La Jornada Semanal,   domingo 31 de agosto del 2003        núm. 443
Peripecias sobre José Luis Cuevas con tinte narcisista

Teresa del Conde

Conocí personalmente a José Luis Cuevas e inicié trato con él a partir de una de sus exposiciones de su primera época más importantes: obedecía al discreto título de Estatura, peso y color y la prologó, hasta donde recuerdo, Octavio Paz. José Luis me agradeció el comentario que entonces escribí (en el periódico El Heraldo, cosa que –transcurridos mis años mozos– después consideré altamente pecaminosa, motivo por el cual no conservé la nota) obsequiándome una fotografía que todavía conservo. Luce una melena larga, dorada y sonríe con dentadura de artista de cine, contemporáneo quizá de actores como los malogrados James Dean y Nathalie Wood y como el cantante Elvis Presley. Yo era por entonces alumna de su hermano Alberto en el Colegio de Psicología (no era todavía facultad) incrustado en la Facultad de Filosofía y Letras. Alberto, que llegaba en motocicleta, impartía un seminario de sexología. Me gustaban mucho más las clases de don Guillermo Dávila y cambié de maestro. En realidad yo me inscribí con Alberto porque quería conocer a José Luis. Sus ímpetus "yoicos" ya eran bastante poderosos para entonces, su producción resultaba de magnífico nivel y ya estaba casado con Bertha, que era una jovencita muy guapa, también con estudios de psicología.

Ahora el inba, obedeciendo a una nueva modalidad que considero sumamente pertinente, le otorga medalla de oro. En principio creí que dicha distinción algo tenía que ver con su reciente matrimonio con Carmen Beatriz y me pareció afortunado que ella compartiera ese honor con el buen José Luis, pero después me he percatado a través de Daniel Leyva, de que lo que sucede es que se cumplen cincuenta años de trayectoria a partir de su primera exposición, misma que según la leyenda creada en torno suyo, tuvo lugar en una fábrica de papel. Sí llegué a hablar con él cuando tuvo lugar la exposición que menciono y me dijo que había sido alumno de don Salvador Toscano. No sé si ese eximio maestro a quien conozco de lecturas y a través del Instituto de Investigaciones Estéticas, admitía niños en su cátedra, porque murió en un avionazo el año de 1949. De esa gran pérdida todavía se habla. Muchos lustros después, yo ya era maestra en la Facultad de Filosofía y Letras desde 1972, tuvimos la pena de perder en otro avionazo a Marta Traba y a Jorge Ibargüengoitia, el gran amigo y compañero scout de Manuel Felguérez, a quien también conocí y traté, lo mismo que a su mujer: Joy Laville. José Luis era íntimo amigo tanto de Martha Traba como de Raquel Tibol y hacían muy buen team. También era cercanísimo amigo de la muy llorada Alaide Foppa, a quien se deben las "confesiones" de José Luis. 

En un libro publicado por la Editorial Bruguera, dedicado a otro admirado amigo, el poeta y ensayista Marco Antonio Campos, así como a don Edmundo Valadés, de grata memoria, José Luis dice lo siguiente a propósito de un cortometraje que realizó: "Me encontraba en una sala cinematográfica donde se exhibía mi cortometraje. Como es mi costumbre me sentaba en la primera fila. Vi mi rostro joven ampliado en la pantalla y me emocioné. No pude evitar aplaudirme." Ese libro tiene una portada interesante. Reproduce un dibujo de José Luis en el que aparece, desde luego, su autorretrato, junto con el retrato de otro artista. Aunque ninguna de las dos representaciones es "realista", yo puedo detectar muy bien que el personaje que lo acompaña es Rafael Sanzio y que la imagen del gran pintor de Urbino, que murió en 1519 a los treinta y siete años, está tomada de un detalle de la Camara della Segnatura (concretamente de El Parnaso), donde el joven maestro optó por autorretratarse junto al Bramante, uno de los primeros arquitectos de San Pedro del Vaticano. Por supuesto, en la portada que menciono, el primer término lo ocupa José Luis.

Cuando salió el libro de Bruguera, con material que corresponde a la primera época de los "cuevarios", le pedí que me lo dedicara. Lo hizo: "Para mi muy querida amiga Teresa del Conde." No obstante, poco antes, persuadiendo a otro pintor y amigo, también versado en cuestiones literarias, me refiero a Mariano Rivera Velásquez y no recuerdo a quien más, José Luis orquestó una campaña en prensa que tenía dos objetivos: destituir a Helen Escobedo como directora del Museo de Arte Moderno y destituirme a mí como directora de Artes Plásticas del inba (el director era en ese tiempo Javier Barros Valero). Conmigo José Luis fue mucho más benévolo que con Helen: escribió en una nota de periódico lo siguiente: "Tere del Conde es muy buena persona. Lo malo es que no sabe nada de arte." Yo contesté a su observación –escribía entonces en el periódico Uno más uno– con una carta en la que enumeraba cuatro puntos, que Huberto Batis cabeceó así: "Uno, dos, tres y cuatro con cálido abrazo de Teresa del Conde a José Luis Cuevas." Muy poco después me integré al periódico La Jornada, del que nunca me he salido. Creo que para entonces ya la polémica había terminado.

Años atrás, cuando preparaba mi tesis de maestría que involucra a José Luis, a Manuel Felguérez, a Lilia Carrillo, Vicente Rojo et al., es decir a los principales integrantes del movimiento que desde 1988 hemos dado en denominar "Ruptura", tomé como eje a uno de ellos, el pintor Enrique Echeverría que falleció en 1972. Con ese motivo José Luis –que está muy citado en mi tesis y en el libro de mi autoría después publicado– sostuvo conmigo una nutrida correspondencia que he conservado celosamente porque además de sus observaciones respecto al tema de mi tesis, contiene maravillosas imágenes dibujadas. A tiempo que él emitía esos comentarios por correspondencia, me asesoraba respecto a una conferencia sobre arte erótico que iba yo a sustentar en la Universidad Iberoamericana. Entresaco de una de sus cartas el siguiente párrafo: "Me conformaré con que me califiques de pornógrafo y con que invites a tu público a que observe con cuidado mis obras cuando tengan ocasión de verlas en alguna galería." Esa carta está ilustrada con una prostituta de Pigalle que luce unas tetas enormes, como dos melones, que desafían la ley de la gravedad. Esto sucedía a fines de los años setenta y José Luis trabajaba en París en su estudio de la Rue de la Condamine. 

En una de las primeras cartas que recibí, considera oportuno aclararme lo siguiente: "unas cuantas líneas para decirte que aquí me tienes a tus órdenes en esta mi cárcel de la calle Condamine. No salgo ni veo a nadie y me niego incluso a contestar el teléfono. Espero que el ostracismo al que me he condenado me resulte productivo... Ojalá que hayas seguido las entrevistas publicadas en la revista Caballero, pues a pesar de tratarse de una publicación frívola, lo que dije fue sincero..." En esa misma carta me pide que le salude al maestro Xavier Moyssén (desgraciadamente falleció hace dos años) a quien José Luis apreciaba profundamente, y a Esther, la viuda de Enrique Echeverría.

En carta posterior me hace un reclamo: "siendo yo como tú, proclive al género epistolar, soy cuidadoso de mis archivos y los reviso con frecuencia. Por eso es que me entero que en tu carta del 4 de enero quedaron dos promesas por cumplirse: el envío de tu libro sobre Julio Ruelas y el recorte de tu nota sobre mí, que escribiste para la revista Arte, sociedad e ideología. Espero, impaciente, ambas cosas..." (La nota sí se la envié, el libro no porque ya para entonces estaba agotado, sigue agotado, y no se reimprime, a pesar de que es muy solicitado. Es posible, a veces, encontrarlo en las librerías "de viejo", pero cuesta muy caro.)

En 1988 los pintores Luciano Spanó y Estrella Carmona realizaron una investigación muy bien llevada sobre los grabados en metal de José Luis, que se exhibieron entre 1988 y 1989 en el Museo Carrillo Gil. En eso estaban cuando ocurrió la inundación de las bodegas del Museo debido a las fortísimas tormentas del mes de septiembre. De modo ejemplar, se integró un equipo de restauradores y técnicos que convirtió al museo por un tiempo en un hospital de primeros, segundos y terceros auxilios para las obras de arte allí congregadas: se alojaban allí los grabados de José Luis, la colección casi completa de gráfica que Francisco Toledo había venido reuniendo para donarla junto con su casa de Oaxaca a fin de instituir el Instituto de Artes Gráficas de esa ciudad, una exposición nutrida de Remedios Varo y el cuadro de Las dos Fridas, entre otras obras. De algún modo yo me integré al equipo para llevar bitácora, sobre todo, pero no únicamente, de las estampas de la colección de Toledo, ya que Luciano Spano, con bata blanca de restaurador (parecía médico) y luciendo una barba de patriarca bíblico, se ocupaba de los grabados de Cuevas. Nos reunimos varias veces allí, las cosas salieron bien, gracias al equipo de Lolita Fernández, experta en la restauración y en el cuidado de obras sobre papel. A tiempo que se desarrollaban esos trabajos, se preparaba la edición de un librito para la exposición de José Luis. Me dijo textualmente esto: "Si escribes para la publicación algo más de diez cuartillas, puedes atribuirte la autoría del libro, porque así es la usanza. El prólogo estará a cargo de Luis Panabière, pero el estudio tuyo es el meollo del libro." Mi trabajo allí publicado ocupa de la página 24 a la 42, precedido por el bellísimo prólogo de Panabière, por un glosario técnico excelentemente realizado por Luciano Spanó, por un breve "retrato escrito" de Fernando Benítez y por unas consideraciones, también muy breves, del propio José Luis, en las que tiene a bien aclarar que ha tenido como compañeros en los talleres de grabado, entre otros, a Chagall y a Zao-Wou-Ki, al tiempo que había asesorado en esas cuestiones a Jacques Frelaut, afamado impresor de la casa Lacourière Frelaut, de París.

La exposición, inaugurada en diciembre de 1988, resultó de primera. Abarcó desde el primer aguafuerte, aguatinta y puntaseca de 1947 impreso en el taller de Lola Cueto hasta Ubu Roi (el personaje de Alfred Jarry), aguafuerte de 1988, impreso en el taller de Alejandro Ehrenberg. Se exhibieron 133 obras acompañadas del muy puntual y bien hecho librito-catálogo, patrocinado por el ifal con aportación de Andrés Blaisten y del propio Museo Carrillo Gil. El librito amarillo es utilísimo debido principalmente a los empeños de Spano por producir el glosario y por el correcto enlistado técnico de cada pieza, reproducida en miniatura en la sección que corresponde propiamente al catálogo. Los comentarios sobre las láminas elegidas para reproducirse a página completa estuvieron a mi cargo. José Luis aprobó ampliamente ese trabajo y quiso agradecerme con un grabado de mi elección. Pero aún sigo esperando el cumplimiento de esa promesa que tal vez alcance su concreción con esta medalla de oro que definitivamente el recipiendario merece y que nos honra a todos.