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México D.F. Jueves 14 de agosto de 2003

Angel Guerra Cabrera

Irak: el final está escrito

La ocupación estadunidense en Irak confirma los pronósticos de innumerables analistas previos a la invasión, que evaluaron como una misión imposible el control ulterior del país. A cuatro meses del derrocamiento de Saddam Hussein, la llamada Administración Civil de Estados Unidos y el consejo de títeres iraquíes nombrados por el Pentágono han sido incapaces de establecer ni la sombra de una estructura de servicios públicos, no digamos restaurarla al nivel en que se encontraba anteriormente.

La recogida de basura y el suministro de agua y electricidad no funcionan, y realizar trámites en las dependencias oficiales es punto menos que una proeza. Comprar gasolina ha devenido odisea para los automovilistas de la nación con las segundas reservas mundiales de combustible, que sólo es posible obtener después de formarse durante horas en interminables colas bajo un sol que calcina el tuétano. Continúan sin freno los asaltos a transeúntes, viviendas y negocios, y los hospitales carecen de medicamentos. La única actividad conocida de los ocupantes, aparte de repartir el pastel de la "reconstrucción", consiste en el intento de aniquilar "los restos del baazismo" y de los "leales a Saddam", como denominan a la creciente resistencia. En la cacería abundan los saqueos de la soldadesca a las familias.

Desde que en melodramático show montado a bordo de un portaviones, un Bush disfrazado de piloto de combate declarara marcialmente el fin de la guerra, no pasa un día sin que sean atacadas sus tropas: 60 muertos y cientos de militares estadunidenses heridos es el saldo hasta hoy de las acciones. A la vez, no cesan las protestas populares contra los ocupantes ni en la zona sunnita del centro ni en el sur chiíta, donde también se reportan acciones armadas, aunque más esporádicas... por el momento.

Las legiones de Bush y su falderillo Blair encontraron oposición desde el inicio de la invasión. Entonces, acciones típicamente guerrilleras, como las actuales, les ocasionaron las mayores bajas de la campaña, precisamente en el sur. Allí, se afirmaba entre el diluvio de mentiras difundidas para justificar esta guerra, los chiítas se levantarían contra el gobierno de Bagdad y los "liberadores" recibirían una clamorosa bienvenida. La población chiíta, en efecto, ansiaba liberarse de un régimen que la había reprimido ferozmente, sólo que por sí misma y no a expensas de una intervención imperialista contra la que décadas atrás había resistido heroicamente. De ello dan fe las sepulturas de miles de ingleses en Basora y sus alrededores, donde ahora han instalado de nuevo sus cuarteles.

Las comunidades religiosas -o étnicas, en el caso de los kurdos- que forman el pueblo iraquí poseen una densa y milenaria tradición cultural y de lucha por su libertad. Su historia moderna no es únicamente el régimen de Saddam, ni todo lo que hizo éste les fue desfavorable. Sobre aquella tradición, en Irak se edificó la nación probablemente más ilustrada del mundo musulmán que logró constituir un Estado laico avanzado, el más respetuoso de los derechos de la mujer en el Medio Oriente. El petróleo expropiado a las compañías foráneas produjo un impresionante saldo de desarrollo económico, educacional y social después de la revolución nacionalista que derribó en 1958 la monarquía impuesta por Londres y Washington.

Por todo ello Irak es tal vez el país menos indicado en la región para aceptar un proyecto de recolonización como el que se propone Estados Unidos. Siguiendo la teoría racista del "choque de civilizaciones", ésta parte de ideas pueriles, como que los iraquíes fueron objeto de un lavado masivo de cerebro por Hussein, cuya solución es americanizarlos mediante la implantación del "libre" mercado y la "democracia". Los ocupantes han echado a más de 400 mil empleados públicos, han disuelto al ejército, humillado a sus jefes y oficiales y sólo confían -para tareas menores- en los iraquíes exiliados, con frecuencia ex asalariados de los servicios secretos occidentales. Excluyen a las empresas nacionales, o en general de estados árabes vecinos o musulmanes de los contratos para la reconstrucción, reservados exclusivamente a compañías estadunidenses, exceptuando, claro, las sobras entregadas a algunas empresas británicas y españolas en pago a la diligencia con que se sumaron sus gobiernos a la rapiña bushista.

Panfletos goebbelianos, como el publicado en El País por Mario Vargas Llosa, enviado especial a Bagdad -Ƒdel diario o del Pentágono?- no pueden ocultar, pese a las diestras piruetas del escritor, la empresa colonial en marcha. Ni tampoco su final previsible, escrito desde antes en Vietnam, Argelia, Cuba, Nicaragua, India, Filipinas, Somalia... o Afganistán, donde los ocupantes controlan apenas unas manzanas de Kabul.

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