La Jornada Semanal,  domingo 31 de agosto  de 2003         443

 
EL PEREGRINO UBICUO

GUILLERMO GARCÍA OROPEZA

Hugo Gutiérrez Vega,
Peregrinaciones, poesía 1963-2002,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2003.

Debo comenzar diciendo que sólo soy un periodista, cronista de cosas tapatías y algunas nacionales y cuentista de ocasión, es decir que eso de la poesía namás no se me da. Aunque confieso que me gusta leer poesía de algunos, poquísimos poetas, pero sin entenderla, un poco como el sordo que lee una partitura sin oír la música. Pero si no sé de poesía y por lo tanto no puedo hablar de ella, mucho me temo que conozco a Hugo Gutiérrez Vega casi de toda la vida y por lo tanto me siento capaz para hablar de él. Y, claro, hablar mal pues para eso son los amigos, para hablar mal de ellos aunque con mucho afecto.

Por lo demás, un poco como me pasa con la poesía, Hugo Gutiérrez Vega es también para mí un misterio que se podría condensar en esta pregunta : ¿quién diablos es Hugo Gutiérrez Vega? Y para que comprendan mi confusión diré que mi primer contacto con Hugo fue en Guadalajara cuando él regresaba de Roma y nos daba una espléndida conferencia sobre literatura italiana, que terminaba, me acuerdo, con una prosa rica, vibrante como esos coros de Verdi, una especie de "Vuol, pensiero" verbal. Hugo había sido invitado por un amigo insuperable y a su manera también misterioso, Nacho Arriola, una especie de feroz Francisco de Quevedo cruzado con Bertolt Brecht pero que encerraba a un poeta místico e íntimo y que era hermano de veintitantos Arriolas pero, aparte, hermano y más que hermano de Hugo. Nacho, que como alguien dijo era un especie de profeta veterotestamentario anunciando siempre la llegada del Señor, que nos llegaba de Roma, Madrid, Londres, Río de Janeiro,Washington, Atenas, San Juan de Pueltolico o, qué le vamos a hacer, del df. La amistad de Hugo y Nacho merece, por supuesto, una novela que gire en torno de una idea bien narrativa : Nacho, a través de Hugo, vivía vicariamente en el mundo ancho y ajeno, sin rencor ni envidias como el buen ciego que escucha cómo es el color rojo o la forma de las nubes de verano.

Nacho y Hugo vivían también un poco de la nostalgia de su gran aventura: salvar la Patria desde el pan de Efraín González Luna, aquel partido tan mono de derecha afrancesada que se fue enfermando de pragmatismo y vulgaridad para terminar en la Pareja Presidencial. Pero vivían sobre todo de un anecdotario de juventud que se repetía ritualmente ca Nacho y donde se recordaban las destrucciones de locales etílicos que realizaba Rodríguez Lapuente, las enormidades digestivas de Kuri, especie de Gargantúa y Pantagruel libanés, el extraño erotismo de Nacho que iba a las casas de amor de la Patria toda que estaban salvando pero mortificándose la carne con un cilicio, y sobre todo los desafíos a la derecha queretana (que Nacho llamaba queretina) que produjo que Hugo, joven rector de la Universidad, tuviera que refugiarse en el mundo, como diplomático.

Un diplomático de la "Belle Epoque", bien entendu, antes de la aparición de Jorge Castañeda, ese temible "Chucky" que recibió al cuerpo diplomático en pleno en sutil ceremonia amenizada por el fino filósofo Brozo, el del mañanero. Y como diplomático a Hugo le fue bien y fue agregado cultural en los mejores lugares del mundo y hasta embajador en Grecia con extensión a Beirut, Bucuresti y el laberinto de Creta. Pero lo que importa esta noche es que el diplomático era también el poeta apadrinado por Rafael Alberti, "Aquí en Roma, mi amigo, primavera, es aquí en Roma, donde te conozco y oigo cantar tu personal acento"; Hugo que en cada embajada descubría otro estilo poético, otra literatura y con ellas traducciones que no sé si sean traducciones sino, más bien, legítimas recreaciones (y algún día quisiera escribir sobre un traduttore traditore pero que es genuino creador. Y si Roma le da su primera poesía asimilada, un poco Ungaretti pienso, o un poco Montale, la lección principal viene de Italia misma : "Di mille fiamme in una sera calda,/ O Firenze, il magnifico palazzo." Pienso que es en Inglaterra desde donde nos manda uno de sus libros, donde Hugo descubre una estética más afín a su gusto más profundo, y su admiración por la astringencia de T. S. Eliot se refleja en algún verso donde recuerda a aquella Madame Sosostris, la que jugaba con naipes perversos y nos advertía :"Fear death by water."

Pero es Eliot, los misticismos de Yeats y de Blake y los victorianos románticos y la nonchalance del divino Oscar, esa especie de San Sebastián literario, y después de Londres y los Lagos vendrá, por afinidad lingüística, Washington o más bien Georgetown que es donde vive, diría mi amiga Diana, "la gente como uno" y no el horrendo inquilino de la Casa Blanca, lo que le ofrece otra literatura donde el verbo sinfónico del "viejo, hermoso Walt Whitman", contradictorio e infinito se mezcla con la inteligencia política total de Gore Vidal, liberal aristócrata como Hugo.

A mí en lo personal me gusta menos el Hugo madrileño al cual prefiero al Hugo do Brasil, carioca, mineiro y bahiano :"El tambor de macumba, blanca trepidación, en plena noche, no está llamando, toca para sí mismo", quizá porque el portugués de Brasil se canta un poco como el habla de México mientras que el español gachupín crepita, cruje, chirria. Y si el tiempo de San Juan de Pueltolico es menor en las transfiguraciones de Hugo, Grecia lo adopta como alguna vez fue adoptado y seducido aquel "dear old" Georgie Gordon, conocido también como Lord Byron. Allí lo iluminan los Soles Griegos, nombre de otro libro y encuentra, en una taberna de Egina o de Míkonos un grupo de hombres que danzan su danza solitaria, el bouzouki, como aquel de Zorba, hombres tomados del hombro moviéndose al ritmo de la misma flauta apolínea y entre ellos uno cegatón que se llama Homero y que desde hace milenios se sabe el paso, y otro se llama Seferis y otro en fin, alejandrino él, se llama Kavafis y otros más que lee, o inventa Hugo. Por cierto que Grecia no sólo le da una literatura sino algo peor, una religión, y no me refiero a la ortodoxa, ésa de los popes y de los iconos pintados por ángeles ingenuos sino la otra religión, aquella que recuerda Kavafis: "Aunque hayan derribado sus estatuas, y estén proscritos sus templos, los dioses viven siempre, oh tierra de Jonia, y es a ti a quien aman."

Pero el tiempo se agota y aún quedan muchos Hugos por revisar, como ése de ahora que es un equivalente del Real Madrid o de los Yanquis de Nueva York de la poesía mexicana y que gana todos los premios y flores naturales y que en plena exaltación se ha transfigurado, y hoy por hoy tiene hoy el don de la ubicuidad que yo, ingenuo, pensaba que sólo tenía el Espíritu Santo puesto que leemos en La Jornada que, al mismo tiempo, el mismo día y a la misma hora, Hugo presenta poetas jóvenes en Morelia, habla sobre Pellicer en Tabasco, lo entrevistan los panistas de Monterrey, presenta un libro en un Sanborns de Insurgentes, habla sobre Arreola en Zapotlán y sobre Rulfo en Sayula, y está en la Joseluisa presentando un libro de Hugo Gutiérrez Vega.

No hablaré de los yos políticos de Hugo, que van desde el joven panista muy jesuítico hasta el socialista nice que es hoy, pero sí quisera hablar de otro Hugo fundamental : el actor. Ese actor que cuando era director de la Casa del Lago recibía mi azorada visita tendido entre cuatro velas porque se había muerto en una obra de Klossowsky. Un actor que en Coyoacán culminaba una obra de Ford con una frase retumbante : Lástima que sea una puta para escándalo de las autoridades universitarias que en gustos teatrales se quedaron en los Entremeses Cervantinos, como aquel Rector que llevó a su mamá a ver una obra realizada bajo la tolerancia huguesca resultando este sainete con fulminante cese. Todo sea por la libertad de expresión. Y este actor tiene como mérito supremo el haber perfeccionado, como Bela Lugosi perfeccionó su Conde Drácula, o Basil Rathbone su Sherlock Holmes, o Manuel Medel su Pito Pérez, o don Fernando Soler a Cruz Treviño de la Garza, nuestro otro Pedro Páramo, especializándose Hugo en ese personaje dificilísimo de captar, al múltiple, complejo, mercurial Hugo Gutiérrez Vega.

Estas líneas de amigo de mala leche que soy de Hugo sólo pueden terminar con una pregunta, con una confusión de alto nivel y para expresarla permítanme parafrasear a uno de mis poetas favoritos cuyo nombre no diré porque todos sabemos quién es:

Hug mueve al versificador y éste al verso.
   ¿Qué Hugo detrás de Hugo el poema
empieza,
   poema de polvo, amor, tiempo y sueño
y agonía?
A lo que aventuro una respuesta: quizá tras de los múltiples Hugos, espectaculares y triunfadores, en silencio exista un poeta tímido y esencial como ese viejo, paisano casi suyo, que en Lagos de Moreno escuchaba a las campanas, al aire y a Dios, el Dios de la tarde y que se llama González León, que de tan profundo y entrañable nos hemos olvidado de él.