Jornada Semanal, domingo 7 de septiembre del 2003        núm. 444

DESEO Y MUERTE (I)

Para Xavier Villaurrutia, sobre las tareas de promoción, los ensayos, las notas y reseñas, las obras de teatro, la cátedra en el inba, los viajes, la estancia en Connecticut y las conferencias, estaba la poesía como vocación esencial, como obsesión, como un destino asumido con gozo y con desasosiego a la vez:

Le pregunté al poeta su secreto
una noche de luna,
una noche de augurios y de mal.
El poeta me contestó con una
mirada que era un reto
y me dijo: “Interroga
a la estatua de sal...”
Yo descansé la frente entre las manos
(un grupo de aves emprendió la huida).
Mis preguntas y anhelos eran vanos,
el poeta callaba su secreto
porque era ese secreto el de su vida.
Hay en este poema juvenil ecos de Bécquer, de Nervo, de Juan Ramón Jiménez y una inquietud manifiesta por averiguar las razones de su quehacer, por desentrañar la esencia de la poesía. Sin duda giraban por su ánimo la definición del romanticismo becqueriano, “poesía eres tú” y la ampulosa y prodigiosamente exacta definición diazmironiana: “Poesía, pugna sagrada, radioso arcángel de ardiente espada, tres heroísmos en conjunción: el heroísmo del pensamiento, el heroísmo del sentimiento y el heroísmo de la expresión.” Tal vez pesaba también en su ánimo el deseo de Juan Ramón Jiménez que buscaba una poesía desprovista de lujos superfluos, de inútiles pasamanerías, una poesía “desnuda toda” para siempre. Ya para entonces sabía que su destino estaba ligado a la poesía y, tal vez guiado por el López Velarde que le inspiró su luminoso ensayo, “El león y la virgen”, comenzó su cacería de metáforas nuevas, de adjetivos originales:
Este viejo breviario que fue de Sor María
Francisca del Santísimo Sacramento y que
sin buscarlo se me apareció un día,
este viejo breviario que fue de Sor María
ha inundado mi espíritu con sus actos de fe.
¿Nuevos ecos en esta búsqueda juvenil? Tal vez Francis Jammes y Francisco González León, el poeta de Lagos de Moreno: “Aquella Sor Asunción, aquella hermana de la Caridad que bajo la toca lleva una boca en forma de corazón.” Estos ecos van desapareciendo gradualmente y se desvanecen por completo cuando Xavier encuentra su propia voz, su modo intransferible de decir las cosas, de nombrar a los seres de la naturaleza, de enfrentar las realidades de la muerte y de la vida. Por eso tiene razón Alí Chumacero cuando señala que Nostalgia de la muerte es “el libro central de la obra de Villaurrutia”. Es claro que Rainer María Rilke y don Francisco de Quevedo (“Ah de la vida, ¿nadie me responde?”) son voces ocultas tras las formas originales ya encontradas por Villaurrutia. No estoy hablando de influencias, esas pesquisas son ociosas e irrelevantes. Estoy hablando de afinidades temáticas. La más palpable es la de un notable poeta ahora casi olvidado, Michael Drayton (“Burned in a sea of ice, and drowned amidst a fire”).

El primer poema es una declaración de principios, una soterrada forma de enunciar una poética o, más bien dicho, un proyecto de libro de poemas:

Todo lo que la sombra
hace oír con el duro
golpe de un silencio:
las voces imprevistas
que a intervalos enciende,
el grito de la sangre,
el rumor de unos pasos
perdidos.
A lo largo del libro resuenan esas voces y se escuchan los pasos perdidos. El amor, el deseo (“la fragancia sin nombre de la piel”), las palabras, los ritmos, la forma misma vive en los ojos muertos del poeta, muere en sus labios duros. Se trata de un libro nocturno en el que se alternan los miedos y los gozos, la certeza de la muerte y un agitado anhelo de vivir y de apurar a grandes tragos líquidos terrenales como el amor y el deseo:
en la tumba del lecho dejo mi estatua sin sangre
para salir en un momento tan lento
en un interminable descenso
sin brazos que tender
sin dedos para alcanzar la escala que cae de un piano invencible
sin más que una mirada y una voz
que no recuerdan haber salido de ojos y labios
Y, de repente, la inteligencia y el amor por la forma se sobreponen a la emoción:
y mi voz que madura
y mi voz quemadura
y mi bosque madura
y mi voz quema dura
como el hielo de vidrio
como el grito de hielo
aquí en el caracol de la oreja...
He aquí otro ejemplo de inteligencia y una misteriosa afinidad con el García Lorca de “Poeta en Nueva York”:
Cuando los hombres alzan los hombros y pasan 
o cuando dejan caer sus nombres
hasta que la sombra se asombra...
Hasta llegar al “Nocturno en que habla la muerte”, poema que resume todo el contenido del libro y en el cual el poeta encuentra su voz definitiva y el equilibrio entre la inteligencia y la emoción:
Y al oprimir la pluma,
algo como la sangre late y circula en ella,
y siento que las letras desiguales
que escribo ahora,
más pequeñas, más trémulas, más débiles,
ya no son de mi mano solamente.
¿Es la mano de su muerte particular?, ¿el misterio medieval de la danza de la muerte?, ¿o es su yo profundo, el otro que nos acompaña? Ya lo decía Juan Ramón Jiménez: “Yo no soy yo, soy otro que va a mi lado sin saberlo yo.” 
(Continuará.)
 

HUGO GUTIÉRREZ VEGA
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