![]() LUIS TOVAR En Villa de Ayala, estado de Morelos, Alfonso Arau y compañía actualmente filman lo que al mismo tiempo es un muy personal y, por lo que se sabe, un muy convencional Zapata. Guión y dirección son responsabilidad del autor de El águila descalza (1969), Mojado Power (1979), El chido guan (1985) y Como agua para chocolate (1992), entre otras. Encarnar para la pantalla grande a Emiliano Zapata esta vez le tocó en suerte y honor al cantante vernáculo Alejandro Fernández, quien carece de la más mínima experiencia cinematográfica como no sea, tal vez, lo que de niño pudo haber visto durante rodajes de las varias y muy malas películas protagonizadas por su también cantante progenitor.
Algunas páginas de espectáculos, como las de Reforma y El Universal, han enviado reporteros a la locación morelense y afirman que ya se rodaron las escenas del primer encuentro de don Emiliano con la tal Esperanza. De acuerdo con ellos, se sabe que Esperanza es al menos dos cosas: española y pareja de Victoriano Huerta. También se sabe que, al más puro estilo pedroinfantesco, Zapata y ella se flechan durante la celebración de un evento de charrería, cosa que provoca el natural enojo de don Victoriano, quien a partir de entonces establece mortal rivalidad con el caballerango y revolucionario. Se sabe, en fin, que Jesús Ochoa da cuerpo al sanguinario y alcohólico militar que alguna ocasión este país sufrió como presidente, aunque en alguna página de internet a Ochoa más bien se le asigna el papel de Francisco Villa, lo cual a muchos suena más lógico pues no sería la primera vez que Ochoa encarnara tal personaje, cosa que ya hizo, y no mal, para Entre Pancho Villa y una mujer desnuda, de Sabina Berman. EL MISCAST ES LO DE MENOS Lo que están haciendo Alfonso Arau y quienes lo acompañan en Morelos es de verdad amenazante. Para empezar está el monumental miscast, dañino para cualquier película. Si genera problemas cuando se trata de una ficción pura, en la que no se involucra ningún personaje ni situación registradas por la historia, en el caso de una cinta que aborda hechos y personas conocidos, el asunto se pone grave. Por lo que se había especulado hace unos meses, el rol de Zapata iba a ser de Antonio Banderas hablando de miscast, Banderas protagoniza algo llamado And Starring Pancho Villa as himself, y aunque tampoco sonaba muy bien que digamos, al menos Banderas sí es actor. El resultado del casting dejó las cosas muy parecidas a lo que ha sido la carrera actoral de Lucero, quien aparte de conducir teletones y haber participado en una cantidad artera de telenovelas, en cine no ha filmado casi nunca sin la compañía de otro cantante surgido de Televisa: Delincuente (1984) fue con Pedro Fernández; Fiebre de amor (1985) con Luis Miguel; Escápate conmigo (1987) con Mijares, y Quisiera ser hombre (1988) con Guillermo Capetillo. A Zapata lo han personificado en cine verdaderos polos opuestos de la actuación: en 1954 fue Marlon Brando en ¡Viva Zapata!, de Elia Kazan, y en 1970 Felipe Cazals cargó esa responsabilidad en los hombros de Antonio Aguilar en su Emiliano Zapata. De tal modo que los cantantes van ganando, y la producción de Arau se aproxima peligrosamente a los métodos quién sabe si también a las expectativas del cine mexicano de las décadas de los cuarenta y cincuenta: poner al frente una pareja de estrellas de la farándula y hacerlos protagonizar una historia que no importa de qué ni de quién trate, ni tampoco si filmarla pensando primero en la taquilla implica tergiversaciones, abusos anecdóticos, especulaciones, escamoteos, pues hay que ajustarla según lo que dicta el librito del convencionalismo cinematográfico: si no hay pareja romántica (heterosexual, claro está), la película no funciona. Total, ya lo dijo Salma Hayek de su Frida: yo lo que quería era filmar una historia de amor, no una clase de historia. Empero, hay en esta forma de encarar el hecho cinematográfico un desconocimiento de su fuerza intrínseca, del poder que tal hecho implica; desconocimiento que resulta inexplicable viniendo de quien se dedica a realizarlo supuestamente en serio: que el cine es un fenómeno formativo y que, por ende, sea o no su propósito, educa o deforma. |