La Jornada Semanal,   domingo 31 de agosto del 2003        núm. 443
Agustín Sánchez González

Aproximaciones bibliográficas a 
Abel Quezada 

Manifiesto en cada uno de los cartones publicados a lo largo de los años, el genio de Abel Quezada no ha perdido ni un poco de su acidez y sigue retratándonos de cuerpo entero en cada uno de los personajes creados por su imaginación enraizada en eso que por mejor nombre recibe el de “lo mexicano”. Entre inefables taqueros, periodistas y campesinos más flacos que hojas de papel, policías con su enjambre de moscas, politólogos planeando dulcemente sobre el Mezquital, tlaxcaltecas dando problemas desde la Conquista, y junto al Charro Matías, Gastón Billetes y demás fauna quezadesca, El Fisgón y Agustín Sánchez pasean su mirada conocedora sobre ese universo agridulce donde, como suele suceder, la risa es la cortesía de la desesperación.

Salvo Rius, ningún otro monero tiene una bibliografía tan extensa como Abel Quezada, cuya presencia intelectual y artística cubre cerca de medio siglo de un trabajo permanentemente crítico y de una calidad incuestionable.

En 1999, Editorial Planeta comenzó a publicar una serie de compilaciones de los mejores cartones, con títulos que reflejan la temática que expresó Quezada a lo largo de su vida. Los títulos hablan por sí solos: El Charro Matías, El cine, El mexicano, El país problema, El tapado y El sistema.

Esta serie, debida a la investigación de Alfonso Morales, abarca cuarenta y cinco años de trabajo, desde 1943 hasta 1988 y es, sin duda, la mayor colección retrospectiva de caricaturista alguno.

Esta serie, por otra parte, es un fiel retrato de la conceptualización temática y estética de Quezada, donde los mexicanos hemos dejado de ser las víctimas inocentes que el nacionalismo en boga veinte años atrás nos había retratado.

Para los años cuarenta –y quizá sea la principal virtud de esta serie– Quezada ya muestra al mexicano tal cual, responsable, e irresponsable, de la tragicomedia nacional. El peladito lumpen se ha convertido en el guarura lumpen, en el taquero lumpen, en el hombre de las nieves lumpen y, sobre todo, en el político lumpen.

La colección de Editorial Planeta es una gran aportación al conocimiento de la obra de Quezada, quien, afortunadamente, años atrás había dejado ya una muestra importante de su trabajo en libros como Cartones (Joaquín Mortiz, 1958) donde recoge buena parte de su obra hasta entonces publicada; en 1963, también en Mortiz, publicó El mejor de los mundos posibles, otra compilación de cartones que, originalmente, se publicó en Estados Unidos, por Prentice-Hall, de Nueva York.

En 1985 continuó este tipo de trabajos al publicar, en el Fondo de Cultura Económica, Nosotros los hombres verdes, compuesto por 111 cartones seleccionados por él mismo y que se ha constituido como una obra clásica.

En pleno echeverriato, Abel Quezada publica dos libros de viajes, el primero, 48,000 kilómetros a línea (Joaquín Mortiz, 1972), una obra que recoge estampas de una serie de ciudades europeas que, a la par, iba visitando el entonces presidente Luis Echeverría; el segundo es Imágenes de Japón (Joaquín Mortiz, 1972). En ambos destaca el sutil encanto que Abel Quezada, Carlos Fuentes, Rius y otros muchos intelectuales y artistas sentían por Echeverría y que hizo a Fuentes exclamar: "Echeverría o el fascismo", o a Rius escribir unos Agachados en cuya portada se preguntaba: ¿Echeverría nos lleva al socialismo?

En El mexicano y otros problemas, publicado por Mortiz en 1976, Abel Quezada concluye la compilación de su obra, iniciado en 1958, en Cartones. Más allá de la compilación en sí, este libro se constituye en un espacio de reflexión acerca de lo mexicano y entra a la discusión que Samuel Ramos emprendió en los años veinte.

A partir de entonces publica tres libros que recogen imágenes de su pintura: Los tiempos perdidos (1979), Abel Quezada, dibujante, como parte de la exposición que se presentó en el Museo Tamayo en 1984, y La comedia del arte, publicada por el fce en 1985, con textos de dos grandes escritores, Carlos Monsiváis y Álvaro Mutis, que parece marcar la transición definitiva de la caricatura a la pintura. 

En La comedia del arte, Quezada ofrece una selección de 123 óleos pintados en los últimos veinte años; El cazador de musas, publicado por Mortiz y la editorial Peppi Battagloini, en 1989, que se presenta con gran éxito en Milán y la obra es exhibida en la galería de Nesle, en París, y en la galería Pallazo Negrone, en Génova.

En 1990 prologa el libro Las noches de ronda, de su colega Alberto Isaac.

En 1991 concluyen sus publicaciones en vida, al inaugurarse la exposición Petróleos mexicanos. Una historia en dos murales, que se exhibió en la Torre de Pemex, un mes antes de fallecer Quezada, el 28 de febrero de ese año.

Es necesario realizar una bibliohemerografía de Abel Quezada puesto que, seguramente, existen infinidad de textos ilustrados por él. Uno de los localizables se encuentra en una crónica llamada Siete veranos entre paréntesis: semblanzas y anécdotas de Chapingo, de José Antonio Zaldívar, publicada en 1953, imágenes que son una buena muestra del trabajo de Quezada cuando frisaba poco más de treinta años; en 1955 ilustra la columna Toromascopio en la México, de Pepe Alameda, dentro del periódico Cine Mundial; al igual que ésta, en 1956 ilustra las crónicas de Carlos Denegri, para Excélsior, un año después.

Dos revistas han conformado sendos números monográficos en torno a su obra: Artes de México, núm. 6, de 1989, que muestra "tres facetas de un artista: el pintor, el narrador lúdico y el caricaturista de gran éxito"; en 1997, en una concepción más de divulgación, pero con excelente calidad, Saber ver. Arte y recreación para todos.

Otros ejemplos de ilustraciones son las que realizó para el folleto Reflexiones turísticas (1963) publicado por el Consejo Nacional de Turismo, y México a vuelo de pájaro, de Antonio Castro Leal (ca. 1968), que no aparece en una de las cronologías más completas, que se publicó en El mejor de los mundos imposibles, en 1999, como parte de la gran exposición montada en el Museo Rufino Tamayo.

A pesar de la extensa bibliografía con que cuenta, Abel Quezada, el "novelista en el país de los cartones", aún necesita un enorme inventario acerca de su papel en el cine, la televisión, el radio, la publicidad y muchos otros ámbitos en los que participó este personaje fundamental de la cultura mexicana.