Jornada Semanal, domingo 31  de agosto  de 2003            núm. 443

ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

BRAHMS (II de III)

La amistad de Brahms con diversos compositores e intérpretes del siglo XIX muestra la amplitud de sus intereses y relaciones personales, desde Robert Schumann hasta Mahler, y desde el excelente violinista e inofensivo compositor, Joseph Joachim, hasta el clarinetista Richard Mühlfeld, pasando por la pianista Clara Wieck, intérpretes y amigos que asesoraron al compositor durante la elaboración de algunas de sus obras más importantes para los instrumentos que interpretaban. Además, durante su periodo de amistad y discipulado con Schumann, compartió una posición radical contra aquellos a quienes éste llamaba los filisteos del arte desde las páginas de la Neue Zeitschrift für Musik: comerciantes, compositores que prostituían su talento para someterlo a la aprobación social, críticos improvisados y autores e intérpretes pachorrudos que se negaban a evolucionar hacia una nueva música. Aunque, con el tiempo, Brahms se convertiría en un musicólogo sobresaliente y coleccionista de partituras originales, no se contaminó con la pasión schumanniana por acompañar la creatividad musical con la escritura ensayística (por cierto, la erudición de Brahms no lo salvó de cometer una pifia al componer sus Variaciones sobre un tema de Haydn –alrededor del coral llamado de San Antonio–, pues dicho tema pertenece, en realidad, a un divertimento atribuido al compositor austriaco desde el siglo XVIII, cuya paternidad no ha sido autentificada).

Las amistades brahmsianas también se extienden hacia el pasado, hacia la configuración de sus ancestros, pues el respeto que sentía por la obra de Schubert, Beethoven y Mozart lo hizo detenerse muchos años, incluso cuando ya era un compositor con una voz propia y creaciones respetables, antes de elaborar su Primera Sinfonía, pues se creía incapaz de emprender en el género algo que fuera adecuada sucesión de sus tres admirados autores. Si las Serenatas opus 11 y 16 ya son proyectos sinfónicos a los que por timidez impidió resolver como sinfonías, resulta curioso constatar que su Ein Deutsches Requiem (estrictamente traducido: Un Réquiem en alemán; no, El Réquiem Alemán), opus 45, exhiba un poderío expresivo, orquestal y coral, que vuelve aún más perpleja la circunstancia de que haya aguardado hasta su opus 68 para componer la Primera Sinfonía, en do menor. Aparte de modestia y recato, eso revela una característica del compositor: la mayoría de su obra fue concebida para la intimidad de la cámara.

Durante una época de nacionalismos exacerbados en esa Europa que vio nacer las unificaciones de Italia y Alemania, algunos críticos trataron de identificar en alguna de las luminarias de la época a quien representara la encarnación del espíritu alemán en música: unos opinaban que Brahms, otros que Wagner. La supuesta enemistad entre ambos compositores (preferiría hablar de sus diferencias, dejadas atrás las polémicas epocales) no parece circunscribirse a fenómenos como el que acabo de mencionar, sino al hecho de que Wagner abanderaba la causa de una música revolucionaria, nueva, transformadora, mientras que Brahms parecía recluirse en un espíritu sintético de cuanto había sido el clasicismo y romanticismo vieneses de finales del siglo XVIII y el XIX, lo cual lo volvía "conservador y academicista", un nuevo y provinciano Bach frente a nuevos y cosmopolitas Telemann. Hubo quien llegó a sostener que la "enemistad" se derivó de una sospecha de plagio a partir del llamado "tema de Nuremberg", pequeña frase que Brahms emplea en una de sus obras de cámara y Wagner, en un momento de Die Meistersinger von Nürnberg: ¿quién la compuso primero, quién plagió a quién, si es que hubo plagio? Como sea, el resultado fue que los wagnerianos no perdían la oportunidad de burlarse del "academicismo" de cada obra estrenada por Brahms, y los brahmsianos, al revés, de las grandilocuencias de Wagner o las "somnolencias" de Bruckner.

Un tercero en discordia los detestaba a ambos: Tchaikovski, representante del paneslavismo musical que, al igual que la literatura rusa de Tolstoi y Dostoievski, pretendía evitar las influencias alemana y francesa; para él, Wagner y Brahms eran insoportablemente alemanes; para el melodista Tchaikovski (uno de los más notables del siglo XIX, junto con Schubert), Brahms era autor de buenas ideas desaprovechadas pero, asimismo, lo consideraba "falsamente intenso", "vacuamente expresivo", "retórico" y "carente de inspiración", lo cual no extraña a quien se tome la molestia de cotejar la obra de ambos, pues el compositor ruso era efusivo, extrovertido temáticamente, profuso, efectista y, a la hora de desarrollar un buen tema, podía explotarlo y llevarlo hasta límites casi rayanos en el despilfarro, como consta en el Allegro molto vivace de su Sexta Sinfonía, bautizada como "Patética".