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México D.F. Jueves 14 de agosto de 2003

Soledad Loaeza

Sálvese quien pueda

La pregunta ya famosa del presidente Fox "ƑY yo por qué?" con la que respondió a otra pregunta acerca de si se sentía de alguna manera responsable de los pobres resultados que habían obtenido los candidatos de su partido en la elección del pasado 6 de julio, fue muy reveladora de sus actitudes profundas en relación con la política. Contrariamente a la idea ampliamente difundida durante su propia campaña electoral en 2000 de que el candidato presidencial era un hombre pragmático, sus propuestas, sus reacciones espontáneas y muchas de sus formulaciones a propósito de las instituciones públicas nos descubren a una persona que posee una firme ideología.

El presidente Fox es un libertario. Su pensamiento, su comportamiento y muchas de sus decisiones están inspiradas por una idea clave: "El mejor gobierno es el que menos gobierna". De ahí que muchas de sus respuestas espontáneas a demandas de ayuda suenen a un "Sálvese quien pueda". Estas reacciones no son un problema de comprensión, de falta de cultura o de formación insuficiente. Son la expresión de una posición ideo-lógica que se inscribe dentro de las corrientes de pensamiento económico y de filosofía política contemporá-neas cuyos referentes más notables son Robert Nozick, Friedrich von Hayek, Milton Friedman y James Buchanan.

Es muy probable que muchos de estos nombres le suenen en chino al Presidente; sin embargo, eso no impide que en sus planteamientos discursivos y radiofónicos sea perfectamente reconocible la influencia de creencias como la de que el Estado no debe ocuparse de la redistribución de la riqueza, en todo caso puede desarrollar políticas asistenciales. En este tema el Presidente es un fiel hayekiano. Asimismo, habla como excelente discípulo de Friedman cuando admite que la distribución del ingreso por el mercado puede ser injusta, pero la defiende porque considera que la intervención del Estado únicamente agravaría los problemas. Si acaso preconiza el intervencionismo estatal lo plantea a través de mecanismos suaves como pueden ser el "impuesto negativo" que implica un ingreso mínimo y el "cheque-educación", una idea que lo tienta, que implica el derecho a la educación subsidiada; es decir, en lugar de financiar instituciones públicas de enseñanza, se otorga a los padres de familia una cantidad de dinero para que puedan pagar la escuela que ellos elijan.

En Buchanan y Nozick encontramos la noción de que es éticamente erróneo razonar conforme a los resultados de una decisión o de una política, porque para ellos y para el presidente Fox, la justicia debe definirse a partir de la legitimidad de los derechos que el individuo ha adquirido, primero, porque le son naturalmente propios: "Tengo derecho a X porque me lo he ganado con mi trabajo"; o bien porque adquirió ese derecho por efecto de una relación de intercambio: "Tengo a derecho a X porque cedí Y a cambio de X".

Muchos de los problemas que el presidente Fox ha tenido con el cumplimiento de sus funciones administrativas y hasta con el Partido Acción Nacional se derivan de la oposición ideológica que lo separa en primer lugar de la tradición estatista mexicana, en la que se inscribe la mayoría de los mexicanos, pobres y ricos, que siempre han contado con el apoyo del Estado para resolver sus problemas. En segundo lugar, el antiestatismo foxista confundió a la corriente panista original, que cree en la solidaridad y en el comunitarismo. Ninguna de estas ideas es compatible con el individualismo utilitarista del presidente Fox.

Su afirmación de que él es Uno di tanti mexicanos, y que todos tenemos las mismas responsabilidades, aunque no todos tengamos los mismos recursos, es clara expresión de este individualismo exacerbado. Tomemos como ejemplo su insistencia en que cualquier mexicano es un empresario en potencia, y su promoción de los changarros, que lo llevó incluso a felicitarse de que el sector informal haya crecido en los últimos tres años. Algunos creyeron que se le había olvidado que estos emprendedores mexicanos no pagan impuestos y tampoco reconocen obligaciones ni están protegidos por ningún tipo de reglamento o legislación. Están equivocados. El Presidente no cree que hay que cobrar impuestos, porque piensa que el gobierno no debe tener dinero, porque si hay dinero en las arcas públicas, lo más seguro es que se lo roben. Esta convicción nada tiene que ver con el crecimiento desorbitado de sueldos de funcionarios públicos, "asesores" y de nóminas paralelas que ha sido característico de su gestión.

El presidente Fox no cree en el Estado, y eso nos plantea un pequeño problema. A él y a nosotros, porque está visto que este país, como cualquier otro, es ingobernable sin un Estado que, por ejemplo, regule el buen funcionamiento de las instituciones y de las relaciones políticas, comerciales, financieras entre los individuos, y vigile la aplicación de la ley. También necesitamos un Estado redistributivo que alivie la pobreza y las consecuencias de la desigualdad. Sin embargo, el Presidente piensa que el Estado es el peor enemigo de las libertades individuales. Todo esto parece muy claro, lo que es inexplicable es por qué un hombre que no cree en el Estado quiso llegar a la Presidencia de la República.

Una y otra vez y de muchas maneras ha hecho evidente su aversión al cargo y muchas de sus acciones parecen orientadas a dinamitarlo.

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