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México D.F. Viernes 22 de agosto de 2003

Horacio Labastida

Ideología del presidencialismo autoritario

Partimos de una definición de la ideología como concepción política, jurídica, moral, filosófica, religiosa y artística, que busca justificar el dominio de una clase social; en la medida en que refleja intereses, sobre todo económicos, surgen oposiciones con clases y grupos que disienten del pensamiento dominante. El triunfo de un sector ideológico sobre otro implica la conquista del poder político por el primero, porque sólo así puede imponer decisiones coercitivas, asegurando un imperio victorioso.

Anticipemos pensamientos fundamentales. El presidencialismo autoritario aparece en el momento en que el titular del Ejecutivo monopoliza las funciones del Estado y las orienta en beneficio de la clase hegemónica, transgrediendo el orden constitucional y disciplinando a legisladores, jueces y opositores con manipulaciones policiales, militares e intermediación de autoridades extranjeras y corporaciones financieras de gran influencia. El presidencialismo autoritario supone la purgación de las normas jurídicas que constituyen al Estado, un grave conflicto entre Estado y su propio gobierno y un intento de amparar su ilegitimidad en las legitimidades jurídicas. Es claro que los actos del presidencialismo autoritario son nulos de pleno derecho por provenir de autoridades incompetentes por su contraconstitucionalidad.

Reflexiones ahora sobre lo ocurrido entre nosotros. En los 112 años que van del golpe de Santa Anna a Gómez Farías (1834) y al ascenso de Miguel Alemán a la Presidencia (1946) registráronse tres presidencialismos autoritarios y militaristas. El movimiento insurgente, junto con los federalistas de San Pedro y San Pablo, fundó la república democrática, federal y soberana, a fin de excluir el absolutismo virreinal y abrirla al ejercicio ciudadano. Resultó indispensable acabar con los fueros y privilegios de las altas clases y el clero, establecer la educación del pueblo y difundir el conocimiento científico para derrotar el dogmatismo; y como este proyecto comenzó a implementarse en 1933, las altas clases y el clero se asociaron con Antonio López de Santa Anna, presidente con licencia, y dieron el golpe que expulsó a los ilustrados del gobierno. Poco después fue derogada la Constitución de 1824 e implantado el presidencialismo centralista, autoritario y militar en 1836-46, con base en una peculiar ideología: la necesidad de un Ejecutivo inapelable simbolizado en la figura de Santa Anna como Alteza Serenísima, título que le otorgó el Congreso hacia 1853, cuando el traidor jalapeño fue repuesto en Palacio Nacional por Lucas Alamán y su partido conservador.

La figura del hombre absoluto tuvo un componente más en la ideología que lo modeló, a saber: la sujeción del país a intereses extranjeros. Primero Santa Anna propició la independencia de Texas a cambio de la libertad que le otorgó Sam Houston, y ya en la guerra yanqui (1846-1848) propició la derrota del ejército mexicano y el triunfo estadunidense. En su dictadura de 1853 cambió la línea. Influido por los conservadores imaginó la entrega de la nación a una corona europea y el bloqueo del imperialismo estadunidense. Porfirio Díaz se sustentó en la ideología del hombre fuerte con el pretexto de encauzar el paso del militarismo al civilismo, de acuerdo con el positivismo de Herbert Spencer (1820-1903), equilibrando intereses latifundistas con el capitalismo nacional y extranjero. Díaz burló la Constitución de 1857 para entregar el país a los imperialismos estadunidense e inglés, justificándose en que era el único camino para impulsar el desarrollo. Así como Santa Anna fue expulsado por el pueblo en los años ayutlenses, Díaz escapó a París cuando el pueblo lo echó en 1911. El tercer presidencialismo militarista fue actuado por Obregón y Calles, luego del asesinato de Venustiano Carranza (1920) y hasta 1936. Su ideología central fue suspender la aplicación del artículo 27 constitucional, acentuada en los llamados Tratados de Bucareli (1923), controlar los sindicatos obreros sujetándolos al gobierno y admitir las determinaciones de las subsidiarias estadunidenses y sus asociados del interior.

El presidencialismo autoritario civilista se inicia con Miguel Alemán (1946-1952) y la titulada familia revolucionaria que acunó Calles al fundar el PNR en 1929, y concluyó en 1988, año en que ascendió al poder Carlos Salinas de Gortari. Sin la brusquedad Obregón-Calles, la nueva ideología del presidencialismo autoritario civilista cultivó la figura de un presidente al que acataban diputados, jueces, gobernadores, presidentes municipales y las más señaladas corporaciones civiles de trabajadores y patrones, aunque disciplinando esta totalitaria autoridad presidencial a la política estadunidense con el pretexto de imperativos prácticos de estabilidad colectiva y estímulo a la economía nacional, en el sentido limantouriano.

En los últimos casi 15 años (Salinas-Zedillo-Fox) el anticonstitucionalismo ideológico se nutrió de la ideología neoliberal que el actual capitalismo supranacional estadunidense fortalece en pro de una globalización neonazi aplastante de las nacionalidades. Según Pierre Bourdieu es una ideología que proclama un mundo económico puro y perfectamente ordenado, cuyas consecuencias deben admitirse por todos los pueblos, sin perjuicio de reprimir a los violadores con sanciones de aplicación automática o a través de divisiones armadas y el imposicionismo del FMI o de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

Estas son las tesis que guían en el fondo el comportamiento de Pemex y la Comisión Federal de Electricidad al hacer intervenir a inversionistas estadunidenses en la producción, explotación y venta de nuestros hidrocarburos y la energía eléctrica, contra los mandatos del artículo 27 constitucional. La conclusión es casi innecesaria: el presidencialismo autoritario y su ideología son negaciones perversas de la vida nacional.

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