido solamente en el supuesto de que Dios existe y de que el mundo material
es una ilusión de la que debemos escapar. Vale la pena reflexionar
sobre las disciplinas que Gandhi se autoimponía y que a pesar de
que no insistía en que sus seguidores las observaran en detalle
consideraba indispensables si uno deseaba servir a Dios o a la humanidad.
Antes que todo, no comer carne y, de ser posible, ningún alimento
animal en ninguna de sus formas. (Gandhi mismo, por motivos de salud, tenía
que tomar leche, pero parece ser que lo sentía como una apostasía).
No alcohol ni tabaco, no especies o condimento, ni siquiera vegetal, ya
que los alimentos no se deben ingerir por sí mismos, sino únicamente
para conservar nuestra fuerza. En segundo lugar, si es posible, no tener
relaciones sexuales. Si el trato sexual es necesario, entonces se debe
tener con el único propósito de engendrar descendencia y,
presumiblemente, a largos intervalos. Gandhi mismo, cuando tenía
treinta años, tomó el voto de bramahcharya, lo que
no solamente significa total abstinencia, sino la eliminación del
deseo sexual. Parece que esta condición es difícil de alcanzar
sin una dieta especial y ayunos frecuentes. Uno de los peligros de beber
leche es que provoca este deseo sexual. Finalmente y este es el punto
fundamental para el buscador de la bondad no deben existir ni las amistades
cercanas ni ningún tipo de amor exclusivo.
Las
amistades íntimas, dice Gandhi, son peligrosas, porque "los amigos
reaccionan entre ellos" y por lealtad a un amigo uno puede cometer un mal.
Esta verdad es incuestionable. Además, si se ha de amar a Dios,
o a la humanidad como un todo, no se puede sentir preferencia por ninguna
persona individual. Una vez más, estamos hablando de una verdad,
y es aquí donde la postura humanista y la religiosa dejan de ser
conciliables. Para un ser humano ordinario, el amor no significa nada si
no está destinado a ciertas personas más que a otras. Su
autobiografía no deja claro si Gandhi fue desconsiderado con su
esposa y sus hijos pero, en cualquier caso, sí aclara que en tres
ocasiones estuvo dispuesto a dejar morir a su esposa o a uno de sus hijos
antes de permitir que ingirieran el alimento animal que el doctor les había
recetado. Es cierto que la amenaza de muerte no se cumplió, y también
que Gandhi se deduce que bajo una considerable presión moral en
sentido contrario siempre le permitió al paciente elegir conservar
la vida a costa de cometer un pecado; no obstante, si la decisión
hubiera estado en sus manos exclusivamente, hubiera prohibido el alimento
animal, sin importarle el riesgo. Debemos tener un límite, dice,
respecto a lo que estamos dispuestos a hacer para seguir viviendo, y el
límite está antes del caldo de pollo. Puede ser que esta
actitud sea noble, pero la interpretación que la mayoría
de la gente le daría a estas palabras creo sería inhumana.
La esencia del ser humano es que no busca la perfección, que a veces
uno está dispuesto a cometer un pecado por lealtad, que uno
no lleva el ascetismo al extremo de volver imposible una relación
sexual amistosa, y que uno está preparado, al fin y al cabo, para
ser vencido y roto por la vida, que es el precio inevitable de amar fielmente
a otros seres. No hay duda de que el alcohol, el tabaco, etcétera,
son cosas que un santo debe evitar, pero también la santidad es
algo que los seres humanos deben evitar. Hay aquí una réplica
obvia, pero hay que ser muy precavidos. En esta época de yoguis,
se asume con demasiada facilidad que el "desapego" no sólo es mejor
que la plena aceptación de la vida terrenal, sino que el hombre
ordinario la rechaza sencillamente porque es demasiado penosa: en otras
palabras, que el ser humano común es un santo fracasado. Esta verdad
es dudosa. Mucha gente, auténticamente, no desea ser santa, y es
probable que otras que alcanzan o aspiran a la santidad nunca hayan sentido
mucha tentación de ser seres humanos. Si uno pudiera llegar hasta
sus raíces psicológicas, creo que descubriríamos que
la razón principal para el "desapego" es el deseo de escapar al
dolor de vivir y, sobre todo, al de amar, que, sexual o no, es una empresa
difícil. Pero no es necesario discutir aquí si el ideal del
otro mundo es más "elevado" que el humanista. El caso es que son
incompatibles. Uno debe elegir entre Dios y el hombre, y todos los radicales
y los progresistas, desde el liberal más moderado hasta el
anarquista más extremo, en realidad han elegido al hombre.
Pero el pacifismo de Gandhi se puede separar,
hasta cierto punto, de sus otras enseñanzas. Sus motivos fueron
religiosos, pero también sostuvo que se trataba de una técnica
precisa, de un método capaz de producir los resultados políticos
deseados. La actitud de Gandhi no era la misma que la de la mayoría
de los pacifistas occidentales. Satyargraha, que surge por primera
vez en Sudáfrica, era una especie de lucha sin violencia, una manera
de derrotar al enemigo sin lastimarlo y sin sentir o despertar odio. Incluía
la desobediencia civil, las huelgas, acostarse sobre las vías del
tren, resistir las embestidas policíacas sin correr y sin responder
a los golpes, y cosas por el estilo. Gandhi no estaba de acuerdo con la
traducción de Satyargraha como "resistencia pasiva": parece
que en Gujarati, esta palabra significa "firmeza en la verdad". Siendo
muy joven, en la guerra de los bóers, Gandhi fue camillero del lado
británico, y durante la guerra de 1914-1918 estaba preparado para
volver a serlo. Aún después de haber renunciado totalmente
a la violencia, fue lo suficientemente honesto para reconocer que en la
guerra es necesario, por lo general, tomar partido. El no asumió
y de hecho, a partir de que su vida política se centró en
la lucha independentista, no podía hacerlo la actitud estéril
y deshonesta de pretender que en una guerra ambas posturas son exactamente
iguales y que, finalmente, no importa quién gane. Tampoco fue especialista,
como la mayoría de los pacifistas occidentales, en evadir las preguntas
delicadas. Una pregunta en relación con esta última guerra,
que todo pacifista tenía la clara obligación de responder
era: "¿Qué pasa con los judíos? ¿Está
usted preparado para verlos exterminados? Y si no, ¿qué propone
para salvarlos sin recurrir a la guerra?" Debo decir que jamás escuché
de ningún pacifista occidental una respuesta honesta a esta pregunta,
aunque sí he escuchado abundantes evasivas, por lo general del estilo
de "tú eres el otro". Pero sucede que a Gandhi le hicieron una pregunta
similar en 1938, cuya respuesta quedó registrada en el libro de
Louis Fischer, Gandhi y Stalin. Según Fischer, Gandhi opinaba
que los judíos debían cometer un suicidio colectivo, lo que
"hubiera despertado al mundo y a los alemanes a la violencia de Hitler".
Después de la guerra se justificó: de todos modos los judíos
fueron asesinados, y bien pudieron darle un sentido a su muerte. A uno
le da la impresión de que esta actitud asombraría incluso
a un admirador tan ferviente como Fischer, pero Gandhi simplemente fue
honesto. Si no estás preparado para asumir la vida, con frecuencia
debes estarlo para que muchas vidas se pierdan de otra manera. Cuando,
en 1942, urge a la resistencia pacífica en contra de una invasión
japonesa, también admite que podría costar varios millones
de muertes.
Al
mismo tiempo, existen motivos para pensar que Gandhi, quien, después
de todo, había nacido en 1869, no entendió la naturaleza
del totalitarismo y que todo lo veía en términos de su propia
lucha en contra del gobierno británico. Aquí lo importante
no es tanto que los británicos fueran indulgentes con él,
sino que siempre fue capaz de atraer publicidad. Como podemos ver en la
cita anterior, él creía en la posibilidad de "despertar al
mundo", lo cual es posible siempre y cuando el mundo tenga la oportunidad
de escuchar lo que estás haciendo. Es difícil concebir cómo
se podrían aplicar los métodos de Gandhi en un país
en donde los opositores al régimen desaparecen en medio de la noche
y nunca más se vuelve a saber de ellos. Sin una prensa libre y sin
el derecho a la libre reunión, no sólo resulta imposible
apelar a la opinión del exterior, sino también formar un
movimiento de masas, o incluso dar a conocer tus intenciones al adversario.
¿Existe hoy un Gandhi en Rusia? Y si lo hay ¿qué está
logrando? Las masas rusas podrían practicar la desobediencia civil
solamente si la misma idea se les ocurriera a todos simultáneamente,
y aún entonces, a juzgar por la historia de la hambruna en Ucrania,
no habría ninguna diferencia. Pero supongamos que la resistencia
pacífica puede ser eficaz en contra de nuestro propio gobierno,
o de un poder de ocupación: aún así, ¿cómo
se lleva a la práctica a nivel internacional? Las contradictorias
declaraciones de Gandhi sobre la última guerra parecen indicar que
él estaba consciente de esta dificultad. Aplicado a la política
exterior, el pacifismo, o deja de ser pacifista, o se convierte en apaciguamiento.
Por otra parte, la suposición, que tan útil le fue a Gandhi
para tratar con individuos, de que todos los seres humanos son más
o menos accesibles y van a responder a un gesto generoso, necesita ser
seriamente cuestionada. No necesariamente resulta cierta cuando tratamos,
por ejemplo, con un lunático. La pregunta sería entonces:
¿Quién está cuerdo? ¿Hitler estaba cuerdo?
¿Y no es posible que toda una cultura esté demente, según
el modelo de otra? Y hasta donde uno puede medir los sentimientos de naciones
enteras, ¿existe alguna aparente conexión entre un acto de
generosidad y una respuesta amistosa? ¿Es la gratitud un factor
en la política internacional?
Estas
y otras preguntas necesitan discutirse, y lo necesitan con urgencia, en
los pocos años que nos quedan antes de que alguien oprima el botón
y las bombas comiencen a ser disparadas. Dudo que la civilización
pueda soportar otra gran guerra, y es por lo menos concebible que la salida
se encuentre en la no violencia. Es virtud de Gandhi el haber estado dispuesto
a considerar honestamente el tipo de preguntas que planteo más arriba;
y es muy probable que de hecho las haya discutido en su mayoría
en algunos de sus innumerables artículos. Uno siente que había
muchas cosas que él no entendía, pero no que hubiera algo
de lo que tuviera miedo de hablar o de pensar. Nunca he sentido mucha simpatía
por Gandhi, pero no estoy seguro de que como pensador político estuviera
equivocado en lo esencial, como tampoco estoy de acuerdo con que su vida
haya sido un fracaso. Es curioso que cuando fue asesinado, muchos de sus
más fervientes admiradores hayan dicho con pena que vivió
justo lo necesario para ver en ruinas la labor de su vida, porque la India
estaba entonces enfrascada en una guerra civil que siempre se había
visto venir como uno de los efectos secundarios de la transferencia del
poder. Pero la intención de Gandhi no había sido suavizar
la rivalidad entre hindúes y musulmanes. Después de todo,
su principal objetivo político, el fin pacífico del dominio
inglés, se había logrado. Como de costumbre, los hechos relevantes
se cruzan entre sí. Por un lado, los británicos salieron
de la India sin luchar, un evento que en verdad muy pocos observadores
hubieran predicho hasta más o menos un año antes de que sucediera.
Y por el otro, fue un gobierno laborista el que lo hizo, y es cierto que
un gobierno conservador, especialmente uno encabezado por Churchill, hubiera
actuado de manera diferente. Pero si, en 1945, se había formado
en Gran Bretaña un gran cuerpo de opinión que simpatizaba
con la independencia india, ¿qué tanto se debió a
la influencia personal de Gandhi? Y si, como puede suceder, la India y
Gran Bretaña finalmente logran establecer una relación honesta
y amistosa, será en parte gracias a Gandhi, que al mantener su lucha
obstinadamente y sin odio, desinfectó el ambiente político.
El sólo hecho de que uno se plantee estas preguntas nos habla de
su estatura. Uno puede sentir por Gandhi como yo una especie de aversión
estética, uno puede desechar las pretensiones de santidad hechas
en su nombre (que, entre paréntesis, él mismo nunca tuvo),
uno puede también rechazar la santidad como un ideal y por lo tanto
sentir que las aspiraciones fundamentales de Gandhi son antihumanas y reaccionarias:
pero visto exclusivamente como un político, y comparado con las
otras figuras sobresalientes de la política actual, qué fragancia
tan pura ha logrado dejar tras de sí.
1 Historia de mis experimentos
con la verdad, de M. K. Gandhi,
traducido del Gujarati
por Mahadev Desai.
2 Antigua unidad monetaria
de Birmania, India y Paquistán,
equivalente a 1/16 de
rupia. (N. del T.)
Traducción de Helena
Guardia
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