Roberto Arballo, líder

Wet Paint llegó a Xalapa con agresiva muestra de jazz rock

ANTONIO MALACARA ESPECIAL

Xalapa, Ver., 13 de agosto. El primer aguacero de la temporada redujo un tanto la asistencia a la cuarta fecha del Festival Internacional de Jazz en Xalapa. No obstante, las sillas volvieron a ser insuficientes y algunos jazzófilos tuvieron que permanecer de pie para escuchar el concierto de Wet Paint, que por primera vez visitaba la capital de Veracruz.

El poder de convocatoria que ha acumulado para estos quehaceres la Fundación de la Universidad Veracruzana es más que evidente; este festival-seminario está consolidándose como pieza fundamental en el desarrollo académico del jazz nacional, las raíces se fortalecen y las nuevas generaciones se abren espacios.

Al pretender particularizar éxitos y agradecimientos, surge inmediatamente la figura de Javier Flores Mavil, flautista y académico de la Facultad de Música y director del festival, quien desde las ocho de la mañana anda de arriba abajo repartiendo instrucciones, solucionando problemas de todos los sabores, atendiendo a los músicos invitados, a los medios y varios etcéteras más que no caben en la nota.

Y no caben porque se tiene que hablar de Wet Paint, el grupo liderado por el estupendo guitarrista Roberto Arballo, mejor conocido en los altos mundos como Betuco. Anoche Wet Paint llegó con una agresiva y contundente muestra de jazz rock, fusión de enorme pesadez que hacía cimbrar al Centro Cultural Los Lagos hasta sus cimientos; el sonido era excitante y, por momentos, hasta exquisitamente estruendoso.

Ejercicio de matices y contrastes

Pero ante todo, fue un ejercicio constante de matices y contrastes, pues por el cuarto tema Betuco cambió su guitarra y sus efectos de distorsión por una Yamaha gorda y ahuecada para interpretar Papá Beto, un clásico del grupo que Arballo escribiera el día que falleció su padre. Entonces el sonido se suavizó, adquirió enorme claridad por medio de una melodía amplia y apacible. De repente, y sin hacer comparaciones, nos descubrimos pensando en Paul Winter.

Pero el acelere regresó de inmediato con En el aire, una pieza todavía más potente e intrincada que las anteriores, una autopista ríspida, de altísima velocidad. En ese momento, dos parejas salen de sala y alcanzamos a escuchar a una señora totalmente enfadada, noqueada, quejándose con un "esto hasta lastima".

Los músicos seguían en lo suyo. Cinco jóvenes maestros que complementaban a la perfección las altisonancias propuestas por el guitarrista. En el piano estaba Víctor Patrón, el siempre sorprendente Yaco (Yako, Jaco) González en los saxofones, Armando Montiel en unas percusiones que casi todo el tiempo fueron opacadas por una batería tremenda y genialmente tundida por Waldo Madera, y en el bajo eléctrico, vaya sorpresa, don Aarón Cruz, quien un día antes armó todo este repertorio para suplir de último minuto a Iván Barrera.

Al final del concierto había algunas sillas vacías; no todos aguantaron el rigor. No obstante, algunos aferrados seguían aplaudiendo y pidiendo otra.